Nada me hacía presagiar cuando salí de ver a Big Thief en La 2 de Apolo el 20 de febrero de 2020 que iba a tardar mucho tiempo en adentrarme de nuevo en una sala de conciertos y en poder salir de mi casa por el confinamiento derivado de una pandemia mundial. Tres años después –acaso los más inciertos, volubles de nuestras vidas– sigo recordando esa noche con un cariño especial por la conexión tan vívida que sentí con las canciones de la banda neoyorquina y con la singular personalidad, individual y al ensamblarse como unidad musical, de Adrianne Lenker, Buck Meek, Max Oleartchik y James Krivchenia. Salí de la pequeña del Apolo levitando con una sonrisa embelesada y fui a su encuentro para que me firmaran los vinilos de Two Hands y U.F.O.F., la deslumbrante dupla con que se coronaron en 2019. Fue una noche mágica…
… “Years, days, makes no difference to me, babe / You look exactly the same to me…” Suenan los primeros acordes de «Masterpiece», el corte titular de su debut de 2016, y efectivamente no parece que hayan pasado 3 años, 1.161 días. En un escenario más grande como el de Razzmatazz ellos siguen optando por la comunión, alineándose los cuatro y buscándose constantemente con la mirada para que no deje de fluir esa energía electrizante que les envuelve cuando tocan. Con todo, es Adrianne –que luce una gorra del último disco del catalán Ferran Palau, Joia– quien de forma natural tracciona de sus compañeros, modulando el flow de una banda que en cada concierto altera el setlist para esquivar lo rutinario, para sorprender y sorprenderse. Ella canta “The wound has no direction / Everybody needs a home and deserves protection‚ hmm-mm” («Forgotten Eyes»), el tiempo se ralentiza tres segundos y James –carismático cruce de Levon Helm y Animal de los Muppets– nos devuelve a la realidad mediante redoble de batería minimalista.
Encadenan la vaporosa electricidad de «Flower of Blood», el rocío folkie de «Dragon New Warm Mountain I Believe In You», el crescendo blues de «Sparrow» (piel de gallina con el tremolo agudo de Adrianne repitiendo “She has the poison inside her / She talks to snakes and they guide her”) y la campestre jovialidad de «Certainity» (¿hay algo más hermoso que ver y escuchar a Adrianne y Buck entrecruzar versos?); nos adentran en la misteriosa y desamparada nocturnidad de «Contact» (“… And dream, and dream, and dream…” y un grito estremecido que atraviesa la sala como un fogonazo); nos mecen con esa alucinada nana que es «Simulation Swarm»…
Y luego, madre mía, contraponen el torrente negacionista de «Not» –pocas canciones más estremecedoras sobre la incapacidad de identificar, verbalizar y entender ese algo que nos quema el alma, con esa coda guitarrera sturm und drang de Buck– y la travesía de «Change», en la que me los imagino como los animalillos esbozados en la portada de DNWMIBIY dirigiéndose a cámara lenta hacia un horizonte en el que les aguardan deliciosas incertidumbres. El público, rendido, les agasaja en su salida del escenario con sonoros aplausos, que se alargan hasta su necesario regreso.
Con esa tímida, humilde cercanía que les caracteriza nos regalan unos bises con dos novedades que quizá aparezcan en su próximo trabajo: el «Vampire Empire» que presentaron hace un par de meses en el show televisivo de Stephen Colbert y cuya letra (“I wanted to see you naked, I wanted to hear you scream / I wanted to kiss your skin and your everything”) anticipa ese elocuente «Baby I Was Loving You» que Adrianne escribió pensando en su novia… Llegamos al final, embelesados y con ganas de despedir a esta tropa sin igual al ritmo trotón de «Spud Infinity» –con entrada de Noah Lenker y su arpa bucal–, tema en el que les visualizo danzando cogidos de la mano en el granero del rancho donde Neil Young grabó Heart Of Gold. One peculiar organism aren’t we all together? Amor fraternal, siempre.
Texto: Roger Estrada
Fotos: Sergi Fornols