Discomático

Yes – Mirror to the Sky (Inside Out – Sony)

 

 

La polémica con Yes no es algo de hace dos o tres discos, precisamente. Quienes creen que el grupo no debería ya existir, habida cuenta de que no queda ninguno de los miembros fundadores, tienen parte de razón, pero Yes siempre ha sido uno de los culebrones más complejos de la historia del rock. La entrada y salida de músicos ha sido constante, y no encontrarás tres discos seguidos del grupo con la misma formación. Así las cosas, desde la muerte del bajista Chris Squire y el batería Alan White, la nave sigue bajo la atenta batuta del guitarrista Steve Howe (también ejerce ahora de productor), que entró en la banda con el tercer disco (el imprescindible The Yes Album) y ha sido uno de los elementos clave en todas sus obras maestras de los años 70 y otros grandes discos posteriores.

 

Y ahí radica el tema crucial a la hora de abordar el nuevo álbum, Mirror to the Sky: ¿cómo lo puedes comparar con maravillas como Fragile, Close to the Edge, Tales from Topographic Oceans o Relayer? El caso es que desde el magnífico Magnification (perdón por la broma fácil) del año 2000, y ya definitivamente sin Jon Anderson ni Rick Wakeman en sus filas, el grupo ha ido avanzando como buenamente ha podido, y desde el mediocre Heaven & Earth (2014) cuentan con el cantante Jon Davison. El mayor problema de ese disco es que sonaba más a un trabajo de Davison en solitario que a Yes, y recibió palos a miles. Pero ya en los años 80 Trevor Horn (sustituyendo a Anderson en Drama en 1980) o Trevor Rabin (haciendo lo propio con Howe en 90125 en 1983) recibieron una buena tunda por parte de los fans de la vieja guardia, a pesar de que con esos músicos Yes grabaron discos muy recomendables. Con The Quest (2021) sonaban más yesísticos, con cambios dentro de los temas, pasajes instrumentales, etc. Pero aun así iban a medio gas, por falta de ideas y también en parte debido a las limitaciones físicas de White con la batería.

¿Y qué tenemos con el actual Mirror to the Sky? Pues un poco de todo. Curiosamente, uno de los temas más logrados es el single, «Cut from the Stars», con un bajo muy elaborado a cargo de Billy Sherwood (y hace algunos coros muy Squire en el disco, claramente mejores que los de Howe). El nuevo batería, Jay Schellen, aporta más dinamismo que en los dos trabajos anteriores de la banda, pero lejos está de los mejores momentos de Bill Bruford y Alan White. Por su parte, Davison sigue sonando bastante a Jon Anderson aunque, ay, sus melodías no cautivan como tantos y tantos temas de Yes. Howe sigue mostrando su muy buen hacer con su arsenal de guitarras, destacando con la slide en la segunda mitad de «Luminosity», con un crescendo muy logrado.

Y los nostálgicos del sonido clásico seguramente disfrutarán con la suite de casi 14 minutos que da título al disco. Pero uno de los factores que hacen que este trabajo parezca un tanto desnortado es el poco empaque de los teclados de Geoff Downes. Sí, demostró su versatilidad en el lejanísimo Drama, y aquí hace un buen trabajo en algún tema aislado (caso de «Unknown Place»), pero queda patente su incapacidad de calzar los zapatos no solo de músicos del calibre de Rick Wakeman o Patrick Moraz, sino incluso de Tony Kaye. Además, en algunos pasajes ni siquiera hay teclados, sino arreglos de orquesta, como ocurría en Magnification (última gran obra de Yes, por otro lado). En resumen: un trabajo que poco tiene que ver con los grandes discos del grupo pero que mejora con cada escucha y en general vuela más alto que los dos anteriores. Aunque habrá gente que quizás lo valoraría más si hubiese salido con el nombre de Steve Howe en vez de Yes…

Texto: Jordi Planas

 

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