El saxofonista Donny McCaslin hace años, concretamente siete, que arrastra una bendición: haber sido columna fundamental de “Blackstar” (2016), disco póstumo de David Bowie, gracia por la que muchos colegas de oficio hubieran pagado millones. A quien no le hubiera gustado pertenecer al privilegiado grupo que estuvo en esa histórica grabación. Al excelente saxofonista de Santa Clara (California, USA) se le abrieron muchas puertas ignoradas y ha conseguido ser valorado por un público al que el jazz experimental le suena a rayos truenos y centellas. De todas maneras, cuando David Robert Jones le reclutó, McCaslin ya era un intérprete reputado; el “Duque Blanco” no era tonto, eso ya lo sabíamos.
Bowie, influenciado por Scott Walker, quiso dar otro giro a su carrera (el enésimo) y encontró a un músico que iba a ser esencial en ese profundo cambio pretendido; lo logró, no cabe duda. Los acentos sonoros elaborados por McCaslin, Jason Lindler (teclados), Tim Lefevbre (bajo eléctrico) y Mark Guiliana (batería) serían ideales para hallar esas sombrías resonancias, tan emotivas y crípticas, que dieron personalidad al álbum. Juntos hicieron leyenda.
Hablábamos del pasado, ahora toca hacerlo del presente. Aunque nunca olvidará esos momentos trascendentales en su trayectoria, McCaslin sigue en la brecha e innovando su propuesta día tras día. El nuevo proyecto se denomina “I Want More” y con él acudió al 55 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona. Lo hizo acompañado de Lindler y Lefevbre, a Guiliana le sustituyó el mexicano Antonio Sánchez, habitual baterista del Pat Metheny Group. Un don nadie no es y lo demostró con creces.
Mucho se ha discutido sobre la sonoridad del Conservatori del Liceu. Es evidente que este auditorio encaja más con las apuestas orquestales o acústicas, sin embargo, no siempre la amplificación debería ser un hándicap. En el caso que nos ocupa y pese a que el cuarteto arremetió de lo lindo (Sánchez estuvo poderoso y mesurado al mismo tiempo), no hubo distorsiones, ni notas que huyeran perdidas por la sala; el buen trabajo de los técnicos lo impidió. El trabajo no fue nada sencillo, debemos felicitarles. Los desajustes en el saxo tenor de McCaslin (por los que pidió excusas) fueron culpa de algún botoncillo mal ajustado, de nadie más. La técnica, a menudo, es así de malévola.
El Donny McCaslin Quartet se marcó una función sin concesiones, áspera, de texturas poderosas influidas por el rock y donde las armonías desaparecían como un soplo para dar paso a improvisaciones aplastantes, tanto que al final del concierto costó levantarse de la butaca; las palpitaciones influyeron en ello.
Lefevbre nos confesó, al concluir, reconocer los rasgos de locura que imprimían a sus actuaciones. Partiendo de la base del repertorio grabado en el estudio (“I Want More” ocupó, prácticamente, todo el tiempo) exprimían las melodías a base de hinchadas espontaneidades. Este recurso, primordial en el jazz (no descubro nada), abunda de modo casi desquiciado en su planteamiento disonante, adjetivo que no se aleja de la musicalidad, no nos equivoquemos. El virtuoso bajista parece diluirse entre sus compañeros de viaje, pero ese dominio del instrumento, que con sus acertados rasgueos lo asemejan a una guitarra, constituyen uno de los grandes aciertos de la propuesta.
Los cuatro gigantes arrancaron con cuatro piezas de “I Want More”: “Landsdown”, “Stria”, “Magic Shop” (single) y “Turbo”. Podrían haberlas tocado como si de una suite se tratara, pero la línea melódica (existe) y los protagonismos varios, en cada una de ellas, las desiguala notablemente. En la primera destacó el cambio de la lentitud a la paranoia, efectos elaborados por un McCaslin que domina tan bien la calma como el estruendo, el cierre estrujando el tenor fue imponente. Si comentamos “Magic Shop” deberíamos subrayar el trabajo, en tono psicodélico, labrado por Lindler. El teclista (quien abusó de efectos en algún instante) pareció controlar la nave Enterprise desde su mesa de mandos con unos arreglos galácticos atrapados de otro planeta. Creímos, seriamente, que deseaba conectar con el Comandante Tom. Los dos temas restantes siguieron la misma premisa: ejecución diabólica abrasante.
A la quinta llegó “Lazarus”. La presentó modestamente, acordándose de su autor y nada más. El homenaje llegó después. Lectura sobria, rigurosa y respetuosa. Reto a cualquier espectador, presente en el auditorio, que levante la mano si no se le pasó por la cabeza que Bowie aparecería en cualquier momento para poner su voz a las notas ligadas por los músicos. Imposible no emocionarse.
Zanjada la cortesía, continuaron con “Phoenix” (primicia), “Fly My Spaceship”, curioso Dub deudor de Scientist o Mad Professor (estos chicos valen para todo) y “Body Blow”. La propina recayó en “Stadium Jazz”, perteneciente a “Casting for Gravity” (2012). Un adiós morrocotudo.
La mayoría de la audiencia, partió satisfecha, aunque también hubo quien recordó su actuación de Terrassa, en 2018, como algo irrepetible.
Sea como sea, el Donny McCaslin Quartet, es una formación demoledora a la que debemos seguir dondequiera que vaya.
Cuando pensamos lo que el señor David hubiera podido edificar junto a ellos, a partir de aquella portentosa colaboración, nos dan ganas de llorar. No es para menos.
Texto: Barracuda
Fotos: Sergi Fornols