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Theo Lawrence – EL Sol (Madrid)

 

 

Theo Lawrence es una anomalía en los tiempos que corren. También lo fue Chris Isaak (a quién me recuerda muchísimo) cuando comenzó a mediados de los ochenta; pero es que han pasado casi cuarenta años y muchísimo reciclaje de las plantillas del rock’n’roll más clásico. Las razones por las que estos dos impresionantes músicos se fusionan en mi mente de vez en cuando son variadas: la primera sería una imagen que te lleva directamente a los años cincuenta, la segunda un sonido, una forma de cantar, componer e instrumentar que hace lo propio; y la tercera y, en mi opinión, más importante, una aplastante personalidad que hace que su propuesta transcienda al mero ejercicio de estilo y no te haga pensar en de dónde viene qué. Capacidad para componer canciones clásicas atemporales y defenderlas como si corrieran por sus venas desde que nacieron. Esto lo consiguen muy pocos y, como casi todo lo que atañe a hablar de música, es subjetivo y susceptible de que alguien se descojone de mí cuando así lo expreso. En caso de esto último, me gustaría invitar al susodicho/a a que me ponga un ejemplo de alguien de la edad de Theo que haya producido dos álbumes de música de raíces americana (encima Theo es francés) tan bien compuestos, producidos, tocados, tan creíbles, en definitiva, como los dos últimos de Theo, Sauce Piquante y Cherry. Ahí ya nos podemos reír todos y celebrar que la música es un sentimiento y como tal pontificar sobre él no lleva muy lejos.

Pero si hablamos de sentir, eso es precisamente lo que Theo Lawrence and The Hearts lograron que nos sucediera a muchos en la sala El Sol, SENTIMOS que estábamos oyendo y presenciando algo único y atemporal, que no revolucionario. Y esto en mi caso sucede cuando hay unos temas debajo que parece que han estado toda mi vida en mi cabeza y en mi corazón. Parece que los he oído mil veces en juke boxes, en bandas sonoras de películas clásicas, en garitos de rock’n’roll… y sin embargo no tienen más de cinco años. Lo que decía antes, Chris Isaak posiblemente consiguiera una sensación similar cuando comenzó hace cuarenta años, también era un descoloque en plena era spandex y laca a saco. Solo que él lo petó y a Theo eso no creo que le suceda. Los tiempos han cambiado.

Pero lo que importa es que tiene todo lo que hay que tener: actitud, personalidad, una voz que tira de espaldas, canciones, pericia instrumental…y ya que hablamos de esto último, hay que hablar de The Hearts. ¡Menudo pedazo de banda! Todos parecen haber viajado en el tiempo con Theo desde los cincuenta y no se les nota ni una pizca de “youtubismo”, es decir, “voy a tocar este tipo de música, pero te voy a mostrar otras cositas que también sé hacer, que para eso me he tirado horas tratando de imitar a otros viendo videos.” Thibault Ripault es un guitarrista con una clase y una elegancia completamente inauditas para un chaval de su edad. A veces parece que está sonando un pedal steel en vez de una guitarra, y eso lo consiguen pocos. Toca lo que tiene que tocar y punto. Lo mismo se puede decir de Julien Bouyssou a los teclados. Y la sección rítmica es sencillamente de ensueño. Bastien Cabezon (sí, ya lo sé, no lo va a tener todo, el nombre no acompaña) parece que esculpe las canciones con la batería en vez de tocarlas y hace unos coros de auténtico ensueño y Olivier Viscat es el corazón. Vivo (lógicamente), palpitante (lo mismo) y esencial para que todo fluya con la magia con la que fluye (pues también, otra obviedad). Y con esa base, Theo sencillamente parece que va flotando como un ser de otra era y dimensión.

Sonaron temas como «Now That You’re Gone», «The Universe Is Winding Down» o «How Do I Learn To Lose», que parecían salir de algún juke box en un tugurio americano, mientras un pobre hombre se sopla una detrás de otra preguntándose si ha de cortarse las venas o dejárselas largas. Cosas más animadas, con ese toque cajun que le hace más único aún, como «Baby Let’s Go Down To Bordeaux» y clásicos modernos que pensarías que ya has oído mil veces como «The Worst In Me», «California Poppy» o «Sweet Candy Love». Una anécdota final, para corroborar que tienen clase hasta para este tipo de situaciones. Cuando término el concierto, borrachos de emoción e igual un pelín en sentido literal también, fuimos a comprarles unos discos y mi colega Darío le pidió al bajista que se lo firmara. Él, con mucha suavidad y elegancia, le dijo mientras señalaba a Theo: “Yo creo que mejor que te lo firme él, ¿no?”. Y Darío le soltó, mientras señalaba a Theo: “Él sin ti, no es nada. Sin en bajo, no hay nada”. La respuesta de Olivier no pudo ser más elegante: “Hey, take it easy, man”. Evidentemente se rieron y Olivier le firmó el disco con la misma frase que Darío le había dicho: “Sin el bajo no hay nada”, mientras Theo se reía y asentía con la cabeza. Inolvidable concierto.

Texto: Javier H. Ayensa

Fotos: Salomé Sagüillo

 

 

 

 

 

 

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