Domingo por la tarde, acabando la semana, velada rockera con muy buena pinta. Aquí ya es tradición en Bilbao hacer sesiones vermú al mediodía y el añadir conciertos cuando acaba el día es algo tremendamente ilusionante, ¡bien por los promotores de tal magna idea! Pero no siempre las cosas salen como uno espera. La visita de King Salami & The Cumberland Three tenía todos los ingredientes para un guateque que te deja bien engrasado para el jodido lunes. La cosa fue corta y accidentada.
Alrededor de cien personas con ganas de rockear y degustar su mezcla de Rhythm’n’Blues con toques surferos y rozando un poquito otros palos, pero todo mezcladito y agitado para mover los pies, a la sala Rocket se venía a bailotear. Ojo, una sala nueva en cuanto a este tipo de conciertos pues antes tenía un cariz más latino, y que tiene en su entrada un cartel que reza “En este establecimiento está prohibido la entrada con ropa deportiva”. Pues al lío, que lo hubo. El cuarteto empezó con un sonido un tanto deslavazado (cada uno iba por su lado, con el guitarrista español T-Bone pidiendo más volumen) pero con “King size love” empezamos ya a sentirnos un poco emponzoñados por el buen sonido del grupo inglés (inglés porque residen en Londres, pues son cuatro tipos del Caribe, Francia, Japón y España, como en los chistes).
Con “Oofty Goofy” ya estábamos en su onda (canción dedicada al Hombre salvaje de Borneo, un tipo que se hizo famoso por cubrirse su cuerpo con una mezcla de alquitrán y crines de caballo y que se exhibía encerrado en una jaula y era alimentado con carne poco hecha. Y a la hora de jamar pues soltaba ese grito que da título a la canción. Todo muy lisérgico, como nos suele gustar), y con “Barracuda” ya teníamos al grupo sudando y entregados.
El vocalista jamaicano (una especie de Screamin´Jay Hawkins pero de segunda división comparado con este, claro) puso a la sala a bailar el “Pulpo Dance” (hay que estar para verlo, hacerlo y sentirse un poco ridículo, pero qué más da) y todo fluía, a veces más lento, a veces más rápido (“¿Qué queréis, Tipi Tapa –una expresión muy de aquí, pinitos con el euskera ya hizo, ya…- o Rápido Rock´n´Roll? It´s time to fiesta” iba soltando King Salami) pero dejó de fluir, porque el bajista japonés, pequeño él pero con más nervio que el Diablo de Tasmania se dio la gran galleta.
Es lo que tiene tocar sobre un escenario poco seguro y montado a trozos. Un hostión en toda regla, por ser directos. Ahí se quedó seco, en el suelo, sin moverse después de una caída bastante seria y que el bajo se le fuera encima de la cara. Quedó KO, y no vamos a hacer la gracia de que su sobrenombre rockero es Kamikaze U.T. Vincent… bueno, ya lo hemos hecho. Al final tocaron 44 minutos después de que su compañero a la voz y las maracas dijera esa frase que todo el mundo hemos querido soltar alguna vez: “¿Hay algún médico en la sala?”.
Texto: Michel Ramone
Fotos: Dena Flows