La mayoría de reseñas de festivales son hoy, en el mejor de los casos, una gris recopilación de mejores (y peores momentos); en el peor, un listado de todos los problemas de organización que han tenido que sufrir los asistentes. Un buen resumen del Canela Rock sería que en su caso no tiene sentido ni una cosa ni la otra, no porque la música no importe, sino porque la experiencia Canela es mucho más, y porque con mano izquierda y transparencia son capaces de sobreponerse a todas las dificultades organizativas. La famosa fiesta de disfraces de la última jornada es solo la expresión más visible del que seguramente sea hoy por hoy el mejor festival de España, por diversión, comodidad y su capacidad de diseñar carteles casi perfectos sin necesidad de recurrir a viejas glorias ni nombres hinchados. Además, mientras que la mayoría de festivales de rock suelen convocar a un público de cada vez mayor edad, el Canela muestra que hay relevo generacional.
Ahora sí, hagamos el gris recuento de mejores y peores momentos. La inaugural jornada del miércoles, de entrada libre y carnaval infantil, mostró su voluntad de convertirse en un día más de festival a la altura del resto, con Panda Bear & Sonic Boom paseando una vez más su apasionante Reset, Alien Tango mostrando por qué son uno de los grupos de origen nacional más originales del momento (¿es Todd Rundgren lo que escucho? ¿Es Mr. Bungle?) y La Trinidad defendiendo Sheriff playa, uno de los discos españoles del año. Rocío Márquez siempre hechiza aunque quizá el Canela no era el mejor lugar para pasear su proyecto con Bronquio, y Nilüfer Yanya se quedó un poco corta con su propuesta.
Con pasarse un rato por el festival durante el jueves uno puede saber de qué va el rock hoy, con una secuencia que unió a Dry Cleaning, Black Midi, Shame y Squid (además de Karate a primera hora) que justifica por sí sola el precio de la entrada. Quizá sobresaliesen los dos del medio, Black Midi por su capacidad de sorprender con cada giro de sus canciones y Shame con un show que arrasó al público del Canela. Quizá Squid fueron demasiado cerebrales para cerrar la tanda, a pesar de que O Monolith es uno de los discos del año. También jugó la hora en contra de Pony Bravo, que parecían destinados a cerrar la noche y sirvieron como apertura de fiesta junto a Pantocrator, himno generacional desmañado tras himno generacional desmañado.
Otra tanda perfecta fue la de Osees, tremendos y retumbantes, un Nick Waterhouse mucho más animado que en otras ocasiones presentando el notable The Fooler y Biznaga en uno de los mejores conciertos que les he visto (y no son pocos). Agradable sorpresa la de Porridge Radio y unos The Notwist que han envejecido como el buen vino, así como las canciones de Las Ligas Menores, himno generacional (menos desmañado) tras himno generacional (menos desmañado).
Y el sábado, el pitote final, con trazas de apocalipsis. Tras el fantástico concierto de Mujeres, una tempestad casi se llevó por delante los miles de disfraces del Canela, lo que obligó a recortar cartel y a suspender el festival durante casi tres horas. Bastó con que King Gizzard & the Lizard Wizard pisasen de nuevo el escenario para que todo se olvidase, gracias a un show al grano centrado en Omnium Gatherum y la concesión final con «Rattlesnake»: tenían ganas de dejarse querer, como mostró que ellos mismos instigasen el canto hooligan desde el escenario. Cave In, The Savy Fav y Carpenter Brut redondearon una noche que salvó todas las dificultades. Podría decir que hay que ir al Canela antes de que se eche a perder, pero confío tanto en la organización que sé que nunca dejará de ser lo que es. Un auténtico pitote.
Texto: Héctor García Barnés
Fotos: David Pérez Marín
