No es fácil lo de Opeth. Para nada. No solo porque su música sea un mayúsculo espacio de experimentación, buen gusto y talento en dosis casi perfectas. La personalidad de la banda, vinculada ineludiblemente a Mikael Åkerfeldt (Miguelito para nosotros), tiene tantas caras y registros, que llevarlas al directo con éxito parece imposible. Pero sucede. Y sucede en cada noche y en cada ciudad. En Barcelona, y tras una década sin presentarse en vivo, encajaron el rompecabezas con una insultante autoridad. La gira Opeth by request, en la que sus seguidores han votado las canciones del repertorio -una de cada disco en estudio-, es un generoso regalo para el público. Y seas o no seguidor de los suecos, el espectáculo es digno de disfrutarlo.
Antes de que Opeth embrujara a la sala Razzmatazz, Voivod realizó un rápido repaso por sus casi cuatro décadas de carrera con un repertorio que también picó de aquí y de allá en lugares poco evidentes de su discografía. No lo voy a negar, le tengo debilidad a los canadienses, y su metal progresivo distópico sonó fantástico como antesala de los alumnos aventajados.
Envueltos en un precioso juego de proyecciones y dos niveles en el escenario, “Ghost of perdition” abrió el repertorio de Opeth con precisión metronómica. La canción es el perfecto ejemplo del sello del grupo. Los guturales de Åkerfeldt son el preludio a los interludios de progresivo puro, con esas melodías que te transportan a pasajes de calma, evocadores, para volver a la intensidad rítmica y, si se puede llamar así, el metal contemporáneo más ortodoxo. La primera parte del concierto, nos lleva por todo el espectro de la banda, con toques más psicodélicos en “Harvest”, la ominosidad de “Under the weeping moon” o una sobrecogedora “Windowpane”, salpicados con ese humor irónico e hierático de Åkerfeldt, que presentó con un “fuck you” la larguísima “Black Rose immortal”, reprochando a la audiencia la elección de un tema de 20 minutos, pese a reconocer que le gustaba tocarla, e invitar a la audiencia a aprovechar para tomar algo o ir al lavabo sin problemas de perderse mucho. Aunque optamos por quedarnos y disfrutarla.
A partir de este punto, la actuación se volvió más feroz y más intensa si cabe, y “The Moor” (benditos por entender perfectamente el legado Maiden), “Alting Tar Slut” o la final “Deliverance” marcaron nuevos momentos destacables en una actuación tan asombrosamente intensa, divertida y emotiva que las dos horas y cuarto de duración supieron a poco. Memorables.
Texto: Sergio Rodríguez
Fotos: Sergi Fornols