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Bob Dylan – Scandinavium (Gotemburgo)

 

Dice el tópico que Dylan sólo hay uno, pero lo cierto es que la figura de Robert Allen Zimmerman ha dado pie durante las pasadas seis décadas a múltiples versiones de sí mismo. Del jovenzuelo que sacudía conciencias desde el Greenwich Village neoyorquino a principios de los 60, al rebelde sin causa que instauró la era rock inyectando electricidad al viejo folk de toda la vida. Y del cristiano renacido que solía predicar su propio evangelio ante una parroquia claramente desconcertada, al honorable veterano que durante años se reinventó sobre la marcha con un Never Ending Tour al que tan sólo una pandemia mundial pudo poner freno.

 

El Dylan de 2022 es producto y consecuencia de todos ellos, pero también puede explicarse por sí solo. Por eso basa la mitad de un set list en su trabajo más reciente, aquel «Rough and Rowdy Ways» que abrió las puertas de un nuevo mundo cuando el coronavirus apenas había dado carpetazo al viejo. Y por eso obvia piezas tan capitales como «Blowin’ in the Wind» o «Like a Rolling Stone», que podrían ser perfectamente la Capilla Sixtina del siglo XX, optando a cambio por material quizás no oscuro pero en ningún caso evidente. Sobre el terreno cuenta con el apoyo de una renovada banda que funciona de maravilla, aunque Doug Lancio no sea Charlie Sexton ni Bob Britt Stu Kimball –de la anterior formación se mantienen a bordo Tony Garnier (bajo y contrabajo) y Donnie Herron (violín, mandolina, steel guitar)-.

En Gotemburgo –tercer concierto de su primera gira europea post-pandémica- interpretó entero ese último disco excepto los 17 minutos de «Murder Most Foul» –un hecho comprensible, aunque la pieza sea lo suficientemente trascendente para reclamar espacio en el set list-. Y lo más parecido que sonó a un hit fueron «When I Paint My Masterpiece» y «Gotta Serve Somebody», convenientemente deconstruidas al más puro estilo dylaniano. Comenzó echando la vista (muy) atrás, con unas igualmente mutantes «Watching the River Flow» y «Most Likely You Go Your Way (And I’ll Go Mine)», antes de adentrarse en las aguas cristalinas de «I Contain Multitudes» y despachar el blues gran reserva de «False Prophet», que se manifestó incluso más oxidado y corrosivo que en la versión de estudio.

A partir de ahí, siguió alternando el material de «Rough and Rowdy Ways» –columna vertebral del concierto- con contadas concesiones a un pasado que prácticamente se hizo presente cuando Dylan y la banda transformaron «Gotta Serve Somebody» en un grasiento e hipnótico rockabilly, más cercano al juke joint que a la iglesia, y cuando arrastraron «I’ll Be Your Baby Tonight» hasta las coordenadas del rhythm & blues más resacoso. Fue este último uno de los momentos climáticos de la noche, con el respetable siguiendo el ritmo con las palmas hasta que Dylan, quizás con tal de no ofrecer al público justo lo que éste quería escuchar, rebajó el tempo en uno de esos ejercicios que lo siguen acreditando como un ejemplar único en cualquier especie.

Del cancionero reciente cabría destacar el plácido oleaje de «Key West (Philosopher Pirate)» y el vals a contraluz de «I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You», que dio paso al despegue swing de «That Old Black Magic», original de Johnny Mercer que conectó con la etapa crooner de Dylan. Se despidió con una emocionante «Every Grain of Sand», recuperando la armónica y tocándola como llevaba décadas sin hacerlo. Con 81 primaveras entre pecho y espalda, al de Minnesota se le ve más en forma e incluso más jovial que en pasadas convocatorias. Cantó como nunca, tocó el piano como quien sabe que podría prescindir de una banda –la guitarra ya no lo coge-, e incluso sonrió y se dirigió al público entre canción y canción en varias ocasiones –lo nunca visto-.

Si el tono crepuscular de ciertos pasajes de «Rough and Rowdy Ways» sabía en cierto modo a despedida, su actitud y su estado de gracia sobre las tablas parecen asegurar recorrido, como mínimo, a corto y medio plazo. Excelente noticia, cuando Dylan y su obra siguen aportando aquella dosis de profundidad que tanto se echa en falta en este mundo líquido donde la inmediatez suele confundirse con la caducidad. Los tiempos habrán cambiado o no habrán cambiado. Pero si algo reafirmó Dylan en Gotemburgo, es que efectivamente contiene multitudes.

Texto: Oriol Serra

3 Comments

  1. Es un buen articulo el tuyo, pero Bob no llevaba decadas sin tocar la armonica…

    Saludos

    • Creo que el artículo se refiere a que la toca mejor que nunca, no que llevara años sin tocarla. Leí críticas de sus conciertos en UK en esa misma línea. Ganas de verlo por aquí en junio.

  2. Donde está la puerta de salida de Dylan??No para de cerrarla y abrir la siguiente ,es un laberinto continuado cargado de novedad , nuevos sonidos y sensaciones interminables todas ellas diferentes pero con un sello siempre magistral y reconocible
    Único el camaleón de los tiempos.
    MAESTRO DYLAN

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