Genio y figura. Al terminar el concierto, el bueno de J. Tillman, o mejor dicho, su sosias sobre el escenario, Father John Misty, se agacha para autografiar los discos que le entregan desde las primeras filas. Contrasta con el aura de crooner pasado de rosca que se ha gastado durante la hora y cincuenta anterior, o tal vez no: quizá tan solo se trate de una manera de recordar que la actuación ha terminado y se ha quitado su máscara, ha retirado la mando de detrás de su espalda, ha dejado de arrodillarse ante el público y se ha abotonado la camisa.
Con una agradecida banda de nueve miembros sobre el escenario, incluido trío de metales (¡ya era hora!), Tillman volvió a sacar esa máscara de entertainer con tendencia al exceso que define sus mejores (y peores discos) tras el pase de The White Buffalo y su country-folk aguardentoso, que probablemente convenció a los convencidos y captó algún que otro seguidor más. Lo de Father John Misty es harina de otro costal, tal vez su némesis. Frente a la sinceridad literal del trío de Oregón, sus ganas de agradar, Misty es un irónico autoconsciente con delirios de grandeza (líricos y musicales) y algún que otro arrebato de sinceridad que conquista por la vía del humor compartido. Una fórmula que lo convierte en una rara avis pero que impone una cierta distancia entre audiencia y cantante. Tan irónico como Nilsson y tan fantasma como el Lennon más fantasma.
Una distancia que, no obstante, gracias a su carisma y una banda afinada y sorprendentemente sobria, es capaz de sortear. A Misty le gusta organizar sus conciertos con una especie de organicidad temática, aunque ordene y desordene las canciones según la noche. Tiene su bloque country («Goodbye Mr. Blue», «Nothing Good Ever Happens at the Goddamn Thirsty Crow»), sus devaneos big band, como los de «Chlöe», de su último trabajo, y recupera I Love You, Honeybear, seguramente su mejor trabajo, en abundancia. Es posible que su carrera haya pecado de cierta excesividad, lo que lastraba las canciones de discos como Pure Comedy, pero eso se olvida en directo, especialmente cuando se despoja de sus músicos para interpretar una desnuda «Holy Shit» y su broche final: «El amor es una institución basada en la fragilidad humana / Quizá el amor sea una industria basada en la escasez». Y otra vez nos desarma.
Texto: Héctor García Barnés
Fotos: Salomé Sagüillo