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Sindicato Del Drone, la calidez de una sola nota

 

Hace décadas que ciertas vertientes de la música folk vienen nutriéndose de minimalismo, ragas hindúes y drones universales, a más de hacer suyo el hoy manoseado American Primitive como lo que siempre fue, en palabras de John Fahey: “primitive is untaught”, música no instruida. En Norteamérica, a principios de este siglo, esa tendencia cristalizó en la llamada New Weird America, escena dispersa, con arterias y bifurcaciones que llegan hasta el día de hoy. En Argentina, donde tradición y vanguardia siempre gozaron de buena salud, esa intersección ha dado lugar a un sembrado cada vez más variado y absorbente. De los implicados interesa mencionar al experimentado guitarrista Mariano Rodríguez, con discos en la estela del sello Takoma, y presencia en recopilatorios de guitar soli; Jonah Schwartz, banjoista de Filadelfia, afincado en Buenos Aires desde hace dos décadas, con varios proyectos a sus espaldas (Springlizard y Diente De Madera); y Fede Fossati, lutier, multiinstrumentista y fundador de uno de los primeros proyectos argentinos dedicados enteramente al drone: Pandelindio.

«La primera vez que nos juntamos los tres fue más en plan free folk, en un concierto mío en una librería de San Telmo», cuenta Mariano. El recuerdo de aquel momento en agosto de 2013 goza de un especial afecto entre ellos. Fue el guitarrista, según ratifican los demás, quien les invitó a subir al escenario a improvisar. Para Jonah la coincidencia fue espontánea: “Cada uno venía de una búsqueda entorno al drone, particularmente Fede con su proyecto Pandelindio”. Mariano constata que fue un proceso natural: “primero como sustentación de las melodías o de las improvisaciones que tocábamos, Jonah y yo con las guitarras, y Fede con sus flautas y arpas, hasta que decidimos apostar al “drone duro” como nos gusta llamarlo”. Después de ese primer hito, el trío coincidió en otras fechas, en directo y en estudio, haciendo ajeno lo propio y forjando una afinidad a la que se sumaron, en un ambiente colaborativo ilimitado, colegas como Pablo Reche (veterano de la escena experimental) o Nicolás Aimone (Acantilados).

El nombre del proyecto surgió en mayo de 2022 durante los días previos a un concierto en la zona Sur del conurbano bonaerense (de la que proceden Mariano y Jonah), donde se trataba de juntar acompañantes para una tocada de Mariano. Al final de la cuesta abajo del encierro por la dichosa pandemia, el entusiasmo por acudir a la cita creció, la voz se corrió y el cuadro fue ocupado por más de veinte músicos y un montón de público. Para entonces, en redes sociales, el cartel ya se venía anunciando coronado por el Sindicato Del Drone. Inspirado en el Dream Syndicate de La Monte Young, Tony Conrad y compañía, el nombre del colectivo podía ser también un homenaje, teniendo en cuenta la congregación ingente de instrumentación exótico-campestre, mayormente cuerdas (una montaña de guitarras acústicas, autoarpa, n’vike, dulcimer, armonio, varias shruti boxes), a más de saxo, shenai, flauta, percusiones variadas y algún instrumento que se sale de cualquier categoría, como la manguera ululante, que hizo también de corneta. Por los dejes de los vientos, el Coltrane modal hurtó a ratos el ambiente, ya de por sí inestable, aunque el núcleo duro del mastodonte, las capas de sonido que se iban incorporando, podía recordar más a las derivas de Terry Riley. Tampoco es casual, este en 2017 estuvo dando en Buenos Aires un workshop sobre música clásica del Norte de la India, al que asistieron Jonah y Fede.

Con el Sindicato Del Drone la escucha entra en un espacio encantado, diferido del tiempo real, que constata la precariedad y futilidad de cualquier instante, y cuestiona los esfuerzos formales del ego individualista. El desasimiento oriental, la inmersión en la consciencia auditiva, lo que se ha venido a llamar “escucha profunda” (deep listening), por mucho que hiera la sensibilidad del pensamiento materialista, no es sino la igualación de adentro con afuera o del ánimo con la realidad. “Si uno escucha profundamente, la vida es un drone”, dice Fede. Parece indiscutible que la naturaleza drónica tiene su raíz primaria en el ambiente intrauterino. Pero además, para Mariano “es un ejercicio de renuncia consciente. Al contrario que en los procesos musicales convencionales donde los elementos son “aditivos”, en el drone son más de índole “sustractiva””. En este sentido, admiran el trabajo de bandas supervivientes de la Weird America como Pelt y Spiral Joy Band, y otras europeas, más oscuras y sofisticadas, como Hellvete o Sylvester Anfang.

Para su registro, todos los recitales del Sindicato están siendo grabados y subidos a Bandcamp, con su número de volumen correspondiente (actualmente van 10), y un título inspirado en un texto sagrado, esotérico o religioso. Fede cree que la atracción del drone no es una decisión, sino algo “natural”. Jonah incide en la posibilidad de “gozar de la calidez de una sola nota y poder quedarte ahí”; suerte de juego predicable de tocar un instrumento (la doble acepción del “play” anglo), elemento puramente lúdico y placentero, fin en sí mismo que corporeiza el amateur. Pulsar sonidos tan básicos que cualquier persona pueda unirse y tocar, tanto es así que por las filas del Sindicato han pasado más de 70 personas. La evolución del colectivo ha sido fulgurante después de aquella primera cita de 2022, si bien tardó en arrancar. Tras dos volúmenes con menos de una decena de ejecutantes y casi como ejercicio de seguimiento, la cuarta entrega, celebrada en junio pasado, con una orquesta de quince, volvió al ambiente distendido y polimorfo de la cita fundacional.

Para el quinto y sexto volúmenes, el colectivo se desdobló en dos secciones, tocando el mismo día en Bariloche y en la capital (museo MACBA). Pero el punto de quiebre lo conformaron sendos conciertos en Artlab, local señero de la escena electrónica de la capital, en el que el Sindicato se presentó en formato reducido, de septeto y octeto, y con tres sintetizadores, a más de la habitual alfombra de shrutis y arcos. Algunos problemas con la amplificación en la primera cita fueron solventados en la segunda, más el agregado de arpas pitagóricas martilladas, en una versión expresiva del colectivo, que hubiera hecho las delicias de Steve Reich o Tortoise. Entretanto, otra vuelta de tuerca del Sindicato, con sintetizadores y cintas magnetofónicas, tuvo lugar en Bariloche, pero lo trascendente es que la repetida visibilidad en Artlab llevó al colectivo a actuar el pasado mes de agosto en el Festival Ruido 2023 de Buenos Aires, siendo una de las atracciones del cartel. Con una alineación de quince ejecutantes y la vuelta a los instrumentos acústicos (shrutis, arcos, n’vikes, órgano…), la actuación se comprimió con un tratamiento formal, estático y ordenado, en el que las entradas y salidas estuvieron determinadas de antemano. Dado el marco festivalero, cierto espíritu de divulgación sobrevoló la interpretación del colectivo, que mantuvo el cronómetro alrededor de los ya habituales treinta minutos.

Debajo de la ilustración de una shruti box, todos los posters de los conciertos del Sindicato rezan “El sonido dignifica”. El lema no solo confirma el sutil sentido del humor del conurbano bonaerense sino que alumbra en dos palabras la bajada hasta el grado cero de la música que el drone implica, descubriendo un terreno infinito para el desarrollo sensorial y una suerte de cultivo ligado al lenguaje del espíritu: allí donde todos somos oídos y ejecutantes, sonidistas y músicos.

Texto: Tony Ruiz

 

 

 

 

 

 

 

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