El Monkey Week es como la energía: ni se crea ni se destruye. Sólo se transforma. Se le podrá achacar lo que queráis, pero no cae en la autocomplacencia, ni se estanca o se estereotipa con la fórmula mágica, de secretismo cero, de la que tiran otros muchos festivales. Si antes se celebraba en El Puerto de Santa María, luego pasó a hacerlo en Sevilla; si hay pandemia, se celebra online en Twitch, pero se celebra; si hay problemas por ocupar el centro de Sevilla, se cambia el chip y se monta un nuevo festival en un auditorio cerrado (ediciones 2021 y 2022), y si hay que volver a lanzarse a las calles, como en la reciente edición, volvemos a tomar calles, plazas, conventos y parkings. Y así, se han cumplido ya quince ediciones.
Yéndonos a lo estrictamente musical (sin desdeñar la cada vez más preponderante parte profesional, divulgativa y asociativa del evento), ha habido de todo, como en cualquier edición del Monkey Week, y que siga así. Empezando por el jueves, que sí se ajustó más a lo que ofrece un festival al uso: un escenario –la carpa Alhambra, el escenario principal, que no tiene por qué ser donde toquen los mejores artistas– y tres actuaciones, como fiesta de bienvenida.
La delicada tarea de abrir el festival le tocó a Alonso, quien ya fuera carne de Monkey Weekend en 2018, acompañando a Soleá Morente bajo su trasunto Napoléon Solo, presentando con oficio su colección de canciones sin etiqueta ante un público inquieto, que esperaba el plato fuerte de la noche. Los Planetas venían a Sevilla en formato acústico, una bendición para sus fans –los fans de cualquier grupo están bendecidos con cualquier cosa que hagan–, pero que a quien escribe le resultó, cuando menos, extraño. Vale que consiguieron momentos de gran intensidad, gracias a un cancionero gestado a lo largo de 30 años, pero no creo que fuese una invención ni una deconstrucción. Faltaba el batería, básicamente; pero ya digo que la impresión es que el respetable lo disfrutó. Corear, corearon. Por cierto, Alonso/Napoleón Solo casi no se bajó del escenario porque hizo las labores de bajista en el set de Los Planetas, a los que se sumó también David Montañés al piano. Una vez que logró imponerse sobre la muralla de guitarras sí que tenía más sentido usar el término “acústico».
Para cerrar la noche, la locura de Za!, reincidentes también en el Monkey Week, esta vez acompañados de La Transmegacobla, un cuarteto de vientos con los que coincidieron en un taller en 2018, y el dúo femenino de folk Tarta Relena. Saliendo de entre el público, para variar, ya sea en pareja (Edi y Pau) o en octeto, como es el caso ahora, Za! nunca defraudan, derrochan energía, maestría y te contagian una euforia con la que igual no contabas. Si ya los habéis visto, sabéis de qué va la cosa. Si no los habéis visto, id a verlos. Yo no sé explicarlo, ni pienso utilizar el adjetivo “mediterráneo” para definir su música.
El viernes y el sábado, o sea, los días grandes del festival, se produjo el esperado relevo generacional y bajó la media de edad del público (así como de los intérpretes), como correspondía al cartel. Esta edición se dispersaba en tres zonas de conciertos: Alameda, Parking del Teatro Central y entorno de Sala X para el fin de fiesta. Como es imposible hacer una crónica detallada de todo lo que ocurre en un Monkey Week, al menos a cargo de una sola persona, resumiré algunas de las actuaciones o situaciones que me han llamado la atención.
Lo primero, decir que el departamento de asuntos exteriores del Monkey cada vez funciona mejor. Los primeros que me sorprendieron el viernes fueron los chilenos Juani Mustard en el recargado Bar Mutante, cogiendo el testigo sudoroso del Mondongo de El Puerto de Santa María. Como si los Violent Femmes (quienes le dan título a una de sus canciones) se subieran al escenario después de comer costillas en el CBGB. Guitarra acústica, bajo y batería y a correr. En la Holiday, Vera Fauna hizo valer el factor campo, dejando gente fuera por agotar el aforo (si no has ido nunca al Monkey, tenlo en cuenta: si no eres previsor/a, o vas con muchos amigos, te quedarás fuera en más de un bolo).
Por ejemplo, nos quedamos sin poder entrar en el bolazo que se marcaron los italianos Kill Your Boyfriend en el Mutante. No me valió ni el viejo truco de alegar que era Bruce Springsteen. Sí pudimos acceder al concierto de Angustias, punk old school con inquietudes desde Granada, antes de partir para la zona del Central. Allí estaban ya Camellos en el escenario Alhambra, descargando un puñado de himnos, muy bien facturados, ante una parroquia entregada, confirmando su buen momento. La primera visita al ya famoso escenario Jagermeister, la pista de coches tropezones (así se dice en mi pueblo y así lo digo yo), fue para ver a Sistema de Entretenimiento. El buen sabor de boca que nos dejaron los catalanes cerrando el pasado Monkey Weekend no fue refrendado el viernes en Sevilla. Sin bajista y con la caja de ritmos engullendo a la guitarra de Skipper, me pareció un show más descafeinado, no así a su público, ansioso de pogos. Aún así, tienen su mérito.
En el mismo escenario, La Paloma, respaldados por un disco de debut, “Todavía no”, celebrado con muy buena acogida, confirmaban que el suyo era uno de los conciertos más esperados. Los madrileños descargaron su show sin titubeos y convencieron al respetable. El final de la noche, Cabify mediante, nos deparó algunas sorpresas en la tercera zona del festival. Mientras se siga oyendo “¿Esta gente de dónde coño salen?”, es señal de que los programadores siguen en forma. Y eso ocurrió en la Sala Even, pasadas las doce de la noche, dos veces seguidas, y con dos dúos. El primero, Doble Capa. Cigar box, pedales y batería, y para qué más. Una corriente telúrica recorrió la sala y elevó a los asistentes a golpe de blues y rock and roll enajenado. Y, sin tiempo para mucha descompresión, aparecieron Edi, de Za!, y Sara Fontán, batería y violín bomba, con más pedales aún, para desconcertar y embriagar a partes iguales al público, haciendo de lo suyo más bien una deconstrucción sonora. Antes de irnos nos pasamos por la Sala La 2, donde Boye nos mandó para casa con una sonrisa en los labios.
Sin tiempo para procesar lo vivido a última hora de la noche, el sábado a las tres de la tarde se planta José, con su cesto lleno de camarones, debajo de la Torre de Don Fadrique, y nos suelta un show de raza, flamenco y sentimiento, que nos carga las pilas para afrontar la jornada. Para colmo, al finalizar, nos reparte su género, fresco como él. Al mismo escenario se subieron por la tarde los pamplonicas Juárez, que se divirtieron sobre las tablas y dieron un concierto que fue menos a más, refrendados por sus seguidores. Dejamos a Marina Gallardo en su vuelta a los escenarios tras más de cinco años, muy bien arropada por el público, para ver algo de La Jvnta, banda gaditana que surfeó el riesgo, el jazz, el folclore y la mutación, ahí es nada.
De nuevo en el parking del Teatro Central, nos aguardaba la segunda parte del día, que no la última. Llegamos a poco de acabar el show de Ángeles, Victor, Gloria y Javier, cuatro personalidades de diferentes sensibilidades musicales en su puesta de largo, agitando su coctelera flamenca con muy buena acogida y crítica, a tenor de los aplausos finales y de las impresiones del público en la barra. A continuación teníamos, en la pista de coches tropezones, un deja-vu en toda regla del último Monkey Weekend de junio: en el mismo escenario, tres bandas que tocaron también el sábado del Weekend (se ve que aprobaron con nota la reválida): los aragoneses Rosin de Palo, frikismo y disonancia, contrabajo, batería y bidón metálico para atrapar a buena parte del respetable; Dharmacide, impecables, oníricos a ratos y potentes sobre el escenario y Lisasinson, subiendo subiendo, plenos de actitud, energía y descarada juventud (no digo de nuevo que hubo pogo, ¿no?), contagiando el entusiasmo por el rock and roll.
Nos perdimos a los portugueses Maquina, de cuyo bolo nos hablaron maravillas, porque teníamos ganas de hincarle el diente a los suecos Hearts en la Sala Even, nuestro refugio nocturno. Banda de nuevo cuño, que no novata, desplegaron guitarrazos, actitud y power pop, envolviendo en sudor al puñado de asistentes que habían optado por abandonar el recinto principal del festival, en busca de la sorpresa quizá. La misma grata sorpresa nos produjo a continuación La Ciencia Simple, cuarteto de post rock chileno que se retorcía entre el humo del escenario como si cada canción fuese la última. Para acabar, sus compatriotas Juani Mustard completaban su doblete en el festival repitiendo el concierto del día anterior. Y adivinen qué bailó el público. Sí, pogo.
Texto: Juan Carlos León
Fotos: David Pérez Marín
Gran reseña de lo vivido ese fin de semana en Sevilla!