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Sex Museum – Sala El Sol (Madrid)

Tenía un colega que siempre recordaba lo mejor que nunca le dijo una piba: tienes los ojos pequeños, la nariz aguileña y la boca torcida, pero todo en su conjunto te hace especialmente atractivo. Algo así pensaba mientras veía a los Sex Museum el viernes en la Sala El Sol. La voz no destaca nada, la guitarra no suena alta, el bajo no se escucha y el bombo no te martillea el corazón. Y, sin embargo, todo en su conjunto dio lugar a un bolo especialmente atractivo.

No voy a descubrir a los madrileños a estas alturas de la película. Una banda con casi 40 años de carrera que llena su sala fetiche (gracias, Inverfest) una noche tan extraña como siempre es la del 6 de enero tiene todos mis respetos. Porque los Museum son garantía de diversión, de ver cómo la suma de sus partes encaja a la perfección y la mezcla continua de géneros conforma un ambiente onírico por momentos, sin perder un ápice de energía. Una energía que el grupo condensa, tensa y suelta a su antojo, como si de un yoyó se tratara.

Es verdad que la voz de Miguel suena peor que en 2018, cuando ya sonaba peor que en 2013, como me recuerda el paisano de mi lado. No se le entiende apenas, así que cuesta saber si canta en español o en inglés -el wachu wachu famoso-, pero su presencia en el escenario sigue siendo magnética, como un mix entre Chris Robinson, Iggy Pop, este y el otro. Porque la originalidad de Sex Museum, como la de tantos, reside en coger de aquí y de allá. En conocer el secreto, ese que tantas veces se ha pregonado por estos lares y que tantos genios han profetizado: ya está todo inventado en este arte, así que roba de lo ya hecho, mezcla estilos, menciona influencias y pon tu nombre en este baño de garito lleno de fechas y firmas que es la música. Seas quien seas, alguien ya estuvo aquí.

Y así, tras unos bises excitantes, sin Miguel sobre el escenario, los Museum se despiden de un público entregado y contento. “Esta noche huele a peligro”, dice el siempre irónico Fernando Pardo. Puede que así fuera, puede que no, pero sin duda alguna que tras un concierto tan pragmático como efusivo, las frías calles de la capital se tornan mejor coloridas.

Texto y foto: Borja Morais

 

 

 

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