Nuestra compañera Amaia Santana comparte su tristeza en su columna «Patio Interior Bruto».
Espero a una “no-entrevista” y me fijo en una especie de ‘instalación’ que reza: “Compartamos este vacío”. Leo este mensaje tras conocer la triste noticia. Ni siquiera puedo reproducir el terrible titular con mis propias teclas. Wilko Johnson, además de portentoso guitarrista, estandarte del pub-rock y sex symbol en su juventud -para mí lo era, ¿vale?-, representaba una peineta al cáncer. Un fuera de juego a la fatalidad. La prueba irrefutable de que los milagros existen. Un extrabonus a la vida, antes del inevitable game over. ¿Qué estaba viviendo “de propina” desde el fatal diagnóstico? Sí. ¿Y qué? Yo necesitaba creer. Creer que el cáncer no siempre gana. Y la historia milagrosa de esta curiosa criatura me ayudó a creer. A esbozar una sonrisa la primera vez que le vi en directo, en Manchester, circa 2014, saltando a la pata coja como un loco, de un lado al otro del escenario -su característico duck walk-; con esa sonrisa absolutamente desquiciada y vestido de riguroso negro. Como si hubiera resucitado en su propio funeral y lo estuviera celebrando.
Era -es- mucho más que un músico -ello no obsta para reivindicar, hoy y siempre, riffs poderosos como el de «Roxette» (si no te remueve la sangre, algo te pasa, lo siento)-. Recuerdo la profundidad de su voz cavernosa al otro lado del teléfono. Aquella vez me temblaron el inglés y el fenómeno fan. Luego descubrí que era bastante accesible y tenía un gran sentido del humor (se refería a sí mismo como “pobre hombre viejo”, entre sonoras carcajadas). Se confesaba de naturaleza depresiva, y estar de gira era lo que le mantenía no sólo con vida, sino feliz. “Mientras estás tocando en directo reduces todos tus problemas y miserias al beat, al ritmo, al rock n’ roll. Sobre el escenario, no piensas en todas las cosas que te atormentan a diario. Puedes escapar (de ti mismo)”. Reparo de nuevo en la ‘instalación’ al tiempo que mi “no-entrevistadora” entra en la sala. “Escapemos de este vacío, Wilko”, suspiro.
Texto: Amaia Santana
Foto: Sergi Fornols