The Rolling Stones – Hackney Diamonds (Polydor-Universal)

Siguen siéndolos los mejores. En todo. Imparables cuando deciden ponerse en marcha, sea para realizar una mastodóntica gira, sea para publicar ¡al fin! un nuevo álbum. Cuesta recordar una campaña similar de lanzamiento, que se aparten las nuevas figuras del panorama musical. No ha faltado nada: filtraciones sabiamente dosificadas, presentaciones que captaron la atención mundial, incluso su “fichaje” por el F.C. Barcelona. Todo milimétricamente calculado y con una efectividad absoluta. Malo cuando gran parte de la promoción se basa en la edad de sus protagonistas o en los años que llevan sin ofrecer nuevo material, pero ellos están por encima del tiempo y el espacio. Así, se lleva meses hablando de este Hackney Diamonds, supuestamente producto de reuniones para componer entre los dos cabecillas eternos, Mick y Kiz, algo que raramente ha sido real. Y ya está su nuevo disco en la calle, empujando a sus fans más compulsivos a buscar la edición más chula, directo al número uno de ventas mundial fijo. Un disco que es infinitamente mejor que su último trabajo en estudio, el intranscendente A Bigger Bang, correcto. Pero que sigue lejos de sus grandes obras, se mire como se mire. ¿Más que digno? Sí. ¿Alberga buenas canciones? También. ¿Suena a los Rolling Stones que todos amamos? Bastante discutible… Glups, he usado el plural desde el principio. Podríamos reducirlo al singular sin problemas: Jagger es el mejor en lo suyo. No solo cantando como le da la gana, no por ser capaz de aguantar él solo un concierto de más de dos horas. Lo es, globalmente, por hacer y deshacer a su antojo. Y este es un disco de Mick Jagger, el mejor que ha grabado desde Wandering Spirit. Todo está a su servicio, desde una producción discutible pero ideal para facturar ejemplares como rosquillas, a unas estructuras musicales en las que todos sus acompañantes, Richards incluido, parecen funcionar a su servicio. Olviden la estéril polémica sobre el uso del famoso autotune: canta como le da la gana, consciente de hasta donde puede llegar, cómodo demostrando que lo de la eterna juventud no es un mito cuando se refiere a él. Y no, no hay temas inolvidables, sí una batería que no se ajusta al sonido Stone, riffs marca de la casa bastante dóciles y un plantel de invitados que son más un reclamo que una necesidad. Invitar a Paul McCartney a tocar el bajo en «Bite my head off» para que prácticamente no se le distinga es un buen gancho, cederle el piano al bueno de Elton John en dos piezas más de lo mismo, escúchese un «Get close» que podría ser una hermana pequeña narcotizada del «Slave» de Tattoo You. Se luce, le pese a quién le pese, Lady Gaga junto a Stevie Wonder en la extensa «Sweet sounds of heaven». Pero siempre brilla Jagger por encima de todos, sea en esas baladas arrastradas que tan bien se le dan, «Dreamy skies», o sacando el genio como en el primer sencillo, «Angry». El resto, bueno, más emocional que real: intentar comparar el groove de algo como «Mess it up» con «Miss you» es un desatino, y ese gran bajista que les abandonó (de los Stones sí se puede salir vivo y coleando) llamado Bill Wyman está oculto en la mezcla final de «Live by the sword» tras el trotón teclado de Elton… Pero no hay problema, Mick sobresale de nuevo. Como lo hace, esta vez junto a Richards, cuando se dejan de productores de moda para desnudarse a solas en el «Rolling Stone blues» de Muddy Waters. Ahí surge la magia, amigos. Guitarra, armónica y el Jagger más negro y lascivo, el que justifica que la lengua sea su logotipo. Un cierre estremecedor, que nos recuerda cómo eran esos chavales londinenses que se volvieron locos por el blues, el r&b y el rock and roll de Chuck Berry y que acabaron comiéndose el mundo. Misión cumplida, y ahora a preparar gira, no lo duden…

ALFRED CRESPO