Discomático

Iggy Pop – “Every Loser” (Atlantic / Warner)

 

La ley natural dicta que el mejor método para la superveniencia de una especie radica en su capacidad para adaptarse al medio. Un axioma que, como suele ser habitual, cuando se intenta traspasar al ámbito creativo se vuelve mucho más resbaladizo. Pocas certezas existen en el contexto artístico, y desde luego ninguna hace referencia a la existencia de una conducta infalible que reporte una honrosa perdurabilidad, menos todavía incluso si se pretende aplicar a ese tipo de músicos de longeva trayectoria e icónica condición elogiosamente obstinados en buscar su acomodo también en el presente. Para ellos, el intento de permanencia inmutable en esa dorada posición, sin atisbo de cambio y bajo un continuo recordatorio de sus gestas, puede ser una determinación tan fallida como la de pretender mimetizarse con su tiempo, ofreciéndonos no pocos esperpentos consecuencia de tal intento.

En el caso de Iggy Pop, definido por un incuestionable abolengo tras incendiar las páginas de la historia con The Stooges o entregando una carrera posterior en solitario de gran calado, su actitud -siempre encomiable, pero no ajena al fallo- por ir mudando de piel le ha conferido una ininterrumpida discografía en la que, entre contundentes reverdecimientos de su carácter impetuoso (“Post Pop Depression” ), ha intercalado apariciones pertrechado como crooner afrancesado (“Préliminaires”)  o bajo texturas de jazzístico vanguardismo (“Free”). Ahora, recién iniciado el 2023, y cuando parecía aplacado su nervio bajo apuestas decididas a explorar una faceta más intimista, regresa con un álbum que no solo vuelve a prender la mecha sino que sirve de recolección de todos esos trajes interpretativos que ha ido guardando en su fondo de armario.

Para efectuar ese tránsito que le ha llevado a merodear por espacio sonoros muy diversos siempre se ha apoyado en la astuta idea de buscar aliados en la producción que guíen y aconsejen sus avances. Desde David Bowie a Joss Homme pasando por Hal Cragin , todos han ejercido no solo de hábiles lazarillos, sino que han ostentado capacidades más allá de las propias técnicas, incluso llegando a desempeñar el papel de coautores. Bajo ese mismo guion, aparece la figura de Andrew Watt en este “Every Loser», un nombre que ha creado mayor controversia dada su habitual presencia en los créditos de músicos en principio tan antagónicos a Iggy Pop como Ed Sheeran o Justin Bieber. Un currículum en el que sin embargo también hay espacio para sus colaboraciones con otros veteranos como Ozzy Osbourne o con perfiles ya establecidos, léase el caso de Eddie Vedder. Una dicotomía profesional que incluso parecería estar buscada premeditadamente para funcionar a modo de complemento respecto al propio concepto que contiene este disco: la pretensión de enfrentarse al presente desde la condición de un “viejo rockero”. Un intento por saldar cuentas para el que, además de puntuales presencias, se ha escoltado de una banda conformada por integrantes de grupos como Red Hot Chili Peppers (Chad Smith y Josh Adam Klinghoffer) o Guns N’ Roses (Duff McKagan). Todo un envite para asaltar el hoy desde el ayer.

No es de extrañar que un tema como “Frenzy” obtenga el privilegio de abrir el álbum, su trepidante base rítmica soportando las distorsionadas e iracundas guitarras, y una vocación por desarrollarse como himno que interpela al oyente, le hacen merecedora de tal posición. Más todavía cuando se trata de una clara declaración de intenciones que, a base de testosterona («Got a Dick And Two Balls, That’s More Than You All”), reclama de forma chulesca el sitio que se merece su autor entre la savia nueva. Buena parte del esqueleto del disco se suspenderá sobre composiciones que abogan por la rabia y el golpeo directo, aunque demostrando versatilidad en los pasos a efectuar para asestar dicho impacto. Porque si el piano y los riffs son la receta para embestir tanto en el caso de los ademanes clásicos -en los que participa Stone Gossard (Pearl Jam)- mostrados en una “All the Way Down” que acepta los desgarros de la edad pero sin concederles el peso de una sepultura, como en una agitada y frenética, a lo Jon Spencer Blues Explosion, “Modern Day Ripoff”, “Neo Punk” se desenvuelve melódica y contagiosa, encarnando la esencia de la escuela californiana, un hecho subrayado por la presencia de Travis Barker, componente de Blink-182 , para rociar de ironía los avatares que supone la evolución de dicho género musical.

Más allá de contener este trabajo buenas armas para declarar el regreso del lado más agreste y rabioso de Iggy Pop, su contenido se permite el lujo de optar por alcanzar otras aspiraciones que se verán refrendadas por las variadas personalidades que el músico ha ido acumulando a lo largo de su extensa trayectoria. Sin abandonar el manejo de las guitarras, sin embargo éstas se sumergirán en una producción casi ochentera con la que atraer el espíritu del post-punk. Mientras es la faceta más envolvente -con su consiguiente tono interpretativo de mayor profundidad y fraseos recitativos pero sin renunciar a un estribillo de imponente energía- la desprendida por “Strung Out Johnny”, todo un aviso a las generaciones actuales en forma de baño de realidad, los sintetizadores tomarán protagonismo, lo que le confiere un aspecto más misterioso, en “Comments”, donde se materializa una de las últimas grabaciones en las que tomó parte el fallecido Taylor Hawkins (Foo Fighters), siendo “The Regency” la que alcance su representación más desgarrada, en esta ocasión haciendo la guitarra de Dave Navarro de invitada.

Pero no acabará ahí el registro cromático que nos tiene reservado el repertorio, porque todavía habrá espacio par su ambiente más recogido e intimista, haciendo que su sobrecogedora y casi crepuscular voz -como el Johnny Cash de las “American Recordings»- relate una emocionante “Morning Show” o muestre su admiración por Donovan y de paso dedique a Miami, su lugar de residencia, el homenaje cosmopolita y elegante que significa “New Atlantis”.

“Every Loser” se presenta por un lado como una vindicación, irónica, deslenguada e inevitablemente algo nostálgica, de aquel que no quiere perder su capacidad para enseñar los dientes también en esta incierta época. Puede que sabedor de la imposibilidad de lograrlo, el álbum toma la determinación de servir igualmente como reflejo de la historia de un músico que, con mejor o peor suerte, se ha reformulado continuamente. Si todavía hay alguien desconocedor de la salvaje naturaleza de Iggy Pop, posiblemente éste no sea el mejor disco para descubrir sus garras, y puede que incluso no lo sea tampoco para embeberse de sus piruetas más experimentales, pero desde luego de lo que sin duda resulta un excelente ejemplo es de la condición camaleónica que exhibe orgullosa esta “iguana” que se niega a yacer domesticada por el paso del tiempo.

 

Texto: Kepa Arbizu

 

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