Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
Cuando de música se trata, -y más como veterano aficionado al rock progresivo- siempre he considerado que el virtuosismo per se tiene un mérito relativo. Sea por dotes innatas o por practicar hasta la extenuación (o ambos), la pericia técnica en las artes en general y en la música en particular siempre es de agradecer, obviamente, pero si se queda simplemente en eso, la obra resultante -y por ende, el disfrute de la misma- deviene incompleta.
Para considerar a un intérprete como merecedor de mi atención -que se vende cara, llámenme exigente-, el virtuosismo no es condición sine qua non. Pero, de existir, debe ir acompañada de dos circunstancias imprescindibles: la primera, de eso tan intangible que se conoce como alma. Cambiémoslo por sentimiento, por pasión, por…ya nos entendemos. La segunda, y aunque suene a Perogrullo, de buenas canciones; y con alma, también, ya puestos.
Todo este rollo viene a cuenta de Behind the Veil, el nuevo trabajo de Jason Ricci junto a The Bad Kind. Y es que Jason puede estar considerado, con todos los méritos, uno de los mejores armonicistas de la actualidad. Pero, como vuelve a demostrar en este (soberbio) álbum, detrás de sus dotes con el instrumento hay además un talento interpretativo rebosante de emoción y una destreza compositiva de quitarse el sombrero. Y es que estos doce temas de su nuevo trabajo, siete originales y cinco versiones, son -vamos a decirlo ya no se nos olvide luego con las prisas- de lo mejor que van ustedes a escuchar en este 2023. De lo mejor en el sentido literal: de los diez mejores, tirando muy largo.
Por supuesto, habrá quien piense que exageramos. No lo piensen. Lo de este disco es algo muy serio. Y lo es por su calidad y su eclecticismo, por su frescura, su elegancia y su maravilloso sentido del riesgo. Con Ricci aportando voces en varios temas, el elenco se complementa con su esposa, Kaitlin Dibble también a la voz, Brent Johnson a la guitarra y una sección rítmica compuesta por Jack Joshua y John Perkins. Una banda sólida como una roca, a la que se añaden unos pocos invitados puntuales: la guitarra de Joanna Connor, Joe Krown en teclas varias y Lauren Mitchell en segundas voces.
Y ya desde la inicial «Casco Bay», con ese ligero aire de burlesque que reaparecerá en diversos otros momentos, las orejas del oyente se ponen en alerta. Pero el inmediato cambio de tercio con «5-10-15», el clásico de Rudy Toombs escrito para Ruth Brown (originalmente titulado «5-10-15 Hours») ya da cuenta de que nos vamos a ir moviendo por distintos derroteros. La instrumental «Baked Potato», así como la versión final del «Hip Hug-Her» de Booker T & the MGs permiten lucirse a Jason hasta límites que parecen sobrehumanos, solo para volver a esos mencionados aires de blues cabaret en «Cirque Du Soleil», asomándose incluso a zonas próximas a Tom Waits en la versión de un estándar del calibre de «St. James Infirmary». Por no hablar de lo que hace el matrimonio con sus voces en el «Terrors Of Nightlife» de Dax Riggs, gema destacada en un cofre repleto de ellas.
En fin, disco que tiene que estar sí o sí en las próximas listas de lo mejor de este año (de lo contrario, habrá que presentar denuncia al respecto) y que sitúa de una vez por todas a Jason Ricci en ese Olimpo participado por leyendas como Junior Wells, Paul Butterfield, Sonny Boy Williamson, Little Walter, James Cotton o Charlie Musselwhite.
Eloy Pérez