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The Afghan Whigs – Teatro Barceló (Madrid)

El tiempo todo lo cambia. Hasta la persona más sexy del mundo, como Greg Dulli, puede criar una barriga y, aún así, seguir siendo la persona más sexy del mundo (al menos, siempre lo he sido en el universo de las canciones, cada vez que alguien pinchaba «Somethin’ Hot»). No hay mejor metáfora de lo que significan Afghan Whighs hoy que esos mofletes incipientes del caballero Dulli, vestido de negro como el resto de la banda, por aquello de que lo oscuro adelgaza: lo que en apariencia puede pasar por un defecto es en realidad una muestra de dignidad, de que cambiamos y envejecemos pero se puede hacer bien, muy bien. Lo demuestran en el arranque del show, que se centra en el repertorio de su último disco, el muy apreciable How Do You Burn? y algunos rescates de los otros dos álbumes que publicaron desde su vuelta, Do to the Beast de 2014 («Matamoros») o In Spades de 2017 (la épica «Toy Automatic»).

No desentonan, pero claro, entonces suenan seguidas «Gentlemen», «What Jail Is Like» y «Fountain and Fairfax» (precedida por una versión del «Who Do You Love?» de Bo Diddley), presentadas por Dulli con ironía (“si alguien nos vio en 1993, seguramente escucharía esta”) y aquello se viene abajo, la señal de que el repertorio clásico de la banda de Ohio sigue funcionando sin mella. Hasta el seriote John Curley, el bajista y único miembro que se ha mantenido fiel a Dulli desde el principio, parece pasárselo bien. No suena en esta ocasión «Teenage Wristband» de Twilight Singers, pero sí lo hace una versión stoner de «Heaven in their Minds» del musical Jesucristo Superstar de Andrey Lloyd Weber.

Uno, dos, tres y cuatro, uno, dos, tres y cuatro, no hay tregua para Dulli, que empalma una canción detrás de otra hasta cargarse los bises. No hicieron falta, porque la última media hora, donde asomaron canciones como «John the Baptist» o «My Enemy», «Summer’s Kiss» ya sonaban a clímax. Perdón por la metáfora sexual, tan propicia para hablar de los Whighs, cada día más oscuros y menos fardones, más intensos y menos seductores.

El adiós es una referencia a los primeros versos de «There Is a Light That Never Goes Out» de los Smiths (ya saben, “llévame esta noche donde hay música y hay gente y son jóvenes y están vivos”) y no hay mejor resumen de aquella noche (“de sábado, ¡joder!”, como recordó el propio Dulli), de lo que sigue significando el rock, del orgullo de seguir vivos 30 años después. Con algo de barriga, pero luciéndola con orgullo y prestancia: como decía aquella niña, peor es morirse.

Texto: Héctor G. Barnes

Fotos: Salomé Sagüillo

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