Esperada visita de Pokey LaFarge a Barcelona tras ocho años de no hacerlo. Al menos sobre el papel, ya que luego la Ciudad Condal volvió a mostrar sus dudosas “credenciales” en cuanto al interés del público potencial. Arrancaron Malacara Blues Band con la sala desperezándose y un buen show, como sus últimos discos, para luego dar paso a la estrella de la noche. El goteo de público auguraba una buena entrada, pero de golpe todo se detuvo. Eso sí, las condiciones de la 2 de Apolo hacía que la afluencia de público pareciera ligeramente superior a la real: algo menos de media entrada. Una lástima, pero Barcelona es Barcelona – tan solo no hay riesgo si el que se sube a las tablas es Bruce Springsteen – y quizá por ello, en su momento, Pokey le dedicó un «Goodbye Barcelona» que se ha extendido casi una década.
Al menos, ni público ni artista se resintieron de ello. Pokey realizó un gran concierto, como se esperaba de él, combinando su vena más experimental de ritmos latinos con el blues del principio de su carrera. Además, su carisma como frontman ha crecido como la espuma, desde la primera vez que lo vimos por aquí, y la puesta en escena se beneficia mucho de ello. Una hora y tres cuartos casi impecables, al que solo ponemos el lunar de la aparición de una Addie Hamilton – esposa del artista – que pareció ligeramente descolocada y que probablemente mejore conforme avance la gira. Nada que no borrara ver como la sala entonaba al unísono ese «La La Blues», convertido en himno, mostrando que LaFarge se ha hecho grande y que hubiera merecido una mejor asistencia. Curiosamente, encima de La 2, en la sala grande de Apolo, Sleaford Mods colgaban el cartel de no hay entradas para acabar de mostrar que la ciudad está a otras cosas. Pero ninguna de ellas es el rock and roll.
Texto: Pedro Aceves
Foto: Jordi Sánchez (Sanfreebird)