Esta semana pasará a la historia por dos acontecimientos totalmente insólitos: la confirmación de vida extraterrestre por un lado y la asistencia a un concierto sin móviles por otro. Como de lo primero aún hay mucho por revelar vamos a centrarnos en lo segundo, que para eso estamos en estas líneas.
Llegaba Placebo a unas Noches del Botánico cuya edición da sus últimos coletazos y lo hacía con el cartel de no hay entradas colgado desde el principio. Son muchos los que afirman que ha sido el bolo que más expectativas ha generado. Sin embargo, no tengo yo muy claro que esas expectativas acabaran por saciarse, no porque los británicos (europeos según Brian Molko) dieran un flojo concierto, nada más lejos de la realidad, sino por un setlist que poco ha variado en este último año. Si hubiera escrito una crónica de sus conciertos del año pasado en el Mad Cool o en el BBK la hubiera puesto aquí tal cual, con toda la tranquilidad y todo el morro del mundo.
Uno entiende que este concierto aún se encuentra dentro de su gira de presentación de Never Let Me Go, su último álbum, pero no que la mitad del repertorio sea de un último disco que se encuentra lejos de la calidad de trabajos anteriores. No porque sea malo, que no lo es, sino porque Placebo tiene temazos que han decidido dejar en el tintero, sin saber muy bien por qué. “Forever Chemicals”, “Beautiful James” o “Surrounded By Spies” fueron eficaces, pero no se acercan al momento en que sonaron “Song To Say Goodbye”, “The Bitter End” e “Infra-red”. Mención especial a “Happy Birthday in the Sky”, tema dedicado al fallecimiento de David Bowie que ayer cambió de memoria en honor a Sinead O´Connor, a quien Molko dedicó unas preciosas palabras en castellano.
Extraña sobremanera que en todo el repertorio no aparezca ninguna canción del Without You I´m Nothing ni que toquen hits como “Nancy Boy”, “Special K”o “Special Needs” y, en cambio, den espacio a una versión del “Shout” de Tears for Fears que poco aporta y que nada destaca entre un bagaje que resulta brillante aun con sus altibajos.
Pese a esto, no se puede decir que el concierto de Placebo fuera un mal concierto porque Placebo raras veces da un mal concierto. Si a su calidad sonora y a su presencia embaucadora -comandada por un Molko y un Stefan Olsdal en plena forma- le añades su continua lucha contra los teléfonos móviles tienes un recital de los de antes. De los de siempre. De los que pagas con gusto. Resultó curioso cuanto menos que, tras el mensaje grabado por Olsdal en el que pide que se disfrute de la experiencia y se intente encontrar la conexión con la banda de la forma más sencilla y eficaz del mundo, es decir, mirando al escenario, parecía que mucha gente no sabía muy bien qué hacer. Quedaban diez minutos para el inicio y a más de uno se le hicieron eternos. Lo mismo ocurrió con las palmas. Ninguno atinaba a hacer el ritmo de “Scene of the Crime” y fueron demasiadas las veces que el dúo incitaba a darlas, como si supieran que es una costumbre que poco a poco se ha ido perdiendo.
Placebo se ha erigido como el emblema analógico que algunos tantos anhelamos y no tiene problema en llevar su causa hasta sus últimas consecuencias. Ayer hubo varios momentos en que Molko en medio de una canción hacía gestos para que alguien del público bajara su teléfono y no dudó un segundo en parar la actuación para pedir, en inglés y educadamente tajante, que móviles al bolsillo.
Hora y veinte de concierto y la versión de “Running Up That Hill (A Deal With God)” cierra una velada que termina cinco minutos antes de lo previsto. Cinco minutos que Stefan y Brian dedican a dejar sus amplis encendidos para que el eco de sus instrumentos cumpla con el tiempo estipulado. Muy Sonic Youth y kafkiano todo esto.
Fin a su concierto y mañana actuación en el Low. Ayer había varios que repetirán en Benidorm y, por desgracia, ya saben a lo que van y a lo que ven. Quizá Placebo se ha planteado que, para ser recordados, es mucho mejor la machacona repetición que la grabación digital.
Texto: Borja Morais