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Vandoliers – Kafé Antzokia (Bilbao)

 

Salir de un concierto con una sonrisa en la cara es sinónimo de misión cumplida para el grupo. Si el público está contento es que lo has hecho bien, más allá de cualquier disquisición técnica, que aquí todos tenemos nuestra opinión sobre lo que se espera de una velada musical. Y en el caso de una cita con The Vandoliers lo que se esperaba es lo que se recibió: Entrega, diversión y hermanamiento.

El grupo de Dallas facturó un concierto de raíces con esa maravillosa combinación con el Punk más cazurro, mezcla que casa muy bien y que te obliga a moverte quieras o no. Y si a esto le sumamos un violín desaforado y una trompeta mariachi (vaya dúo más compenetrado, tocando y disfrutándolo encima de las tablas) en los momentos más acelerados pues ya tenemos la fiesta montada.

La gira de cinco fechas por estos lares, iniciada en el piso superior del Antzoki (alrededor de un centenar de personas con ganas de jarana) dejó claro que el sexteto texano disfruta tocando. De igual manera cuando se dan a la fiesta, como unos émulos de The Pogues pero en versión texana (“16 years”, el himno de borrachera “Bless your drunken heart” o la también etílica “Too drunk to drink” con su trompeta mexicana mandando), cuando buscaban un poco más de trascendencia, esto es, bajar la aceleración, que también hay momentos para el sentimiento (“Steer me wrong”, “Fallen again”) o, simplemente, disfrutar de una canción sin tener que ponerlo todo patas arriba (“Before the fall”, “I hope your heartache´s a hit”).

Vamos que cuando tocaba jolgorio a veces nos imaginábamos a The Pogues y en otras ocasiones a Gogol Bordello, salvando las diferentes raíces de cada uno. Y cuando hubo un problemilla con una de las guitarras acústicas de Joshua “Hollywood” Fleming, este ni corto ni perezoso cogió la que sí funcionaba para interpretar a capela ayudado por el público la maravillosa “Ruby Soho” de Rancid (si sudas una camiseta sin mangas del grupo estás obligado a hacerlo).

Esa comunión con la gente fue el momento más emotivo de un concierto sudoroso, positivo y que finalizó con otro de sus temas más destacados, el “Every Saturday  Night”, de su último disco y con la versión, pasada por la batidora cafre Punk, de “I´m gonna be (500 miles)” de los gemelos Reid, es decir The Proclaimers. Su himno, acelerado al máximo y con ese toque de raíces es una experiencia en directo que sólo se puede disfrutar. Hora y cuarto de concierto y sin el paripé de irse para volver en un minuto a tocar el clásico bis. ¿Estamos contentos? Estamos contentos…

Texto: Michel Ramone

Fotos: Dena Flows

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