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Larkin Poe – Razzmatazz (Barcelona)

Resulta reconfortante comprobar cómo, en tiempos de dificultades para la proyección a nivel popular de la música rock en un contexto a menudo indiferente o incluso hostil, surgen brotes que bien podrían calificarse de verdes.

Después de unos The Sheepdogs que exprimieron con brío y actitud sus tres cuartos de hora, entre referencias sonoras a los grandes clásicos sureños y el entusiasmo de ese par de centenares de fieles que les siguen en sus andanzas barcelonesas, aparecieron — de llamativo blanco impoluto — sobre el escenario Larkin Poe.

Acompañadas por batería y bajista, las hermanas Lovell demostraron confianza casi absoluta en las bondades de su último trabajo Blood Harmony. Nueve temas de los once que lo componen sonaron durante la velada, que osciló entre la evidente reverencia por el blues eléctrico, la excelencia instrumental, el carisma innato y la accesibilidad bien entendida del material de la dupla georgiana.

En otro tiempo y lugar, el dúo afincado en Nashville estaría jugando en la liga de las arenas, pero lo cierto es que el crecimiento demostrado a lo largo de su trayectoria es evidente: el aforo de las salas en las que actúan crece, y las tipologías de público asistente son cada vez más variadas, lo que no puede ser sino una excelente noticia.

El segundo acto del show, en formato acústico y microfonado a la más añeja de las maneras, aportó el momento más emocionante de la noche. La proeza de conseguir el silencio casi total en una sala poblada por un millar largo de mediterráneos razonablemente enardecidos continuó con la magnífica interpretación del baladón blusero de cosecha reciente «Might As Well Be Me», y concluyó con una simpática toma del celebérrimo «Crocodile Rock» de Elton John, pieza rescatada de su disco de versiones marca de la casa, Kindred Spirits.

A partir de ahí, tramo final in crescendo que incluyó su ya fija toma acedeciana, «Wanted Woman», y el obligado bis, un «Deep Stays Down» que ni los problemas técnicos lograron hacer descarrilar. La despedida desde el proscenio, a una audiencia justamente entregada, felizmente heterogénea y al ritmo de la gran Shania Twain, se antojó un hasta luego que, con toda seguridad, las traerá de vuelta con feliz y ascendente repercusión.

Texto y fotos: Pepe Velasco

 

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