Bromeaba Steve Albini durante el concierto de Shellac, puntuales a su cita anual, sobre esas personas que viajan de ciudad en ciudad visitando sus karaokes, para estupefacción de los vecinos locales, que descubren a un montón de foráneos irrumpiendo en su bar de toda la vida sin saber muy bien qué hacen ahí. Pórtense bien con los aficionados al karaoke, suplicaba Albini.
Con sorna, parecía resumir la evolución de Primavera Sound desde sus inicios hasta hoy, convertido en su primera edición en Madrid en un macrofestival que intenta ser tan populoso con Mad Cool sin perder su esencia. Una accidentada primera edición, en un recinto, la Ciudad del Rock, lejano de la capital (a diferencia del Fòrum), con problemas de accesos y transporte especialmente en la jornada del viernes, la amenaza de un pinchazo en público que al final se pudo maquillar y la cancelación entera del jueves por unas lluvias que no fueron precisamente torrenciales.
Cabe pensar que el Primavera se quedará en Madrid, aunque no en Arganda, aunque a veces las malas noticias traen buenas nuevas, como el pase de BLUR en La Riviera, una sala en la que ya solo tiene sentido que el grupo británico toque tras una serie de catastróficas desdichas. Tiraron de clásicos para demostrar que, con su lucidez costumbrista y humor autoconsciente hooligan, son de los que mejor han sobrevivido de aquella hornada del brit-pop: cuando un Damon Albarn desdentado (los achaques de la edad) arremetió con «End of the Century», «Parklife» y «To the End», aquello casi se viene abajo. Podría haber sido nostálgico si no fuese porque sus canciones se mantienen como el primer día, o incluso mejor, visto cómo quedaron la mayoría de esos grupos.
Abriendo un viernes ya soleado, la artista pop catalana CARLOTA FLÂNEUR tenía la difícil tarea de poner en marcha el festival a la hora de la siesta. Y a pesar de la poca congregación, se puso manos a la obra con una sonrisa en la cara, mostrando su delicadeza melódica, en unas canciones agradables, donde podemos adivinar la influencia artística de su productor, Ferran Palau. Hace pocos años, la DJ americana AVALON EMERSON & THE CHARM dio un vuelto a su carrera, pasando de la frialdad del techno a su no tan fría propuesta actual, acompañada de dos músicos, convertida en artista de pop y tímido shoegaze. Sus canciones, deudoras de artistas dream pop como Cocteau Twins, se nutren de melodías suaves, acompañadas de guitarras enmarañadas y una programación electrónica acertada, acercándose a la indietronica.
Quizá el sol abrasador de sobremesa no fuese el mejor contexto para apreciar la intimidad de la música de JULIA JACKLIN, pero sus crescendos a lo Roy Orbison convencieron aunque no vencieron. Tal vez el público estaba más por la labor de escuchar «su canción más rockera», como bromeó antes de tocar «I Was Neon». Hace años que BETH ORTON opera desde un lejano segundo plano, sin demasiadas expectativas. A la suya. Centrando su repertorio en el reciente elepé Weather Alive, nos brindó un agradable show, maduro y ajeno a corrientes en auge. Canciones con poso de autor, para veladas vespertinas.
Los escoceses THE DELGADOS venían a cubrir esa pertinente cuota de indie pop pollavieja, imprescindible en este festival desde su irrupción, hace más de dos décadas. Y lo hicieron tirando de viejos clásicos que envejecen como el buen vino. Su indie siempre fue ambicioso, arropándose de cuerdas y flauta, jugando con compases distintos… Por eso sus canciones tienen empaque y suenan, digamos, a una versión más modesta de sus vecinos Belle & Sebastian. Cuando Emma Pollock entona las primeras notas de «Coming In From the Cold», viajamos en el tiempo, con nostalgia y respeto. Se quedaron con ganas de más. Nosotros también.
Se hacía raro ver a Cedric y Omar de THE MARS VOLTA retomando su proyecto más laberíntico a pleno sol, hasta que sonó el riff de «Roulette Dares (The Haunt Of)» y, por primera vez en toda la tarde, sentimos que estábamos asistiendo a un megafestival. Ciertamente, han perdido energía, pues su propuesta nació de la energía que confiere la juventud y a Cedric Bixler-Zavala se le vio algo apurado tratando de encontrar a su joven yo. Con todo, dieron la talla, sobresaliendo en las transiciones entre canción y canción. Eléctricos y altamente dotados instrumentalmente, demostraron que quien tuvo retuvo. La salsa-rock psicodélica de «L’Via L’Viaquez» o la intensidad de «Televators» facilitaron la labor, demostrando, eso sí, que sus mejores canciones se adivinan ya algo lejanas y que su última obra, Que Dios Te Maldiga Mi Corazon, es de menor enjundia.
THE MOLDY PEACHES, ataviados como secundarios de Super Mario Bros o Scooby Doo, fueron un soplo de aire fresco después de la pericia virtuosa del grupo de Los Ángeles, mientras Depeche Mode (su némesis) se preparaban en el escenario principal. El grupo estrella del anti-folk neoyorquino acaba de reunirse tras casi 20 años en los que Adam Greene y Kimya Dawson se han juntado de manera intermitente para ofrecer un show agradablemente estrambótico que nos recordó que, sin pretenderlo, en apenas unos años grabaron unos cuantos anti-hits, de la coreada «Anyone Else but You» a la ramoniana «Little Bunny Foo Foo» o la final «Who’s Got the Crack». No convencen a todos, pero ALVVAYS exhibieron con estilo el casi perfecto Blue Rev, esa conjunción perfecta de Big Star, Teenage Fanclub y My Bloody Valentine: pocos grupos han sido capaces de reunir en un mismo álbum un puñado de temas tan emocionantes como «Pharmacist», «Tom Verlaine», «Belinda Says» o «Easy on Your Own?», melodía e intensidad guitarrística como hacía tiempo que no se veía.
DEPECHE MODE venían con nuevo disco brazo bajo el brazo, Memento Mori, el primero sin Andrew Fletcher. Su obra más potable desde Playing the Angel (2005), por cierto. Empezaron con retraso debido al caos en el acceso al festival. Como de costumbre, cumplieron con creces, sirviéndose de un sonido espectacular, mucha entrega y una batería de hits inapelable. Además, canciones como la reciente «Ghosts Again», no desentonaron entre las esperadas «I Feel You» y compañía. No importa cuántas veces les hayamos visto, porque siempre dan la talla. A destacar el momento de gloria para Martin L. Gore en «Home» y la pegada descomunal de «Never Let Me Down Again», en el añadido. Algo más controvertido fue lo de KENDRICK LAMAR, que debutó en Madrid con un álbum bajo el brazo, Mr. Morale & the Big Steppers, que empieza a indicar cierta decadencia. Apenas con su presencia, un par de telones y un pequeño cuerpo de bailarines, se apoyó en la fiabilidad de su repertorio clásico para convencer a los convencidos pero seguramente no conquistar ningún nuevo adepto: una frialdad que muestra por qué es tan difícil para el hip-hop americano encontrar un público masivo en Europa.
Greg Graffin y sus colegas de BAD RELIGION siempre responden. Su fórmula no cambia: una buena retahíla de hits punk-rock para desgañitarse, acompañada de alguna canción más reciente, para justificar la edición de sus últimas obras. Cerca de la medianoche, salieron al escenario Cupra a ofrecernos su receta para odiar, siempre bien recibida por una buena nómina de fieles. Velocidad y melodía, bien ejecutadas, por parte esta institución punk yanqui. Poco después, YVES TUMOR ofrecía uno de los conciertos más intrigantes del festival: rodeado por una banda de macarras (¡ese guitarrista a lo Mick Ronson!) se pasó por el forro los matices electrónicos de sus discos, se puso el disfraz de rockerazo nigga y se lanzó a un concierto de descacharrante rock-rock que parecía una parodia del mainstream rockero de 1991, incluida referencia a «Be Agressive» de Faith No More.
A las tantas, irrumpía LEBANON HANNOVER, dúo de Sunderland, en el escenario Tous, con las ideas claras, ofreciendo una eucaristía lúgubre, reminiscente de Sisters of Mercy o nombres menos lejanos, como She Wants Revenge. Sus canciones gustan y suenan bien, aunque quizás resulten algo fríos en vivo, debido a la cantidad de pregrabados que sustentan su directo. Mientras tanto, UNWOUND redondearon la noche con su post-hardcore innegociable, aunque a una hora en la que lo suyo era ya para los muy cafeteros.
Abriendo casi la jornada del sábado, GRUPO DE EXPERTOS SOLYNIEVE mostró dónde se encuentra el corazón de J ahora, en esa banda que ha conseguido convertirse en una especie de The Byrds a la española, con sus guitarras arpegiadas, sus armonías vocales y su versión de Vainica Doble bajo el brazo. Inmediatamente después, las canadienses CRACK CLOUD fueron una de las sorpresas del festival, con sus ritmos no wave, africanos y latinos, centrados en la batería (¡y la voz!) de Zach Choy y unas canciones angulosas que, mirando al oscuro Nueva York de los ochenta, recordaron que al rock aún le queda mucho por contar. La respuesta vino de mano de SHELLAC, que haciendo lo mismo de siempre, mostraron una vez más que treinta años (y una semana) después de su primer concierto, siguen siendo más modernos que la mayoría de bandas actuales. “Hola, somos Rosalía”, se presentó Steve Albini, que seguramente sea, junto a la cantante catalana, el artista con más carisma en pasar por Primavera Sound.
GAZ COOMBES, el carismático líder de Supergrass, venía a defender sus canciones en solitario. Una carrera paralela con cierto recorrido, que no ha recibido excesiva atención. Bien acompañado por una banda solvente, y cuando todavía nos alumbraba el sol, nos regaló una muestra de su talento a través de cortes pop rock llenos de sapiencia y saber estar. Menos hits que en su banda principal, pero más matices propios de un artista maduro, que sabe hacer canciones. MY MORNING JACKET no decepcionan en directo a pesar de que sus discos ya no sean lo que fueron. Con un repertorio bastante clásico (apenas un par de canciones de sus últimos trabajos), subieron poco a poco de intensidad con «Off the Record» y «Gideon» y ya no bajaron. Inesperadamente, a su manera, una de las últimas jam bands que nos quedan.
ST. VINCENT se lució con su show autoparódico basado en MASSEDUCTION y Daddy’s Home, a la manera de una Madonna autoconsciente: se lanzó a la valla para dejarse acariciar por las primeras filas, se rebozó por el suelo junto a su guitarrista y nos regaló una buena banda de funk y soul en un escenario acostumbrado a las bases pregrabadas. Tras la disolución de Chairlift, CAROLINE POLACHEK sacó a relucir todo su divismo, dejándose llevar por una electrónica más operística. Como si de una Kate Bush 2.0 se tratase, la americana dibuja un pop electrónico de fantasía, altamente paisajístico y teatral. Fábulas pop que, si bien fueron interpretadas con precisión vocal y unos visuales en consonancia, quizás no sean el mejor entrante para un festival lleno (ese día) de jóvenes que venían para ver a Calvin Harris, Rosalía y Bad Gyal.
El paso por Eurovisión de los italianos MÅNESKIN les ha dado una visibilidad y un alcance insospechados, generando amor y odio a partes iguales (quizás más de lo primero, de acuerdo). Muestra de ello es que coparan un papel destacado en el escenario Amazon, y en hora punta. Su música está llena de clichés rock; por eso, sus canciones son tan resultonas como inocuas. Pero lo cierto es que, en directo, su arena rock de manual funciona. Tocan bien, suenan potentes y su mediático frontman, Damiano David, tiene presencia escénica y buena voz. Además, su hype les ha reportado una base de jóvenes fans que lo facilitan todo. Mucho más disfrutables que en disco, a pesar de que en su último álbum cuenten con la colaboración de todo un Tom Morello. Es posible que JOCKSTRAP abarquen mucho, pero esa mezcla de electrónica de garito sórdido mezclada con el folk de Joni Mitchell sonó reconfortablemente excéntrica en el pequeño escenario Tous.
El festival tocaba a rebato con una escena que resume bien sus contradicciones: todo aquel que abandonaba el concierto de ROSALÍA, que ha dado una interesante vuelva a su show Motomami con la incorporación de nuevas canciones, tenía que someterse a la tortura sónica de los aullidos (guturales y guitarrísticos) de GILLA BAND, como si se tratase de un recuerdo final de lo que el festival fue y pretende no dejar de ser, a pesar de las dificultades. Aunque quizá el mejor resumen sea que los mejores conciertos de todo el festival se vieron en el Auditorio de Warner Music Station por las mañanas, de JOHN CALE a JULIA HOLTER pasando por BORIS con mención especial a los SWANS, más extremos que nunca, y el mágico pase de LAURIE ANDERSON. Un refugio para la tormenta; que bien sienta volver a casa.
Texto: Daniel González, Héctor García Barnés
Fotografías: Salomé Sagüillo