Fría noche de invierno en la Barcelona del futuro, en ese centro neurálgico donde todavía se encuentra la histórica sala Sidecar y al que antes llegábamos recién entrada la noche, para aparcar el coche cerca de la entrada del decano local de conciertos. Hoy la exclusiva del peatón me ha hecho estacionar lejos y llego con las manos heladas al porche de la Plaça Reial, pero el recibimiento de los amigos que allí trabajan y del color rojo masivo del ya mítico bar superior en el que tantas veces he pinchado discos, me aportan un poco de calorcito.
Es jodido, pero mientras desciendo las escaleras en busca del escenario donde ya se presentan los vascos John Dealer & The Coconuts –los teloneros-, y ahora que sé que la sala se traspasa, siento el lugar como un museo de mi extinta juventud, esa que un día se fue sin avisar, dejándome como herencia su identidad y las mismas ganas de música en directo. Esto nos ha dolido, hostia, aunque hayamos aprendido a hacer ver que estamos curtidos y que la vida sigue.
Mario Silvestre, amigo, me ha invitado al concierto de su banda, The Deathlines, la principal de la noche, así que me recuerdo a mí mismo que venimos a celebrar. Mario me recibe con su amplia sonrisa y nos abrazamos con las primeras notas de los de Legazpi, que son el pistoletazo de salida a una noche que tiene que ser especial. Se lo digo. Él asiente. Es posible que éste sea nuestro último backstage en la mítica capilla de azulejos grafiteados por las décadas.
Los John Dealer suenan certeros y con el pitch elevado, como nos gusta, y aunque el alma de Nick Royale sobrevuela el ambiente como un ente supremo, el público, que puebla la sala casi en su totalidad, sigue los acordes de los legazpiarras con fruición. Los suecos Hellacopters son una institución entre los asistentes de las primeras filas, así que su influencia no solo es bienvenida, si no que ejerce de arenga colectiva.
En el cambio de banda la fiesta está más que encendida y Mario lleva en el rostro esa satisfacción. Es un buen tipo y se lo merece. Se lo ha ganado porque no es fácil llenar el Sidecar de gente que quiere divertirse en el rock, pero también porque es menos fácil aun, tener una vida familiar y luego despanzurrase en el escenario con el compromiso y las ganas que lo hicieron sus Deathlines. Nada que ver con el disco, que suena melódico y reposado, mientras su directo cabalga entre el hard y el punk más voltaico, sin respiro y sin dar pábulo al desánimo, pero ¡eh! con una sonrisa en la cara, pelazo rubio al viento y brillantes ojos azules en el horizonte, dando cabida a esa querencia pop de la que no reniegan.
Más allá de los diez temas de su elepé Interzone (Kraken, 2023), entre las que destaca la que se usó de cabecera, “Fences on the Sea”, casi al final sonaron dos covers, “I don’t wanna know if you are lonely” de Hüsker Dü y “Suck your dry” de Mudhoney, pero el momento álgido se destiló con el tema de tempo más bajo, la quejosa “The Whale” que entre tanta energía rasgueó su nirvana con clase, para dejarse ir en un final de oscura turbidez y enlazar, entre cambios, con la siguiente “Solitude”. Bravo chicos, aunque suene a oxímoron: larga vida a The Deathlines.
Texto: Pacus González Centeno
Foto: Andrea Membrado
Brutal concierto. Y gran crónica. Ha sido algo agridulce esto de haber estado en uno de los últimos bolos del Sidecar pero los Deathlines han dejado la vara alta. La mejor banda rock del momento!!!