Ver el WiZink Center prácticamente lleno fue lo primero que llamó la atención nada más entrar, lo que da una idea de la enorme legión de seguidores que arrastra. Será un bocazas, es cierto, pero es el autor de un enorme cancionero, imperecederos temas que llevaremos adheridos mucha parte de nuestra vida. Así que, un cosa por la otra.
Una vez dentro, análisis del escenario: situado en el centro, visibilidad de 360 grados y con unas pantallas colgadas del techo bombardeando imágenes apocalípticas. El sonido fue malo (distorsionado) en los primeros temas. Una vez que los técnicos dieron con la tecla correcta, empezó a desgranar canciones de la primera época y se metió al público en el bolsillo. La banda sonaba de miedo y si cerrabas los ojos hasta pensabas que era David Gilmour quien tocaba.
Pero empezó el desvarío y la magia comenzó a disiparse. Eternos discursos políticos entre canciones que aburrían hasta a las ovejas, ni los silbidos para que los cortara le hacían cambiar de idea. Mientras, las pantallas continuaban escupiendo mensajes políticos, eso sí, subjetivos, los suyos. La gente va a escuchar música, no mítines. A mitad del concierto, la banda paró y desapareció del escenario para un descanso. Resultado: caras enfurruñadas y muecas de desaprobación. Pero tonto no es: cerditos y ovejitas voladoras daban vueltas entreteniendo al personal durante su ausencia, como las cheerleaders.
La segunda parte con temas principalmente de sus álbumes en solitario contrastaba fuertemente con la primera, en la que la gente cantaba. A mi alrededor, las primeras huidas hacia la calle. ¿Qué más puedo contar? Su terquedad es comparable a la de Neil Young, pero este último, si pilla el punto, todavía es capaz de subirte las pulsaciones. Waters, en cambio, su falta de empatía la equilibra con circo. No fue un concierto que me marcase y, con esta vez, ha sido suficiente.
Texto: Manuel Beteta
No canto nuca bien ahora,menos sin voz