Ha llegado un punto en el que da igual lo que King Gizzard toque, pues su triunfo, como la San Miguel, se cuenta allá por donde pasa la banda. Y esto tiene un merito irrefutable, pues no se conoce banda alguna que haya alcanzado ese estatus, ni ahora ni antes. Podríamos hablar de Grateful Dead, de la filosofía de cambiar el repertorio de una noche a otra y tantos otros hitos. Pero lo de Gizzard va más allá, porque lo de ellos ha sido al margen de la industria, retorciendo su propuesta valiente a cada paso y con el riesgo de saturar al oyente con tanto álbum publicado en tan poco espacio de tiempo (24 discos de estudio en menos de 14 años de carrera).
Preguntabas a la gente, «¿cuál es tu disco favorito suyo de 2022?». Y la mayoría no había escuchado esos discos en profundidad. Pero luego les veías centrados en el recital, apurando cada nota como si fuera la última, ya fuese jazz, rock progresivo, garage, sicodelia, funk o thrash metal; y todos y todas bailaban, sudaban, celebraban la vida. Jamás vi algo parecido. Si bien es cierto que la banda sabe cómo enlazar un tema tras otro, sin dejarte pensando que quizás aquello u otro hubiera funcionado mejor, obviando el material realmente marciano y retorcido a niveles enfermizos. Música en su estado más alto artísticamente.
¿Quieren saber qué repertorio atacó la banda? Vayan a Setlist.fm y lo tendrán a su disposición. Aquella fue una ceremonia para volar y dejarse llevar; medicación sin necesidad de medicarse. Disparo a quemarropa; casi dos horas y bum, final sin bises. Algunos salimos corriendo a la feria del disco ambulante de la banda, donde se hallaban directos exclusivos, singles, posters y varios de los trabajos oficiales envueltos en una bolsa de papel. Otros siguieron con su «particular» celebración. Lo dicho, jamás hubo otra banda como ellos, para bien y para bien.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Fernando Ramírez
