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Blues en la encrucijada: Tinsley Ellis: a la vejez, cuerdas de acero

Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.

Amazon.com: Naked Truth: CDs & VinylRepite en esta sección nuestro protagonista, dos años después de que el compañero Manel Celeiro lo trajera con motivo de Devil May Care (2022), su reciente lanzamiento por entonces. Un disco excelente, como prácticamente todo lo que ha facturado Ellis a lo largo de su prolija y dilatada carrera, pero que no suponía grandes cambios respecto a su sonido clásico. Algo que sí ocurre en esta ocasión y por primera vez, al menos en lo formal: tanto durante la extensa gira del año pasado como en el proceso de grabación de su nuevo álbum, el de Atlanta se ha despojado de músicos, instrumentos y amplificadores y ha tirado por la senda del solo yo y mi guitarra. O guitarras, mejor dicho. En Naked Truth se ha servido de una Martin Acoustic del 67, regalo de su viejo, así como de una National Steel guitar del 37.

Con ellas, y con su voz siempre en el punto justo, ha tenido más que suficiente para dar un golpe de timón y regalarnos doce temas (nueve originales y tres versiones) tan desnudos y espartanos -el título no es gratuito- como imbuidos de un sincero, profundo sentimiento: “Creo que en este formato hay una nueva profundidad en la emoción de mi música. Cuando estás solo tú, tu voz y tu guitarra, tienes que transmitir emociones crudas y honestas a tu público. (…) Cuando toco y canto en formato acústico, realmente no tengo dónde esconderme. Somos solo mi instrumento y yo, despojados de los otros músicos y sus diversos instrumentos. En cierto modo, es una forma de confesión. Es la declaración musical más honesta que el artista hace de sus canciones”.

Esas confesiones se despliegan en estupendos ejercicios propios como «Devil in the Room», «Tallahassee Blues» o «Hoochie Mama» (tres auténticas maravillas, créanme), en acertadas revisiones de pretéritos maestros, caso del «Death Letter Blues» de Son House o «Don’t Go No Further» de Howlin’ Wolf o en una serie de instrumentales que, cual delicadas miniaturas, actúan de insertos entre el resto. De entre estos últimos destaca otra versión: «The Sailor’s Grave on The Prairie», escrita por Leo Kottke en 1971, es una canción recurrente a lo largo de su carrera, entrando y saliendo de su repertorio durante décadas. Y para quien pudiera pensar que el conjunto, aun excedente en calidad, tal vez peque de excesivamente intenso, ahí están también cosas como «Horseshoes and Hand Grenades» o «Grown Ass Man»; momentos en los que, sin mostrarse abiertamente cómico, deja traslucir lo socarrón con contagioso buen humor.

En definitiva y como todo lo que hace Ellis, un disco que está llamado a destacar entre la producción del año en curso, con más razón si cabe debido a su relativo cambio de rumbo. Cabe la duda de si, sintiéndose cómodo en este formato, sus siguientes pasos ahondarán en dicha dirección, o por el contrario volverá a enchufar la guitarra, reclutar nuevos adláteres e incendiar de nuevo los amplis.

Si tal caso fuera el primero, no nos faltará en modo alguno material eléctrico sobre el que volver de forma recurrente. Porque sin contar a los Heartfixers, el combo de principios de los años ochenta con el que se dio a conocer, su carrera en solitario iniciada de la mano de Alligator Records con Georgia Blue (1988) nos ha legado nada menos que veinte discos como veinte soles. Un catálogo solidísimo, de los más atractivos y solventes en el mundo del blues contemporáneo, al que sumar ahora una nueva, distinta y excitante referencia.

 

 

Eloy Pérez

 

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