Ojalá no hubiera habido una pandemia, ojalá no hubiéramos tenido que sacar algo en claro de aquel horror que aún llevamos pegado al talón, pero ocurrió, y algo sÍ que vamos teniendo claro: el día da más de sí que la noche.
No vamos a sacar aquí a relucir los beneficios obvios de los rayos del sol, de respetar los ritmos circadianos y de tratar de dormir algo parecido a lo necesario, pero sí que subrayaremos el hecho de que sumarnos al horario anglosajón de la música popular, e incluso ir separando el desfase nocturno y el asistir a conciertos facilita mucha el disfrute de los mismos. En el Gijón Sound lo saben casi desde sus inicios, y siempre han apostado por un festival circular, que beneficie al mayor número de localizaciones de la ciudad y que abarca la totalidad del día, o casi, y le de tan sólo un suave mordisco a la noche, que luego cada cual puede hacer tan larga como le apetezca.
Sea por lo que fuere uno agradece poder disfrutar del espectáculo de L’Entourloop, el colectivo liderado por Sir James y King Johnny que te saca la tontería prejuiciosa que puedas tener con las derivaciones del reggae a base de calidad, intensidad, energía y golpes de cadera, todo ello sin la necesidad de prados apestando a hierba y bajo una bellísima carpa que aguantó a duras penas el aquelarre de fusión bien entendida y divertida que suponen los franceses.
Lo mismo podemos decir de Pelomono, la unión artística y espiritual de Antonio Pelomono y Pedro de Dios (de Guadalupe Plata), quienes con su segundo disco ‘Gibraltar’ (Everlasting, 20) y con directos como el que ofrecieron a las 13:00 del sábado mostraron hasta que punto puede retorcerse el surf y sus alrededores, dotándoles de una vida en penumbra a la que agarrarse como al vermú de la mañana, la plaza del Ayuntamiento de Gijón nunca estuvo más cerca de ser el reverso californiano de Fritz Lang, y con todo, y sobre todo, fue una fiesta.
Como dicen que lo fue el flamenco cercano de Israel Fernández en el Teatro de la Laboral, y como sin duda fue el estallido de de pura psicodelia contemporánea de Levitation Room (enormes y bailables), inmejorablemente enlazados por Ben Vaughn (más allá de Orión) y los legendarios NRQB, de quienes aún estaremos recuperándonos, si es que fuera necesario recuperarse.
Este fue uno de esos conciertos que se vive con una intensidad especial. Antes, durante y después. NRBQ son una banda que te hacen sentirte especial por amarlos. Quizá tengamos que darle la vuelta a esto, y decir que son tan especiales que conocerlos es amarlos. Son una delicia para un muy selecto y minoritario público que quizá nunca haya tenido claro si querrían que se ampliara el club. Hubo mucha gente que viajó para verlos y comprobar que la lista de adjetivos que los han acompañado durante más de cincuenta años, aún se puede aplicar a su directo. Fueron impredecibles, frescos, elegantes, divertidos, musicalmente impecables… ¿Setlist? Esa palabra no se usa con ellos.
Ya sabéis, Terry Adams chilla la comanda y Scott Ligon, John Perrin y Casey McDonough se ponen a cocinar con él. Como en un restaurante, solo que aquí no piden los clientes, solo reciben sabiendo que no va a ser posible disfrutar de todos sus manjares favoritos, pero si de una buena selección de varios de ellos, aderezada con sorpresas, novedades y lo que se le pase por la cabeza a Terry, que está en una gran forma y nunca defrauda. No le van a la zaga sus fieles escuderos de los últimos diez años. NO son una mera banda de acompañamiento ni muchísimo menos. Todos ellos tienen carisma y clase musical a raudales. Ni por un momento sientes que estás viendo una pachanga de nostalgia verbenera, como desgraciadamente ha sucedido con algunas bandas con un solo miembro original. “Me And The Boys”, “I Want You Bad”, “Get Rhythm”, “Ridin’ In My Car” …Esos son solo algunos de los clásicos que sonaron, pero el bolo entero fue de pellizcarse y exclamar “¡por fin!”. Muy especial, como conocerlos y amarlos.
La mañana del domingo sobrevivió a la tremenda tormenta que abrió el día para hacer que el recinto se retorciera una vez más con el show de Tito Ramirez entre metales abrasivos, guitarras en trémolo y aires palpitantes del pop en castellano de los sesenta, nosotros no necesitamos recuperarnos de nada. Y eso que, como dice la película, nunca en domingo, nunca en domingo se podría hacer tal cosa, si no fuera este festival, que más allá de la música se preocupa por la hostelería y hasta los deportes relacionados con las olas y la mar, integrándolos de un modo que no sería posible de no ser porque programan en horarios que aceptan tanto la nocturnidad voluntaria como el disfrute diurno. This is the way.
Texto: Jorge Alonso
Texto NRBQ: Javier h. Ayensa
Fotos: Matt Humphrey@LAPIPAESLAPIPA