Si en su anterior visita decíamos que Dewolff parecen no tener límite, el tiempo parece darnos la razón, siendo su única barrera el aforo de la sala en la que se encuentren. El zaragozano Rock & Blues había colgado el “no hay billetes” días antes del nuevo advenimiento de los neerlandeses.
Abrieron la noche The Grand East prendiendo la llama con 30 minutos de absoluta locura. Resumiendo mucho, cogen los temas de sus grabaciones, los rocían con gasolina, les pegan fuego y los intentan apagar a base de bailes. Arthur Akkermans no hace prisioneros. Pero cuando el lobo aúlla, al resto nos toca callar.
El aroma psicodélico con el que conociéramos a Dewolff en su primera visita hace 9 años se ha ido deshaciendo sutilmente con el paso las giras, convirtiéndose en una deliciosa resaca funk y soul en sus composiciones, en las que la banda muestra una confianza plena -solamente sonarían dos temas anteriores a 2020. Y a pesar del cambio de piel, siguen manteniendo el mismo corazón salvaje en sus directos, explotando como nadie las ventajas del trío de rock.
Así, su actuación se convierte en un combate a 12 asaltos en la que sacan todo el repertorio de trucos de campeón, una enorme pegada vocal e instrumental, un vacilón juego de piernas, dentelladas de trance directas a la yugular y hasta algún rato para jugar a traducir sus letras al castellano. Y tras casi dos horas de castigo en las piernas (y en algún que otro hígado), sonaría la campana final. Pero como quiera que no les gusta ganar a los puntos, regresarían al cuadrilátero retando al respetable a un último asalto a muerte súbita. Eligieron Rosita, 16 minutos de tema para acabar de hacer jirones la noche. Con las mandíbulas más afiladas que nunca dejaron claro una vez más (y van ya…) porqué este lobo no actúa en el circo.
Texto: Hildy Johnson
Fotos: Cristina Deville
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DeWolff + The Grand East , Sala Upload
Que una banda de la que ya se espera que sus conciertos sean fantásticos, siga sorprendiendo una y otra vez en directo, es una rarísima anomalía. Pero son esas anomalías de las que es un placer ser testigo. El crecimiento de DeWolff, lento pero sólido, les ha llevado a iniciar una gira para presentar “Love, death & in between”, su reciente disco en estudio, en la que sus actuaciones se cuentan por sold outs. A base de trabajarse a cada uno de sus seguidores con estupendos discos y conciertos incendiarios, la banda está en su momento más dulce.
Con las noticias de sus últimos conciertos en la península, el ambiente de la barcelonesa sala Upload era de expectación, de noche grande. Y ya los teloneros dejaron patente que lo sería. The Grand East debería encabezar su propio show para evitar esa sensación de que, al final de su concierto, lo mejor aún estaba por llegar. No eran los protagonistas principales, pero sustentados en su peculiar cantante, su papel secundario no quedó tan claro.
Eso sí, con DeWolff ya en escena, y descargando “Night train”, la atención pasó inmediatamente al trío de Geelen. Los hermanos Van de Poel y Robin Piso se encargaron de insuflar su poderoso rock, plagado de soul, toques de psicodelia, southern y blues pesado, a cada uno de los asistentes. Es una propuesta anclada en el pasado, pero no son sospechosos de mancillar ese legado clásico, como muchas otras bandas lo hacen sin reparos. Suenan sorprendentemente contemporáneos, desenfadados, pasionales y sexis, defendiendo su música con un talento y una autoridad insultantes.
El punto de partida de la banda es la canción, pero las mutaciones, los toques de improvisación, la dinámica que le imprimen en directo, y su capacidad para alimentarse de la reacción del público y moldearla, las lleva a niveles realmente impactantes. Y tienen material donde escoger, entre el que siempre destacan “Tired of loving you”, la festiva “Double crossing man” y, por poner solo un ejemplo de su más reciente trabajo, esa epopeya southern-rock-soul que es “Rosita”. Otra noche especial a añadir a su larga lista de actuaciones memorables.
Texto: Sergio Rodríguez
Fotos: Marina Tomás