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Cala Mijas – Mijas (Málaga)

Idles

Hacía mucho tiempo que no tenía lo que se conoce como “depresión postfestival” y eso, teniendo en cuenta lo agrio y feo que resulta ese término, es lo mejor que se puede decir tras un evento así. La segunda edición de Cala Mijas da lugar a varias conclusiones que merecen ser destacadas: Así para empezar, estamos ante una ciudad, Málaga, que entre Canela Party y Cala Mijas va directa a convertirse en referente musical, por si le quedaba alguna disciplina artística en la que serlo; por otro lado, hablamos de un festival que ha llegado para quedarse…siempre y cuando sigan manteniendo todos los parámetros mínimos que mucha gente anhelamos en otras ofertas similares. En otras palabras, que no cometa todos los errores que están cometiendo los denominados macrofestivales.

Errores –casi siempre ajenos a “lo estrictamente musical”- que todos conocemos y que nos hemos hartado de comprobar in situ y/o a leer en distintos textos; por último, la magia de la música, intangible que a muchos nos da la vida, oxígeno que hemos convertido en imprescindible. Por poner un ejemplo tonto, es por ella por la que ayer en una reunión de amigos que habíamos ido a Mijas dudábamos muy mucho en esa cuestión que alguna vez hemos tenido que responder. Ese referente a cuál de los cinco sentidos renunciaríamos.

Más de 110.000 personas (una cifra más que destacable, creo yo) nos hemos juntado durante los tres días que ha durado esta edición para disfrutar de todo lo esotérico que transmite la música, ese arte que, muy a nuestro pesar, lleva convertido mucho tiempo en un bien de lujo. Sin embargo, es muy difícil renunciar a algo que ofrece emociones tan diversas e impredecibles. En un mundo insaciable y adictivo como es este en el que vivimos, la oportunidad de vivir una experiencia en la que siempre sabes cómo entras pero nunca cómo vas a salir se antoja difícil de ignorar. Lo que está claro, y creo que estaremos de acuerdo todos los allí presentes, salvo quizá dos o tres, es que de Cala Mijas nadie ha salido encabronado, como ha pasado este año en tantas otras liturgias sonoras de mayor renombre.

Amyl and the Sniffers

Me voy a permitir la licencia de escribir de “lo estrictamente musical” por orden alfabético y no por días ni horarios, basándome únicamente en sensaciones, a conciencia de que es algo tan personal como la huella dactilar.

Acid Arab es uno de los grupos más originales que pasó por el Recinto Ferial. Una prueba más que demuestra que Francia es una fuente inagotable de la electrónica. Con su mezcla de estilos en la que la música de África Oriental y de todos los países mojados por el mar Levantino hace de eslabón para ofrecer un maravilloso show, potenciado, todo hay que decirlo, por la energía que justo antes había dejado Underworld en el ambiente.

Amyl  and the Sniffers están destinados a visitar nuestro país innumerables veces. La banda liderada por Amy Taylor, hija bastarda de Courtney Love, destila punk por cada poro. Su actuación coincidió con la caída del sol del viernes, por lo que los australianos ejercieron de inmejorables teloneros para lo que se venía.

Arcade Fire fue el primer cabeza de cartel y lo hizo con solvencia. Un conjunto nacido para el directo, donde talento y repertorio se unen en un tándem eficaz. Para nada fue un mal concierto, pero para los que los hemos visto en gira, verlos en formato festival se nos queda algo corto.

Fue tocar Baiuca y empezar a chispear. El artista gallego, anteriormente conocido como Álex Casanova, es la propuesta más innovadora de la electrónica patria -no en vano, su estilo es conocido como folktrónica-. Una mezcla de pop, tecno y tradición gallega para no dejar de moverse, lo quieras o no. Un músico, original como pocos, que estará presente en incontables festivales.

Arcade Fire

Baxter Dury fue el gran descubrimiento. El hijo del gran Ian Dury ha sabido labrarse una carrera propia alejándose de la sombra de su padre, pero cogiéndola de la mano cuando estima oportuno. Reminiscencias de Mr. Sex, drugs and rock and roll hay en cada uno de sus movimientos, pero Dury ha sabido actualizarse de forma elegante.

Belle and Sebastian es sinónimo de buen gusto. La banda escocesa exuda alegría y es una apuesta segura. Sin embargo, verlos en directo es como rodar por un monte cuesta abajo mientras atardece, algo que choca con verlos a la una de la mañana de la última jornada. Allá donde vaya B&S estaré presente, pero a esas horas el cuerpo, el alma y la mente me pedían otra cosa.

The Blaze se encargó de clausurar esta edición y de cerciorar, si es que hacía falta, la calidad de éste. Artistas totales, los parisinos se ganaron un buen puñado de nuevos fans, incluido el que escribe estas líneas. Un dúo con un universo propio que ejerce de simbionte en nuestra mundanidad y nos hace sentirnos especiales sin saber muy bien por qué, ni falta que hace.

Cala Vento, Charlie Cunningham y Cupido son tres alternativas interesantes en cualquier evento. El gran problema fue su temprano horario, en plena tarde y con un calor considerable. Tres actuaciones ante un recinto aún a medio del medio gas que no desentonaron para nada. Ya lo decía un sabio: tan importante es que mil persona griten tu nombre una sola vez como que una persona grite tu nombre mil veces.

Florence and the Machine

Florence + The Machine era seguramente el plato fuerte del festival. A su magnetismo y popularidad se unía que era el último concierto de una gira que ha tenido que cancelar de forma forzada, lo que convertía su actuación en un acto de culto. Aunque he de reconocer que no soy target de Florence Welch ni que su arte me transmite lo que transmite a tantísima gente de mi alrededor, presenciar la energía que destila y observar a las primeras filas a las que la británica toca, abraza y mira a los ojos es una experiencia majestuosa. Lloros de fans, de amigos de fans y de la propia Florence. De nuevo, ese poder inexplicable.

A Foals lo he visto varias veces y cada vez me dicen menos. Un concierto bisagra completamente olvidable de una banda que, o da pronto un paso adelante, o se quedará en un wannabe que, por supuesto, seguirá actuando en festivales.

Quizá parte de culpa de lo anteriormente mencionado la tuvo Idles, quienes tocaron justo antes. Ver a Idles provoca la misma sensación que ver a Florence pero desde el lado opuesto. Como un reloj de arena. Si Florence te deja vacío, la banda de Joe Talbot te recarga como las espinacas. Pogos mediante, los de Bristol son mejores cada día que pasa. Una furia tan intensa como contenida en la que el amor por este mundo se mezcla perfectamente con las ganas de verlo arder.

Jose González

José González ocupó el lugar que debía ser de Belle and Sebastian. El cantautor sueco es magnífico en su estilo y ejerció de gran abrelatas para el sábado, a priori el día más tranquilo. Su presencia en el escenario, sin nada que lo acompañe salvo su guitarra, transmite una calma a la que el atardecer acompañó como si fuera parte de su inexistente banda.

A La Plazuela no los vi, pero la gran cantidad de gente que iba con sus camisetas me hace entender que su incursión en esta edición fue un gran acierto.

La de M83 fue la mejor actuación del festival. De principio a fin. La atmósfera que crean es tal que se te pone el corazón de gallina. Una banda que, al tocar la primera nota, parece que se multiplica como un ninja y te rodea hasta absorber la última gota del alma. Desde “Water Deep” a, sobre todo, “Outro”, la sensación era de estar en medio de seis escenarios. Un ritual de esos que recuerdas desde el subconsciente. De los que quizá no sepas explicar pero que pueden aparecerse en tus sueños. Algo único.

Metronomy estuvieron correctos, pero, al igual que le pasó a Moderat, no desprendieron la magia ni de M83 ni de The Blaze. No fueron para nada malos bolos, pero si en el país de los ciegos el tuerto es el rey, la persona con mejor vista del mundo no puede igualar a Superman y su capacidad de ver a través de los muros.

La de Nu Genea fue una actuación acordé al ambiente del festival. Una hora y poco estupenda para olvidarse de todos los problemas y dejar que las emociones positivas se adueñen de uno.

Siouxsie

Siouxsie demostró que ha ido calibrándose con el paso del verano. Si en Noches del Botánico su actuación fue algo irregular, en Cala Mijas estuvo soberbia, como la reina punk que es. Esperemos que siga girando porque uno no puede irse de este mundo sin presenciar una actuación suya.

The Strokes es una bandaza y siempre lo ha sido, digan lo que digan. Sin embargo, ese núcleo inestable como era el de Chernobyl,  llamado Julian Casablancas tiene que ser un quebradero de cabeza para todo el que le rodea. Un concierto en el que falló el sonido durante las primeras canciones, donde su cansino líder se dedicó a decir incongruencias con acento mejicano. Cuyo único acercamiento al público fue para insultarlo. Un setlist extraño hasta sus tres últimas canciones (“Reptilia”, “Hard To Explain” y “Is This It”) y una banda que, ajena a su vocalista, hace lo que puede y lo hace de puta madre, porque es una bandaza y siempre lo ha sido, digan lo que digan. Algo así como hacían los Doors con Morrison, salvo que a Casablancas hoy en día poco o nada le salva su carisma.

The Strokes

Y, para cerrar esta crónica y por orden y gracia del alfabeto, Underworld. Olviden todo lo leído hasta ahora, si han tenido la bendita paciencia de llegar hasta aquí. Lo que hace el dúo conformado por Karl Hyde y Rick Smith es una oda a todo lo excitante que tiene la vida. Una liberación interminable de serotonina. Un setlist que solo con sus tres primeros temas te convierte en títere y esclavo de lo que ellos consideren. “Juanita 2022”, “Two Months Off” y el “Dark & Long (Drift 2 Dark Train)” en el que Renton pasa el mono. Una canción que transmite de todo menos sufrimiento, aunque todos lo asociemos a ello gracias a Danny Boyle y Ewan McGregor. Una oda al hedonismo, al nihilismo y a todos los “ismos” que tanto anhelamos y que no se enseñan en los colegios. Si pudiera elegir, viviría permanentemente en una gira de Underworld.

Y esto ha sido, en resumidas cuentas, lo que ha dado de sí esta segunda edición. Todos repetiremos, con la esperanza de que, dentro de un año, todo lo relacionado con Cala Mijas siga exactamente igual. En su mano está.

 

Texto: Borja Morais

Fotos: David Pérez Marín

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