Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
“I like your music, keep rolling that rock!” Un cumplido así, cuando tienes una banda, siempre es de agradecer, provenga de quien provenga. Pero si quien suelta el halago es Paul Rodgers, la inyección de autoestima llega ya a otro nivel. La frase del interfecto, al parecer, vino tras escuchar «Memory Street», uno de los temas de Holy Ground, álbum de debut de la banda que nos ocupa. Un combo comandado por Joe Fischer, veterano de la escena blues germana a la que los más atentos recordarán en las filas de la Cadillac Blues Band, grupo de Freiburg que dejó algunas notables grabaciones a lo largo de los noventa en el sello Inakustik.
Y de ese mismo paraje sureño, en plena Selva Negra, surge ahora su nuevo proyecto. Un cuarteto que se mueve principalmente dentro de los parámetros del clásico y melenudo blues rock británico, pero con más de uno y dos guiños al southern con denominación de origen. Un sonido el suyo, no por anclado en -y reflejo de- postulados más que canónicos, carente de inmediatez y frescura. Puede que debido, entre otras cosas, a la combinación de bisoñez y veteranía que esgrimen en sus filas, con una diferencia de edad de treinta años entre unos y otros.
Entrando en materia, lo primero que hay que pedirle a Holy Ground es paciencia. Como a cualquier disco, pensará alguno. Cierto. Pero quien decidió la secuenciación en este trabajo debía estar muy seguro de sí mismo, porque solo así se entiende que pese a empezar con un buen pepinazo, entre los cinco primeros temas cuelen un interludio acústico («Sonata in E-Major 7», tal vez una broma privada a costa de Bach o vete a saber) y dos medios tiempos no especialmente rampantes. Pero cuando uno se ha criado escuchando la música en dos caras, sabe que no pocas veces en la B se oculta la recompensa que te escatima el anverso. Y aquí, aunque en digital y de una tacada, la enjundia llega a partir de «Witch», un muy notable dueto con la vocalista Lea Rollbühler a partir del cual la trayectoria torna ascendente. Muy especialmente con la terna que componen «Sewing Machine», la citada «Memory Street» (con guiño a «All Right Now» incluido) y «Suicide Boogie», tres temas que por sí solos merecen esa oportunidad que estas líneas tratan de aconsejar. Contemos con que además la lírica trasciende lugares comunes para hablar/denunciar temas como las tropelías de las logias bancarias, el esclavismo fabril en Bangladesh o, en general, cómo estamos dejando el planeta hecho unos zorros; una variedad temática y un espíritu crítico que se agradece ante la -siempre agradable, pero recurrente- retahíla de soledades nocturnas y corazones rotos.
Respecto a las reticencias que pueda albergar el oyente casual, a primera escucha, avisemos -o prevengamos, tanto da- de que el sonido tal vez resulte demasiado limpio para aquellos acérrimos amantes de la mugre. Ciertamente, a Blue Deal no les falta músculo, pero tal vez sí un poco más de grasa. Un poco más de ese nervio al final del filete, que uno mastica con tanta o más delectación que la parte magra. Pero no es menos cierto que en el blues y el rock, como en la gastronomía y también el sexo, puede uno disfrutar -según el día y el estado de ánimo- tanto de la vianda más bien emplatada como del revoltillo más guarrete.
En cualquier caso, habrá que estar atentos a cómo funciona el disco y si la banda se muestra dispuesta a traspasar fronteras para presentarlo en directo. Por Escocia cuentan que ya se han dado un par de vueltas en el pasado, y no les ha ido nada mal.
En espera de tal eventualidad, desde esta sección dejamos la pelota en el tejado de los lectores. Después de todo, si el señor que estuvo en Free y Bad Company dice que esto le gusta, la recomendación, convendrán, viene con sello de calidad.
Eloy Pérez
