Sérgio Mendes es uno de los pocos casos en los que versionando composiciones ajenas, ha conseguido más éxito que el original. El secreto es haber asimilado, con destreza, el poder del creador uniéndolo al fenómeno de la Bossa Nova y, sobre todo, haberse aclimatado a las coyunturas que le iban cayendo encima. Un logro al alcance de casi nadie.
Explicar aquí su influencia resulta baladí. El documental “The Key of Joy” es una buena manera de introducirse en los ires y venires de este personaje fundamental; nos centraremos en otra de sus noches triunfadoras.
Mendes que debutaba en Barcelona (ver para creer) se presentó en el Festival de Jazz con, según sus palabras, la mejor formación de músicos de toda su carrera; si él lo dice, callamos. Para los amantes de las estadísticas, presentaremos a “la familia”, igual como hizo durante la interpretación de la ejemplar creación de Burt Bacharach “The Look Of Love”: Leo Costa (batería), Marko Dos Santos (percusión), Kleber Jorge Pimenta (guitarra), Andre De Santanna (bajo) y el neoyorquino Scott Mayo (teclados, saxo, flauta y cantante ocasional). Hemos dejado para el final a Katie Hampton y a su esposa Gracinha Leporace, dos dignas vocalistas que no hicieron olvidar ni a Lani Hall ni a Bibi Vogel, componentes de aquel irrepetible Brasil’66.
El de Niterói (Rio de Janeiro, Brazil) presentó el espectáculo como una especie de viaje musical, que empezó en 1958 (nacimiento de la Bossa Nova) y ha llegado hasta el presente, si me permiten con altos y bajos. En el concierto quedó demostrado.
Queriendo manifestar que no es tan solo el “rey del cover” (adjetivación nada peyorativa), el jovial artista octogenario (82) encendió y apagó la mecha, del discurso festivo-musical, con dos piezas de propia autoría (ambas incluidas en el álbum “Brasileiro”, una de sus mejores obras): “Indiado” y la vivaz “Magalenha”; quien pueda acabar un show con ella que salga y salude. Entre este par de hermosuras, varios platos con distinto sabor.
En la serie: “Melodías que no volverán”, podríamos ubicar “Pretty World” y “Like A Lover” (Alan & Marilyn Bergman), “Going Out Of My Head” (Litte Anthony & The Imperials) o la citada “The Look Of Love”, mi debilidad, como cantaba Machín.
Si nos situamos en lo olvidable, las candidatas serían “Oh Que Será?” (demasiado gritada por Leporace), la discutible lectura de “Fool On The Hill” (The Beatles) y “Never Gonna Let You Go”, balada enmelada que intentaron salvar, como pudieron, Katie Hampton y el multiusos Scott Mayo; ni así. Este bodrio, ya me perdonarán, fue número 2 en USA hace cuarenta años por debajo de Thriller de Michael Jackson. Sin comentarios.
Las que no fallaron (resulta imposible pensarlo) fueron las tres de Jobim: “Waters Of March” (Águas De Março), “One Note Samba” (Samba De Uma Note Só) y “The Girl From Ipanema” (Garota De Ipanema), “Upa Neguinho” (Edu Lobo), la grandiosa “Sou Eu” (Moacir Santos, el Ellington brasileño) y “Roda” (Gilberto Gil), otro clásico inmarchitable. Tampoco “Mais Que Nada”, ese prodigio que Mendes, tomó prestado de Jorge Ben y que convirtió en oro, aunque nunca superó la toma primitiva.
En tierra de nadie quedaría el tríptico formado por “Berimbau/Consolaçao/Promessa De Pescador”, habitual modo de empalmar solos, uno detrás de otro, que tanto agradan (recital de palmas), pero que únicamente aportan exhibicionismo. No vamos a negarles su momento de gloria a unos solistas de postín, simplemente la queja reside en la innecesaridad del efecto.
Sérgio Mendes ha sido un gran adaptador y un pianista notable, nunca un genio, esta parcela la compraron otros amigos de generación. Nadie cuestiona su herencia, sólo intentamos poner a cada uno en el lugar correspondiente. Listo siempre lo será, igual que el diablo; no lo tomen a mal. El Palau, puesto en pie, despidió, emocionado, y merecidamente, a una leyenda que puso a Brasil en el mapa sonoro de nuestras vidas, con eso deberíamos quedarnos.
Texto: Barracuda
Foto: Jordi Calvera
