Hay ocasiones en las que una banda o artista no necesita reinventar la rueda para inspirar cierta diferencia. Seamos honestos; en ciertos momentos uno solo desea oír lo de siempre porque así se lo pide el cuerpo, pero siempre, y por norma, esperando el giro necesario para tener la sensación de que está viendo y escuchando algo nuevo. Gin Lady precisan de poco para darte lo de siempre pero con la suficiente personalidad para crear una ceremonia de carácter propio. De entrada, y esto es algo que me importa; la presencia escénica. Ninguno de ellos pretende pasar por un hippie y/o sureño de un estado estadounidense que cae a miles de kilómetros de casa: ni pantalones acampanados, ni patillas despampanantes, ni ningún otra pieza de atrezzo que haga parecer a sus integrantes meros farsantes buscando encajar donde no se les espera.
Y no porque la música de los suecos no se preste a ello: cosmic rock con esencia sureña pasada por el tamiz de Neil Young en busca del fantasma de Danny Whitten. O algo parecido. Bien por ellos. Tienen las canciones, el sonido, el punto diferencial (la doble voz de la chica), la habilidad de un guitarrista con personalidad (Johnny Stenberg; el único en esa escena con los «cojones» de salir a tocar con una Gibson Flying V) y la buena voz de Magnus Kärnebro, que recuerda a Ronnie Hammond de Atlanta Rhythm Section. ¿Saben una cosa? El tipo que canta en Pacific Range también me recuerda a Ronnie. Y cualquier cosa que me recuerde a Ronnie Hammond tiene mi bendición.
¿Buenos momentos? La gran mayoría. Quizás no es la banda más solida para dejarse llevar y derivar hacia una jam, cosa que intentaron en el último tema: «Shine On». Pero está bien así. Hay grupos que funcionan con una estructura solida. Cuando tienes «pequeños himnos» de la altura de «Flower People», «Freedom Rider» o «Lend Me A Hand», lo demás es solo un extra. Qué gran noche la de aquel día. Suerte en el resto de la gira. La merecen.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Sergi Fornols
