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The Fuzztones – El Sol (Madrid)

Me estaba preguntando durante gran parte del show de los Fuzztones qué sería de ellos si la chorrada esta de lo políticamente correcto les afectara. Si, como algunos parias intentan hacer con los libros de Roald Dahl, las letras de los neoyorquinos pasaran por la criba de lo polite. Que hubiera un día en el que, de repente, Rudi Protrudi hablara de amor ñoño y hierbas aromáticas en sus letras. Nada de apología a las drogas ni por supuesto al sexo con drogas. Nada de meter la lengua entre los dedos que forman la siempre sugerente V y nada de beber “coca cola con ingredientes secretos” sobre el escenario, solo agua Fiji (siempre y cuando no haya algún fiyiano gilipollas que comience una cruzada contra la descarnada explotación de su lluvia).

Me lo estaba preguntando durante gran parte del concierto y, en cierto modo, sentía rabia por ello. ¿A esto he llegado yo, amante de los directos y del sucio rocanrol? Así estaban las cosas en mi cabeza mientras la siempre boyante Sala El Sol no paraba de saltar de un lado a otro.

Se presentaba el quinteto por vigésimo séptima vez (si las cuentas del bueno de Protrudi no fallan) en este emblemático escenario -al que esta vez le falló el sonido en ciertos momentos- y lo hacía con el cartel de no hay entradas colgado en la puerta. Un miércoles.

Pidiendo disculpas por una afónica voz que aguantó como pudo el envite, Rudi Protrudi resoplaba en cada solo y sonreía a las primeras filas. Bien secundado por una banda que funciona como un metrónomo distorsionado, los grandes temas iban cayendo como los tragos de cerveza. “Bad News Travels Fast” o “Ward 81” se entremezclaron con las versiones de “1-2-5”, “You Burn Me Up & Down” o “No Friend Of Mine” para una actuación sólida que, a estas alturas, pocas sorpresas deparó.

“Black Lightening Light” de Johnny & The Shy Guys y, por supuesto, “Strychnine”, cerraron una velada en la que el extasiado Marco Rivagli lució como suele lucir aporreando a la batería desde todos los ángulos posibles. Un espectáculo digno de compartir con quien tienes al lado.

En definitiva, hora y media de Rock and Rolll Old School, de ese al que seguimos queriendo meter mano como siempre se ha hecho. Disfrutando, sonriendo, agitando cabeza y cuerpo sin ningún sentido. Shows atemporales llenos de armónicas, teclados y guitarrazos, de esos que apaciguan las turbulentas aguas en las que nos quieren obligar a sumergirnos.

Texto: Borja Morais

Fotos: Fernando Ramírez (Sala Upload, Barcelona)

 

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