Esto ya no trata de que su nombre le permita hacer lo que le plazca y que los aplausos deban seguir marcando cada beat. Tampoco de qué, a ciertas alturas de una película de tan largo metraje, las inquietudes por rememorar sus orígenes musicales sigan resultándonos certeras o no. Esto va de credibilidad.
También de un acto de gratitud hacia un artista que, en un alegato a la honestidad por combatir la cronicidad de su sequía creativa, acabe reinterpretando clásicos que le han ido marcando hasta la post madurez sin caer en un presupuesto tragaperrismo. Aquel joven musculado de camiseta imperio blandiendo la telecaster, es hoy un intérprete enfundado en traje brillante que le viene tan grande como lo es su baúl de los recuerdos musicales para hacer fundido a negro y disfrutar un puñado de canciones de su adorado R&B con pasión y excesiva pulcritud. Sin llegar al perfeccionismo de senectud, este Springsteen de hoy ya no suda. La selección de un repertorio de unas Spectorianamente ampulosas quince podrá variar en el tono, pero no en la linealidad en la rendición, facilitando el random sin alterar un resultado de métrica exacta. Las canciones ya estaban, el quid era como lograr que el todo creara un único concepto, y encajarlo en el personaje inquieto por seguir dando lo que queda, no a la inversa. La producción de su actual ingeniero de cabecera, Aniello, y la honesta rendición de Frank Wilson o William Bell, entre otros, por parte de este talentoso septuagenario rostro pálido permiten un resultado tan verosímil como disfrutable. Pocas historias de las que transcienden han sido de ida y vuelta, y en este caso lo son.
Texto: Frank Domenech
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