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Mad Cool – Villaverde Alto (Madrid)

QOTSA

El gran certamen madrileño, definitivamente uno de los más grandes del país, cuenta con nueva ubicación al sur de Madrid, en Villaverde Alto. Un emplazamiento cercano a una zona industrial, con sus pros y sus contras y, por supuesto, con opiniones de todos los colores por parte de la audiencia. Uno de los factores positivos es la posibilidad de ir en Metro sin alejarse en demasía del centro de Madrid.

Cierto es que con una afluencia (por ejemplo el sábado) de 70.000 espectadores, el tapón puede ser tal que la ventaja pueda llegar a evaporarse, especialmente por lo masivo de la operación retorno, pero aun así, Villaverede no es Arganda del Rey. Ya me entienden. En cuanto al recinto, es cómodo y bastante amplio, pero hay algunos cabos sueltos que a buen seguro la organización tendrá en cuenta para futuras ediciones. La ubicación de los baños en el centro del meollo, y no repartidos en diferentes escenarios, resultó caótico, generándose agobiantes taponamientos en torno a ellos.

En este sentido, cada día se mejoró un poco, buscando fórmulas de acceso y salida más fluidas, pero también incómodas, si no nos encontrábamos cerca de los baños. El sonido en general fue bueno, pero faltaron decibelios en varios conciertos del tercer escenario, Region of Madrid y en la carpa The Loop, donde los subgraves y la presión resultaron insuficientes. El programa, en cambio, fue variado y con muchas propuestas de alto nivel. A la altura de las expectativas.

JUEVES

The Offspring

The Offspring fueron el primer gran nombre del jueves. Dexter Holland y Noodles tienen suficientes repertorio y ganas para ofrecer un show divertido y con cierta cuota de nostalgia noventera. Si además su pase finaliza con «Self Esteem», el sofocante sol es más soportable. The 1975 tienen muchas fans jóvenes, talento y un groove muy de FM clásica, pero les faltan canciones de mayor enjundia y les sobra algo de azúcar para encandilar a un público más heterogéneo. Machine Gun Kelly, recuerdan a la hornada juvenil de punk-pop yanqui emergida hace dos décadas, pero tardía y con menor acierto para los hits. Voluntariosos, eso sí.

Lizzo

Las canciones de Lizzo tienen algo entrañable. Despiertan simpatía, además de contar con un buen puñado de hits con elementos de dance, disco, hip-hop… Un buen show, con una gran puesta en escena y una voz, la de Melissa Jefferson, poderosa y vibrante. El pero es que la proliferación de shows musicales con más bailarines que músicos empieza a resultar algo soporífera para consumidores como el lector medio de esta casa, sin ir más lejos. En festivales de esta magnitud uno puede ver un rato a Lizzo y otro a Sigur Rós como si tal cosa. Los islandeses ofrecieron un recital eléctrico, guiado por la portentosa garganta de Jónsi. Volcánicos, intensos y capaces de ofrecer momentos de gran belleza musical, y otros de menor interés.

Maxïmo Park llevan casi veinte años haciendo exactamente lo mismo. No engañan a nadie, y por eso resultan previsibles pero honestos. En cualquier caso, el carisma de Paul Smith y canciones como Apply Some Pressure» siempre son bien recibidas, especialmente si se despachan, como es el caso, con nervio y desparpajo.

Robbie Williams fue la gran estrella del jueves. Su propuesta, eminentemente mainstream, cuenta con un repertorio muy irregular, con grandes hits y medianías infumables. Su carisma y su humor inglés, sin embargo, le convierten en un showman disfrutable, aunque más de uno pidiera que hablara menos y cantara más. Lo de Lil Nas X demuestra que el rap estadounidense es todo espectáculo, con un show altamente teatralizado, muy llamativo y entretenido, aunque su éxito comercial (especialmente en USA) este algo reñido con la calidad media de sus canciones. Franz Ferdinand hicieron lo que todos esperaban, soltar una buena metralleta de hits. Algunos bastante manidos por aquello de la sobreexposición, dicho sea. Como siempre, cumplieron, sacando un sonido al tercer escenario que otros no supieron o pudieron obtener.

VIERNES

Spoon

Lo de Spoon a las 18 h fue una faena, pero los que tuvimos la fe suficiente como para presentarnos a esas horas en el escenario Mad Cool, el de mayor explanada y a pleno sol, obtuvimos premio. La formación actual de los de Texas, además de con los titulares Britt Daniel y Jim Eno, cuenta con tres excelentes multi instrumentistas con los que dar lustre a un repertorio sólido y en crecimiento. Canciones como «My Babe» o «The Hardest Cut», de su último disco, así lo atestiguan. Siempre cumplen. Con actitud, un gran sonido y la elegancia de quien sabe mucho de esto. Y con versión del «Isolation de Lennon incluida. Uno de los tapados del festival.

Angel Olsen

Angel Olsen, con un toque perezoso y delicioso, ofreció un set idóneo para esas horas de la tarde. Su delicadeza y su sedosa voz son siempre plato de buen gusto. Aunque los últimos elepés de los belgas Deus sean algo espesos y densos, en directo siempre funcionan. Porque le echan ganas y porque siempre tienen «Instant Street» bajo la manga, para terminar por todo lo alto poniendo a la parroquia más veterana a flor de piel.

Con Sam Smith pasa algo parecido a lo que ocurrió con Lizzo o Robbie Williams. Su post-soul aséptico se alinea con la tradición british radiofónica. Esa que desde Seal hasta Lighthouse Family, tanto peca de insulsa y almibarada. Se pierde cuando quiere ser profundo y tocar la fibra. Sin embargo, despega cuando se vuelve más reivindicativo y festivo. Gana terreno homenajeando a los tótems del disco o versionando a los neófitos Disclosure, aunque con poco nuevo que ofrecer. Más voz que canciones en un espectáculo simpático, pero de brocha gorda.

Josh Homme viene de atravesar un «periodo interesante», como describiría él mismo. Una etapa oscura en lo personal tras la cual parece ir viendo la luz. Y qué mejor forma de celebrarlo que con un show potente y lleno de entrega. Los hits de siempre se alternaron con canciones de su reciente nuevo disco, las cuales quedaron un escalón por debajo, pero sin desmerecer su trayectoria. «Carnavoyeur» o «Emotion Sickness» no emocionan como «Go With The Flow», pero tienen nuestro visto bueno. Un sonido descomunal, para un concierto rebosante de testosterona, que convenció con creces, erigiéndose uno de los nombres destacados del festival.

Mumford and Sons

Los ingleses Mumford & Sons tienen oficio, delicadeza, buenas voces y riqueza instrumental. Y unas cuantas buenas canciones llenas de momentos íntimos, alternados con otros casi verbeneros. En ese terreno se mueven a la perfección, basculando entre esos dos extremos. El problema es que, a medianoche, el cuerpo pide un ritmo más constante, especialmente tras el meneo de los Homme y compañía.

En horario vespertino habrían lucido más. The Black Keys saben mucho de lo suyo. Son muchos discos y muchos hits los que alumbran la carrera de Dan Auerbach y Patrick Carney. Muchas tablas, vamos. A ellos hay que sumar la energía y el talento de Auerbach, y lo acertado de un repertorio que no escatima en canciones de todas sus etapas. A pesar de tocar de madrugada, montaron una buena fiesta, con delicadeza, engrasando con maestría su blues-indie apto para puristas y para despistados que sólo conocen «Lonely Boy», su mayor éxito. Llámesele oficio.

The Black Keys

SÁBADO

Years & Years, con el sol aun pegando fuerte, montaban una fiesta dance que se quiere discursivamente profunda. Como cuando el mediático Olly Alexander versiona «It’s a Sin» , de sus admirados Pet Shop Boys. Una fiesta gay friendly con bastante pegada, pero un repertorio todavía irregular.

Liam Gallagher tampoco anda sobrado de buenas canciones últimamente, si bien, gracias a cortes como «Better Days», su setlist puede permitirse incluir canciones de su carrera en solitario sin perder excesiva comba respecto a las de sus añorados Oasis. Con todo, un repertorio bastante decente, a pesar de desaciertos como el peñazo de «Roll It Over» o la regulera «Once». El hermano menos talentoso de los dos ex-Oasis se muestra siempre altivo, rudo, comunicativamente nefasto. También justo de voz, resultando casi caricaturesco para con su vieja aura, pero, sea como fuere, echar el cierre con «Cigarrettes and Alcohol», «Wonderwall» y «Champagne Supernova» siempre garantiza un final feliz, a base de reverdecer viejos (y lejanos) laureles. Y ahí es cuando se le perdona tanta tontería.

Liam Gallagher

La música de M.I.A. tiene un innegable atractivo dado su exotismo tamil y su acierto en el uso de samples y melodías juguetonas, convirtiendo la suya en una propuesta posmoderna, multicultural y reconocible. El problema de este tipo de propuestas reside en su puesta de largo en directo, donde el sonido enlatado tira para atrás, por potente y maximalista, sí, pero donde, por otro lado, la ausencia de instrumentos «reales» acaba por aguar la fiesta. Más de una hora de coreografías y pregrabados puede ser demasiado artificio que soportar, incluso aunque cuentes con canciones como «Paper Planes» o «Bad Girls».

Primal Scream, en cambio, suenan a soul, a rock and roll y a gospel, esto último de forma destacada gracias a el coro con el que se presentaron en el escenario Region of Madrid. No venían a presentar nada, ni han parido ninguna obra destacada en los últimos años. Sin embargo, tirando de hits clásicos y no tan clásicos, caso de «Can’t Go Back» o «It’s Alright», It’s Ok», con actitud y ganas, y una formación amplia que incluye saxo, a los Gillespie y compañía les da para convencer sin salirse demasiado del guion.

Maika Makovski

Maika Makovski tenía que competir con Red Hot Chili Peppers, ahí es nada. Poco le importó. Fue a lo suyo, con energía, dejando su lado más íntimo en segundo plano, convenciendo a base de pegada, sonando la banda al completo atronadora y motivada.

Red Hot Chili Peppers empezaron como un tiro, con «Around The World». Su sonido fue de menos a más en una actuación irregular en cuanto a repertorio. Se empecinaron en tocar demasiadas canciones nuevas, correctas, pero sin demasiado interés. Eso sí, sus hits de toda la vida sonaron grandiosos, como una «Californication» donde Anthony Kiedis exhibió buena forma vocal. Son técnicamente buenísimos y tienen un repertorio de aúpa, pero prefirieron ir a lo suyo antes que deleitar a la enorme masa de fans allí congregada. Aun así, fueron muy disfrutables. Como en la enérgica «By The Way». Y como bis, «I Could Have Lied» y «Give It Away», para viajar a su mejor momento, el lejano 1991.

RHCP

La puesta en escena de The Prodigy, con la traumática ausencia del desaparecido Keith Flint, otrora motor sobre las tablas de The Prodigy (homenajeado sutilmente a través de las pantallas), quedó algo desordenada. Se mostraron tan contundentes y oscuros que apenas se les distinguía sobre el entarimado. Su búsqueda de lo epatante les perdió en un constante sube y baja que frenaba el ritmo del concierto. Canciones como «Firestarter» o «Voodoo People» fueron recortadas hasta ofrecer una versión redux de las mismas, desprovistas de matices y de elementos imprescindibles propios de la canción (léase el riff principal de «Voodoo People»).

 

Texto: Daniel González

Fotos: Salomé Sagüillo

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