Lo confieso. No vi a los Sirles en la época que se tenían que ver. Estaban muy fuera de mi radar y, sinceramente, pensaba que eran otra banda de punk de comarcas sin mucho que decir. Que equivocado estaba por dios. Por razones que no vienen al caso, me empecé a introducir en su música después de su separación por razones devastadoras. Y súbitamente quedé atrapado por sus canciones. Así que esta reunión era algo imperdible para mí. Y era también una manera de redimir esos perjuicios que alguna vez me gastan malas pasadas.
Y todas mis expectativas se vieron cumplidas por exceso. Esta reunión de los Surfing Sirles con Joan Colomo (que grande que es este tipo) fue un homenaje a lo que en mi mente debieron ser los Sirles. Ellos estaban absolutamente focalizados en su repertorio, detonantes, enérgicos y exultantes. Alegres y conectados. Uno podía percibir la electricidad de su unión y discernir el aurea del grupo que era tan grande que parecía trascender la sala. La audiencia se rindió a esa energía expansiva, con pogos, cantos corales, cuellos que se contorsionaban al ritmo frenético y bailes que contribuían a una conciencia entregada a la celebración y el despiporre. No había nada de nostalgia, ni tan solo la hicieron jugar en la partida, solo presente incendiado. Graciosamente liberador.
Guille Caballero en el centro, como maestro de ceremonias, con su camiseta de NOFX aún viva, apolillada y casi vencida, gastada después de infinitos lavados. Su teclado poseído, sus teclas repartiendo líneas de bajo opíparas y riffs incubados en una psicodelia de caminada pendular, psicoactiva y de vocación hipnotizadora. Como un Ray Manzarec después de comer una buena butifarra con secas y algo de allí oli. La banda a su alrededor, repartiendo chispazos, embestidas y bombadas rítmicas que hacían que el suelo del apolo se moviera en sísmicas oleadas mientras Martí, a la Joe Strummer, hacía de puente entre la banda y la audiencia, sellando una unión electrizada.
Lo Sirles sonaron deliciosamente. Cabales y entornillados. Una centrifugadora musical donde cabía el garaje más ortodoxo, estos acordes de Psycho que, aun envenenados, siguen sonando a Psycho. Riffs Punk a la estela de «Career Opportunities» babeando lava por todos los flancos, amamantados por esas cariátides pop marca de la casa, y esos coros deliciosamente sixties que parecen teletransportados de Phil Spector en los Gold Star Studios. Y cerca, sin perder pista, ese Kraut especiado que también reclamaba su espacio. Un universo musical solo apto para omnívoros musicales. Destacar algún momento sería injusto, porque solo puedo visualizar todo el concierto como un único ritual, en el que los Sirles dispararon todos los cartuchos de su discografía. Nada que los represente se quedó fuera y el público quedó absolutamente saciado con esa fuente de energía que generan sus canciones.
Hubo un momento que Guille, absolutamente electrocutado por la magia del momento, dijo que cuando tocaban nunca habían tenido tanto éxito. Y tiene toda la razón. Había mucho de agradecimiento y celebración en sus palabras y también algo de tristeza. Igual no tengo derecho a decirlo, como recién llegado a la saga Sirles, pero para mí, y después de dejar unos días de reposo para hacer bajar la sobrexcitación de la velada, seria necesario continuar esta aventura. Los Sirles no pueden morir ahora, lo dice el público, lo dicen sus canciones y lo dice su energía. El concierto del Apolo a mi no me sonaba a punto y a parte y, más allá de su música, su alma coral parece estar aún conectada con la vida, esa que, a pesar de recibir golpes duros se empeña en seguir expresándose. En seguir existiendo. Pase lo que pase, mis más sinceras felicitaciones para los Surfing Sirles. Con un sold out incontestable en el apolo y una audiencia entregada, fueron semilla y siembra, primavera y otoño. Una cita que algunos interpretamos como un futuro lleno de posibilidades y, sin lugar a dudas, un presente arrollador.
Texto: Andreu Cunill Clares
Fotos: Néstor Noci