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The Fleshtones – Crazy Horse (Bilbao)

 

Un martes es día raro para conciertos. Ni es fin de semana ni se le acerca, quizás por ello más mérito aún para programar una cita que suponía el inicio de la gira española de los neoyorquinos The Fleshtones, que se meten entre pecho y espalda doce fechas consecutivas y eso que no son unos juveniles. Aunque de actitud sí, porque la verdad eso de verle darle brincos a Keith Streng con su guitarra y unos botines de pedrería (que para sí los quisiera cualquier cenicienta rockera) junto a una cuadrilla que pasa de los 67 años de media (de media… 74 marca Bill Milhizer tras su batería) es de agradecer.

Los cuatro surgieron entre el público directos al escenario (que estaba separado por una valla de madera bajita de la gente, vamos, que desde lejos casi no se distinguía quién estaba tocando) con sus instrumentos en la mano y cuatro camisas de rockero elegante estiloso, que no falte la clase nunca. Aunque lo que faltó al inicio fue un poco de coordinación. Parecía que Keith con su guitarra se había metido en una escapada en el Tour (aprovechando que venían de tocar de Francia) y el resto era el pelotón perseguidor pero bien lejos, en cuanto a actitud y volumen.

 

Se tardó en afinar el sonido y ellos un poco más en conjuntarse pero, a partir de ahí, The Fleshtones comenzaron a menear al personal, ya de por sí entregado. Raro fue ya que iniciaran con “Bigger & better” en vez de “Love me while you can” (cayó a continuación) y de ahí pues al lío. Bajo y mal se le escuchaba al eléctrico Peter Zaremba, tanto que a su compañero Keith se le entendía mejor cuando se encargó de la voz en “”You gotta love, love”. Ojo, hombre orquesta total, pues estuvo aporreando la batería y cantar en la reciente visita de Deniz Tek al Antzoki el último día del enero pasado. Y todo lo hace bien, la verdad.

Con la versión de “Child in Moon” de los Stones (suena a Stones la toque quien la toque) el grupo ya era grupo. La armónica de Zaremba en “Charlie Chan” ya desataba los bailoteos, entregada la parroquia a cantar estribillos de esos fáciles a grito pelado (“I surrender”, “Suburban Roulette”), homenaje a sus vecinos de Queens (“Remember The Ramones”) y más divertimento con “Soul shave” y “Alright”.

Pero sin duda el final del concierto fue lo mejor. Más allá de animaciones festivas como exhortar al público a girar como peonzas, Keith Streng tocando subido a la mesa de merchandising, o todos agachaditos hasta que Zaremba ordene y mande levantarse brincando, fue en esta última canción en la que se desató el desenfreno. La larga versión del “Save me” de Aretha Franklin la moldearon al estilo Fleshtones, lo que significa que  aquello era una fiesta en toda regla. Lástima, acabó en el mejor momento de la banda, veinte temas en menos de setenta minutos. Y como dice uno que de esto sabe mucho, todo el mundo con la sonrisa en la cara.

Texto: Michel Ramone

Fotos: Dena Flows

 

 

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