Encuentros

SanIsidro, «evita el cielo, hay que vivir a toda costa»

 

SanIsidro es el alter ego de Isidro Rubio, un músico creativamente inquieto que, cansado de las dinámicas de una banda, del garaje-punk y del rock’n’roll, decidió montárselo por su cuenta. Quien fuera miembro de Venereans o Wau y Los Arrrghs!!! descubrió la libertad que le otorgaba el componer en solitario y fuera de los cánones impuestos por uno u otro estilo. Aquello le llevó a publicar un EP debut bajo el amparo del sello norteamericano Slovenly Recordings, con el interesante título de a lo pesau, a lo bajo y a lo llano. De aquello han pasado tres años. Sambori es el nuevo elepé de este cantautor valenciano, ahora bajo La Castanya, que no entiende de ataduras ni limitaciones cuando se trata de crear.

Folk, caribeña, spaghetti, algo de surf, flamenco… todo ello en castellano y valencià. Parece cierto que SanIsidro no pertenece a ningún género y a todos a la vez. ¿Cómo defines tu propuesta musical? ¿En qué estante de las tiendas de discos colocarán tu álbum Sambori?

 Si puedo elegir, ¡en el cajón de “Imprescindibles”! Aquello de “belongs to no genre” lo dijo Greg Caz sobre el disco anterior y me gustó. Lo de “y a todos a la vez”, no sé, ¡menudo empacho! En una tienda de discos miro en todos los cajones, evitando el Techno y la Electrónica, nada más. Para mí «Los pies de Cristo» es un villancico, pero sé que mi disco no pinta nada en esa sección. Por otro lado, parece que la gente se pone de acuerdo en lo de Folk-Psych Mediterráneo o Folk-Psych, y me parece bien.

Me gusta pensar que hago música tranquila, que hace compañía. He escuchado música compulsivamente desde que recuerdo y mis influencias son variadas. Todas me sirven para expresar quién soy. Más allá de eso, no sé… Folk-Psych está bien supongo. O como dice Atomizador, .

El álbum tiene un aire de flirteo, de juego con los distintos géneros musicales mencionados, donde todo tiene cabida en favor de un producto único. ¿De dónde nace el nombre de Sambori? ¿Represente este espíritu de juego, o qué querías expresar con él?

Sambori es cómo se llama en Valencia al juego de la Rayuela. En el Sambori gana el que llega al cielo. Yo digo que el cielo no es un premio, es el final de partida. Acepta lo que venga con resignación si es malo, y con alegría si es bueno, pero evita el cielo. Hay que vivir a toda costa.

En cuanto a componer, no tengo fórmula ni punto de partida recurrente. Cada canción la empiezo desde cero y no sé cómo va a sonar hasta que está acabada. Voy probando cosas sin buscar ningún sonido en concreto, sin intentar parecerme a nada. Un día me reconozco en el sonido: éste soy yo, esto suena a mí. ¡La tengo! Si he mezclado esto con lo otro, o aquello con no-se-qué, es casualidad, y si ha llegado hasta el final es porque funciona.

Precisamente, este aire de juego está también presente en la superficie de algunas canciones. ¿Qué temas has querido tratar en la profundidad de tus letras?

Creo que mis letras no son profundas. Sí creo que trato ideas y sentimientos comunes, incluso mundanos, con un lenguaje muy íntimo, casi privado. Yo diría que mi mensaje está en la música, en la instrumentación. Ésta es mi música y yo la hago así, ésta es la historia que quiero contar… y el juego y el artificio está en las palabras.

Mira esta coplilla popular:
“La lluna, la pruna, vestida de dol. Son pare la crida, sa mare la vol”.
Esto es mío:
“Tinc una mar serena, tinc una mar salada. Tinc una penitència: la Solitària”.
Estas palabras proyectan imágenes que estimulan la imaginación, pero sobre todo, sólo leídas ya suenan a música. En términos muy generales, «Solitària» va sobre la posesión, la enfermedad crónica, la superstición, pero “Tinc una mar serena…” son palabras que suenan bien. Yo hablo tres idiomas y entiendo bastante de otros dos o tres más si están cantados con claridad, y sin embargo, la mayoría de música que escucho está cantada en idiomas que no entiendo en absoluto. La voz es el instrumento que más me conmueve, pero su expresividad está en el registro, en la intención, en el timbre; no está en las palabras. Prefiero dejar que cada uno vea su propia película.

Para SanIsidro, pero también a nivel personal por tu trayectoria musical, ¿qué influencias tienes? ¿A qué se debe el cambio en tu estilo?

Desde pequeño he sido súper fan del rock’n’roll, el punk, el hip-hop y los monopatines: pura cultura pop anglosajona. Al mismo tiempo tocaba en la rondalla del colegio canciones de misa, tradicional valenciana y mozárabe; en casa tenía flamenco a todas horas. Cuando me puse a montar grupos de pequeño, eran de punk y rock’n’roll porque es lo que tenía en común con mis amigos y esa es la experiencia que compartí con ellos. En algún momento me cansé de todo aquello y dejé de tocar en bandas, y antes de eso, incluso dejé de escuchar esa música en la que ya no encontraba ningún estímulo. Cuando empecé a hacer música yo solo, descubrí que podía hacer lo que quisiera, y me dediqué a buscar lo que había perdido. Todo aquello que estaba bloqueado cuando hacía música más o menos de género salió, y ahora estoy intentando entenderlo, encauzarlo y ver a dónde me lleva. A eso se debe el cambio de estilo, a que estoy solo.

En cuanto a influencias, siempre me han interesado los artistas que hacen su propia música. Los que tienen su propio sonido y sus propios códigos. En ese sentido me interesan y me influyen más los artistas y menos los géneros musicales. Por ejemplo, me gustan mucho Curtis Mayfield o James Brown, y sin embargo, el funk en general no me interesa. Nombres que me vienen a la cabeza serían, por ejemplo: Lydia Mendoza, Silver Apples, Marika Papagika, Donovan, Las Grecas, Los Amaya (época “y su combo gitano”), Los Panchos (época Gil, Navarro, Albino), Tinariwen, Tropicalia, Ethiopiques, Erkin Korai, Bo Diddley, Captain Beefheart, Trío Matamoros, Ennio Morricone, Pérez Prado, Carlos Gardel, Lole y Manuel, Camarón, Will Oldham, Public Enemy, A Tribe Called Quest, Alice Coltrane, Los Módulos, Derya Yildirim & Grup Simsek, Om… Aunque desde hace años escucho sobre todo antologías y recopilatorios de música de cualquier país o región del mundo: Egipto, Chipre, Grecia, Turquía, Cuba, Etiopía, etc. Generalmente música antigua, de antes de la cultura pop.

«Puente de Plata» fecha originalmente de 2017, pero «Pecado de Omisión» es incluso anterior, de 2015. ¿Ésta es la ventaja o el inconveniente de trabajar por tu cuenta? Que tengas tanto tiempo como necesites para ir trabajando las ideas, o el riesgo de no tener una versión definitiva por falta de presión o fecha de cierre…

La idea original de «Pecado de omisión» se me ocurrió en 2015, pero no sonaba igual que ahora. Al principio la tocaba como una especie de tango o bolero mexicano, muy influenciado por Lydia Mendoza. No la consideraba una canción mía precisamente por eso, aunque tenía mi letra y sabía que había algo en ella que era mío, sentía que la estaba tocando con las manos de otro. Con los años fui encontrando la forma de tocarla y sobre todo de cantarla a mi manera. Hace falta tiempo para llegar a ciertos sitios. A veces sabes qué quieres decir, pero no cómo. Empiezas diciendo algo como “acabo de malgastar otro año” con cinismo, luego con resignación y al final con remordimiento. La intención con la que cantas va cambiando y también la forma de tocarla. Cuando saqué el disco anterior aún no estaba satisfecho con ella y por eso no entró.

Tú mismo has grabado todos los instrumentos. Imagino que has formado banda para trasladar estas canciones al directo. ¿Qué componentes te acompañarán?

En directo estoy trabajando con esta formación: Alfonso Luna toca la batería; José Rubio toca panderetas, panderos y sonajas; Borja Vizcaíno toca las congas, el bongo y la darbuka, y además toca el bombardino; Cayo Bellveser toca el bajo; y yo toco la guitarra eléctrica o la flamenca y canto. Cuando toco solo, hay canciones que simplemente no puedo hacer, como «La qüestió atàvica». Otras, tocadas con guitarra y voz nada más, suenan muy diferentes y adquieren otro tono, otra intención. Es interesante. Pero, al estudio vino la banda a grabar «Toca mare» y alguna cosilla aquí y allá. Borja grabó el bombardino en «La qüestió atàvica» y se le ocurrió meterlo en «Ai, valent!» también… Quedó genial, ¡le puso la guinda al tema!

Lanzaste tu EP anterior con un sello norteamericano. ¿Cómo surgió aquella relación, con una propuesta musical tan “latina” como la tuya? Por “latina” me refiero incluso a “española” si quieres, por canciones como «Los Pies de Cristo».

 Aquel primer disco lo saqué porque Peter Menchetti, de Slovenly Recordings, me convenció. Yo hacía música en casa, por mi cuenta y para entretenerme, y no tenía intención de publicarla ni de montar una banda ni nada. Pero a él le encantaban las demos que le enseñé en una de tantas veces que pasó por casa, y puso mucho empeño en hacer un disco. Lo conozco hace 20 años, ya hicimos discos y muchas giras de Wau y los Arrrghs!!! con él y con el sello. Antes de llegar con SanIsidro, Slovenly ya había editado a mega-bandas “latinas” o “españolas” o que simplemente cantan en español o lo que sea, como Dávila 666 o Los Vigilantes, Las Ardillas, etc.

Texto: Borja Figuerola
Fotos: Freya

 

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