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Vida Festival – Masía D’en Cabanyes, Vilanova i la Geltrú (Barcelona)

SUEDE al Vida Festival de Vilanova i la geltru,
30/6/2023
FOTO: MARINA TOMAS ROCH

Vida Festival ofreció la jornada del jueves al menos tres envidiables platos fuertes: Núria Graham, Julieta Venegas y La Casa Azul, estos últimos con una imponente puesta en escena. Fue una jornada un tanto en remojo en su tramo final (con las cancelaciones de Lori Meyers, Habla de mí en presente y los djs posteriores) pero no cundió el pánico ya que el sol lució en las dos siguientes jornadas festivaleras.

El viernes, el Niño de Elche se presentó sobre el mediterráneamente atrezzado escenario El Vaixell, de blanco impoluto y con acompañaniento austero. Guitarra y dos cantaores de apoyo para dar forma a un muestrario de su virtuosismo marciano, capaz de alternar lo sublime con lo casi ridículo: puede acabar unas alegrías arrancándose por el beat box o recrearse en algo cercano a los balidos ovinos que hubieran provocado una fatwa purista en otro entorno menos propicio. Afortunadamente, no fue el caso.

La noruega Aurora desplegó su electropop etéreo de la más pura escuela escandinava con encanto y desparpajo. Alegría contagiosa y algún tema, como el muy destacable “Runaway», de los que trascienden de verdad. No importa cuándo se lea esta crónica: las banlieues parisinas estarán ardiendo por motivos probablemente justificados. De igual manera, siempre habrá una formación del país de Molière explotando el gusto del público por la música de baile de sabor retro. En el caso de L’Impératrice, la cosa va de fusilar con solvencia festivalera la obra de Nile Rodgers.

 

Aurora

Y el plato fuerte del viernes salió a matar. Consciente del buen momento que viven Suede, Brett Anderson nos dejó noqueados. La batería de hits de la banda británica es incontestable. No se les puede negar su reivindicación a capa y espada del glam rock en discos iniciales de los noventa como ‘Suede’ y ‘Dog Man Star’, pero está claro que el éxito real les llegó luego, a partir del ‘Coming Up’, ahí ya transformados en estrellas del brit pop que incluso podía sonar en radiofórmulas. Nos encanta que ahora se les reivindique porque durante muchos años la batalla British parecía centrarse simplemente Blur vs Oasis.

El viernes en el Vida Festival constataron lo que muchos ya sabíamos: que su repertorio es envidiable pero también lo es la actitud del que podríamos decir es el mejor frontman del brit pop aún en activo, Mr. Brett Anderson. Arrancar en la primera parte del repertorio apuntando ya a canciones clásicas como ‘Trash’ o ‘Everything will flow’ hace que te ganes ya al público. Ante tal torbellino de frontman, el resto de la banda asume estar siempre en un eficaz segundo plano. Ojo, con esos siempre necesarios solos de guitarra de  Richard Oakes, aquel fan casi imberbe que se acabó convirtiendo en miembro de la banda tras la marcha del magnífico Bernard Butler. Brett canta y llega a los falsetes de manera más que digna, y se mueve como un auténtica bestia parda.

Y, por eso, tira de sus postureros clásicos: cantar subido al ampli, liarse el micro al cuello, bailar sin tregua moviendo sus estilizadas caderas y, oh, sorpresa para todos, bajar al público como cuando cantó The Drowners, mientras todas las y los boomers lo intentaban tocar, cual mesías. Vamos, que se gana el caché y suda de lo lindo su camisa, de manera no solo metafórica sino literal. Tan Apolíneo y elegante como siempre, Brett volvió a conquistar a hombres y mujeres. Es lo que tiene el glam. La buena racha sigue para ellos, como evidencia su último e inmediato disco; ‘Autofiction’, el cual contiene joyas como ‘She Stills Leads on Me’, que también tocaron.

Suede en el escenario derrocharon más rock n’ roll que nunca, en un concierto que levantó al personal y pasó como un suspiro. Sonaron muchas canciones de su primer disco “Suede” como “I can’t get enough”, “New Generation” o “So Young” y es normal; para algo es de sus mejores álbumes, junto a ‘Dog Man Star’. Sí, repertorio previsible pero ideal para lucirse en un festival como el Vida y un Brett Anderson que incluso superó con su actitud escénica las altas expectativas que ya teníamos los que le vimos el año pasado en Razzmatazz. Acabaron bien arriba con ‘Beautiful Ones’, para luego rematar sacándonos a todos la lagrimilla con la hermosa balada pop ‘Saturday Night’. Sí, caímos en la maldita nostalgia por el tiempo que pasa para todos nosotros menos para él, para Brett Anderson: una bestia parda en el escenario, nuestro extraño caso de Benjamin Button del indie.

The Gulps

Teníamos ganas de The Gulps pero no podíamos irnos del brillante bolo de Suede. Así que lo poco que pudimos ver del final de su actuación nos dejó claro que Alan McGee sigue teniendo buen ojo para sus fichajes estrella, y este combo de rock español-francés-italiano-libanés lo es. La fiesta siguió unas horitas más, y nada como los ritmos afrobeat y funk de la angoleña Pongo para que el personal lo diera todo bailando.

Y llegamos al sábado tarde. A primera hora y bajo un sol abrasador, Queralt Lahoz ya puso patas arriba el escenario La Masia con su híbrido entre flamenco, hip hop y eurodance. Es el momento de propuestas como la suya, y tiene todos los números para dar la campanada. A nuestra ilustre vecina de Santa Coloma le sobran el carisma, la presencia y el poderío vocal que se le presuponen a una estrella. Y canciones como “De la cueva a los olivos” y “No me salves” conectan de lleno con el respetable.

Tim Bernardes

De vuelta a la barca mediterránea, el paulista Tim Bernardes aparece, como salido de una película de Wes Anderson y arropado por una reverb que haría las delicias de Julio Iglesias. Estaba cantando, este es su espacio pese a la molesta gente que nunca cesa de hablar en voz alta en conciertos de formato íntimo. Con todo, se mete al público en el bolsillo con la dulzura propia de los grandes cantores brasileiros.

Sorpresa al constatar lo bien que funcionó lo que a priori tenía números de convertirse tan solo en una reunión de nostálgicos de La Costa Brava. O, lo que es lo mismo, de fans del gran Sergio Algora y del buen pop de la era boomer. Pero la formación en la que militan Ricardo Vicente y Fran Nixon demostró en este concierto tan exclusivo que su pop también puede encandilar a las nuevas generaciones.

La Costa Brava

Estas, que igual venían más a ver a Dani o a La Plazuela, acabaron fascinados con la energía y la magia pop de la formación. Y es que cuando gestas un pedazo de himno irónico como ‘Adoro a las pijas de mi ciudad’ esa canción se convierte en todo un clásico. Nos quedamos con la bella estampa de todos los asistentes cantando su estribillo: “las chicas modernas enseñan las piernas, las chicas de barrio levantan las manos.”

Jorge Drexler atrajo a una numerosa legión de fans nada sospechosos de ser habituales del circuito festivalero, a quienes no defraudó con su versión avanzada del cantautor, que bebe de fuentes jazz, pop, electrónicas y tradicionales latinas.

Spiritualized

Resultó como mínimo sorprendente, en el contexto del evento musical dirigido a miles de personas, contemplar la muy estática disposición escénica de Spiritualized, con su líder Jason Pierce sentado en una esquina del escenario. La pared de sonido característica de los de Rugby no pareció conectar con el público casual, aunque aproximaciones a la balada rhythm’n’blues como “I’m your man” o “Soul on fire», con exhibición vocal del trío de coristas presente, evidenció lo seductor de la porción más accesible de su cancionero.

Tras ver el rock desde Chicago de DEHD que no nos convenció  demasiado, nos acercamos a Dani, una de las artistas pop revelación de este 2023. La gallega parecía sufrir algunos problemillas de voz pero está claro que congregó a un público más que considerable.

The Libertines

Aterrizamos, al fin, en otro de los platos fuertes del día: The Libertines. Tras años de inactividad por las adicciones que ya conocemos de Doherty, este regreso coincidiendo con el ¡20! aniversario de su disco ‘Up the Bracket’ les ha sentado la mar de bien. Nada que ver con su show en el Festival SOS de Murcia de 2016, pues aquello fue bastante irregular. Quedó claro que la batuta la lleva en estos momentos el también cantante y guitarrista Carl Barât, aunque Doherty siga siendo el otro cincuenta por ciento. Carl, el mismo que no solo le perdonó las mil y una perrerías (robo incluido) a su amigo Doherty sino que sigue demostrando la complicidad vocal y guitarrera que tiene con él.

Todos esperábamos que hicieran gala de sus famosos estribillos cantados a coro en un mismo micro y así fue. En esos momentos veíamos en escena a un par de amigos con el mismo acento cockney de siempre, casi ininteligible. Unos chicos que se adoran pese a todo, porque han pasado media vida juntos. Lo suyo va más allá del punk que les caracteriza, gracias a un sentido melódico y pop que sigue imperecedero. Tras verlos, evidenciamos que el espíritu ‘libertine’ sigue vivo. Y este no es otro que el de elaborar un punk rock directo y repleto de romanticismo lírico, con canciones de no menos de tres minutos y  evidentes tintes pop.

En el escenario beben tanto de The Clash (para algo su productor fue Mick Jones) como del ideario de una Albion que todavía mitifican, esa Inglaterra romántica de Oscar Wilde. Los ves tocar y aún alucinas con su espontaneidad, pues aquí aún se improvisa más que se toca, y te conmueve corroborar que esa camaradería inicial sigue en pie. Con los años, hasta su batería Gary Powell parece haber mejorado y John Hassall sigue igual de discreto al bajo. Pete y Carl, siempre en primera fila, llevan las riendas de un sonido que fue de menos a más. Además del punk directo que les caracteriza (la blasfemática ’What a Waster’ o la trallera ‘Horrorshow’, por poner dos ejemplos); cabe destacar sus solventes melodías pop made in Britain en canciones como ‘What Katie Did’, “Music When The Light Goes Out” (coreado por el público) o  “What became of the likely lads”.

The Libertines

Quizás nadie en la prensa especializada les sitúe ya en el podium de mejores bandas de rock, ni lo pretenden. Pero sí entre las más verdaderas y urgentes. Su hechizo es ese, y la magia que destilan Doherty y Barat juntos. Nos congratuló observar algunos pogos excelentes en la primera fila, e incluso se arrojaron algunos vasos al escenario. Eso sí, de plástico, que esto es el Vida de Vilanova y no estamos en Londres. Lo digo porque allí, en un concierto de los mendas hará ya más de una década, volaron botellas de vidrio por encima de nuestras jóvenes cabecitas. Aplaudimos, eso sí, la era del reciclaje medioambiental. Y sí, asistimos a besos y abrazos entre Pete y Carl, con lo que parece evidente que este retorno no es solo por un tema de marketing sino que realmente estos “Boys in the band” (tema que también sonó) pueden tener una segunda vida como formación, más allá de los vaivenes y adicciones de Doherty, que ya parecen superadas.

Todavía los necesitamos, así que solo esperamos que, tras este digno bolo, se animen a editar nuevo disco. El año que viene Vida Festival cumplirá una década de conciertos y allí esperamos volver, a un festival que para los mediterráneos supone el pistoletazo real del verano y que aún se resiste a caer rendido en los brazos de la masificación.

Texto: Pepe Velasco y Alicia Rodríguez

Fotos: Marina Tomás Roch

 

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