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Iggy Pop – Starlite Occident (Marbella)

 

 

El icono del punk-rock más emblemático, salvaje e influyente de la historia, Iggy Pop, aterriza con su banda en la espectacular cantera de Nagüeles, idílico paraje de Marbella donde, entre montañas, la música roza el cielo estrellado, verano a verano.

Todo bajo el sello de indiscutible calidad de Starlite Occident, un glamuroso festival boutique que cuida hasta el último detalle y presenta un ecléctico cartel para todos los públicos, y que, esta noche, va a vivir una histórica (e inesperada para muchos), sacudida escénica y sonora de la mano del padrino del punk. Quizás no fuera el lugar más adecuado para desatar y disfrutar del espíritu de los Stooges, pero ese contraste era parte de la inolvidable experiencia: aullidos, desenfreno y escupitajos a cámara, entre postureo cargado de lentejuelas y reservados con champán.

Todo artificio iba a tardar muy poco en saltar por los aires en esta XII edición de Starlite. Se apagan las luces, sale la banda y suena la inquietante y atmosférica “Rune” de Noveller, con la propia Sarah Lipstate rasgando la eléctrica y pisando pedales, colaboradora de Iggy desde el espacial “Free” (2019) de la Iguana. La pieza espectral llega a su fin, late fuerte el bajo y la batería, se hace la luz y entra Iggy como un diablo de Tasmania, fundiendo con “Five Foot One”, haciendo que se tambaleen los riscos de Nagüeles y lanzando a los pocos segundos el chaleco al aire. Sesión de vientos que escupe fuego y banda al completo (siete músicos sobre las tablas) en combustión instantánea con el primer clásico de los Stooges de la velada, del “Fun House” (1970) un apoteósico “T.V. Eye” que levanta a los fans de los asientos tras el inicial grito: “Lord!”, huracán de riffs y alaridos de Iggy a pecho descubierto y tumba abierta; provocando, por otro lado, los primeros sudores y ojos en avanzado estado de fuga de las órbitas de “gente bien”, que no sabía a lo que venía…

He leído muchas tonterías efectistas, facilonas y con muy poca clase sobre el aspecto físico de Iggy Pop, como: “sus carnes en descomposición al aire”, o que alguno entró en “shock tras ver un cuerpo decrépito” en el escenario… 76 años de pura vitalidad, carisma a raudales y voz en perfecto estado. Iggy escupe al ojo inquisidor de la cámara que lo persigue en “T.V. Eye” y a la cara de los que no se miran al espejo y solo quieren ver cuerpos jóvenes y esculturales bajo los focos.

Y aunque podría vivir del glorioso pasado que ha labrado en una carrera que va de camino a las seis décadas de actividad artística, no lo hace, regalándonos este año un enérgico y sobresaliente decimonoveno álbum de estudio, “Every Loser” (2023), del que interpretan una espléndida “Modern Day Rip Off” que bien podría haber encajado en su etapa más cruda y animal. Allí nos dirigimos y ya no hay vuelta atrás, la noche de cabeza a las fauces felinas del que quizás sea el disco más afilado y explosivo de los que grabó junto a sus Stooges, un “Raw Power” (1973) que cumple cinco décadas y del que celebraremos hoy hasta cuatro zarpazos directos al corazón. Dos disparos a quemarropa y terremoto total: la titular “Raw Power”, que levanta definitivamente a los verdaderos seguidores, cantando a pleno pulmón y saltando sin parar (la organización y el personal de seguridad, en una batalla perdida, luchará por sentar al público más ferviente tras cada tema) y, compañera de surcos, la luna pide peligro y eso le da Iggy con una siempre memorable “Gimme Danger” a la que nos aferramos con uñas y diente para que no termine nunca.

Pocos (o nadie) poseen un arsenal de hits tan fulminantes, y los fuegos artificiales continúan con la pegadiza y esperada “The Passenger”, que canta Starlite al unísono como si no hubiera mañana, seguida del adictivo y relampagueante chute de “Lust for life”, fraseos y ritmos sudorosos que se nos cuelan por las venas como un tren sin frenos.

Volvemos a por una segunda dosis de “New Values” (1979) y cogemos aire en la magnética oscuridad y brumosa calma de una “The Endless Sea” que nos empuja mar adentro y, desde allí, sin hacer pie y ya con la orilla inalcanzable, un penúltimo bombardeo sin piedad bajo las estrellas que haría temblar los cimientos del mismísimo juicio final: directos al abismo y puro azufre con una “Death Trip” a la que nos subimos en marcha sin pensarlo, para descarrilar a fuego lento en la abrasiva y venenosa de “I’m Sick of You”, con Iggy desgañitándose y la banda siguiéndolo a una en un acelerón final de infarto; y cuando ya habíamos rozado el cielo y el infierno, queman las naves y completan el póker ganador con dos masterpiece que parecen emerger de las entrañas de fuego de un dragón o del mismísimo centro de la Tierra: “I Wanna Be Your Dog” y “Search and Destroy”.

Lujuriosa balacera sónica con Iggy contoneándose, correteando, saltando, lanzando patadas al aire, bajando del escenario y cantando entre las primeras filas con energía y poderío a sus, sí, 76 años. Si esto es un cuerpo decrépito, dame peligro, todas sus arrugas y las mil vidas que siguen ardiendo en cada una de ellas. Incombustible y eterno.

Se marchan del escenario unos segundos y, tras una estruendosa ovación, reaparecen con la hipnótica y serpenteante sensualidad de “Mass production”, para desatar a continuación una tromba de lava ardiente y bailar sobre nuestras futuras tumbas al son de “Down on the Street” y “Loose”. Parecía que las dos piezas del monumental y apocalíptico “Fun House” (1970) serían el cierre de oro definitivo, pero a Iggy le queda cuerda para rato y nos remata a bocajarro con otro cóctel molotov en llamas de su flamante “Every Loser”, una guitarrera y acelerada “Frenzy” que nos lleva por delante y centrifuga por dentro.

Se despide sonriente, agradecido y con un cariñoso: “¡qué os jodan!”. Sigue siendo el puto amo y muy probablemente nos enterrará a todos.

Texto y fotos: David Pérez Marín

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