No soy muy amigo de estas cosas, de ahí que me negase a acudir a las anteriores ocasiones en que Band Of Friends nos visitaron. Como fan absoluto del genial músico irlandés no veía la necesidad de acudir a un evento de este tipo, pero las ganas de música en vivo tras los largos meses de sequía provocados por la pandemia me llevó a presenciar su paso por el Festival de Blues de Cerdanyola el pasado 2021.
No sé si fueron esas ganas, el marco escogido, un excelente lugar al aire libre, y, por supuesto, su buen trabajo los que me hicieron valorar esta iniciativa comandada por Gerry McAvoy, bajista histórico de Gallagher. Más que un homenaje, me encontré con una celebración, una fiesta hecha para un público fiel y devoto del guitarrista, cantante y compositor de Ballyshannon
Con ese buen recuerdo acudí de nuevo a la cita con la banda de amigos, la barcelonesa sala Wolf presentaba un magnífico aspecto, con un público conocedor de lo que iba a ver y a escuchar. Expectante ante lo que iba a suceder en el escenario. Recibidos con entusiasmo, abrieron con una de las versiones clásicas del repertorio de Rory, «Messin’ With The Kid», encajando temas más “oscuros”, «Sense Of Freedom» por ejemplo, como guiño cómplice a los seguidores más recalcitrantes, aunque no haga falta señalar que el grueso de lo interpretado fueron composiciones reconocibles a la primera.
Canciones que sublimaron el blues rock en su momento y que a día de hoy, tanto tiempo después, todavía lo siguen haciendo. Hablamos de joyas como «Moonchild», «Tattoo’d Lady», la fabulosa «A Million Miles Away», «Shadow Play», «Off The Handle» o «Bad Penny». Gerry se mantiene en buena forma a sus setenta y una primaveras, dirigiendo el cotarro con simpatía y entusiasmo, supieron solventar con oficio y saber estar algunos problemas técnicos y rubricaron un concierto correcto que dejó satisfecha a la parroquia.
Personalmente, lo encontré algo inferior a la anterior vez en el certamen vallesano, en esta ocasión no me convenció en demasía la labor vocal de Jim Kirkpatrick, teniendo en cuenta el reto de enfrentarse al peculiar fraseo y entonación con que cantaba Gallagher, y su toque, si bien no hay nada que objetar a su habilidad técnica, no me terminó de encajar, gustándome mucho más la labor de su compañero a la seis cuerdas, Paul Rose, más bluesy y, por tanto, más cercano al espíritu original de los temas.
Pero vaya, que cumplen su objetivo más de que de sobras. Pasárselo bien y hacérselo pasar bien a los que se retratan en taquilla para un ejercicio de nostalgia que no hace más que recodarnos la excelsa talla como músico del añorado Rory.
Manel Celeiro
Fotos: Fernando Ramírez