Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
La teoría más acertada al respecto del éxito comercial de Robert Johnson parte de la base de que el blues es un constructo cultural blanco y anglosajón. La idea de blues que tenemos brota de los textos que infinidad de autores de clase media o alta han publicado desde la década de los 60. Esto quiere decir que la imagen que tenemos de Johnson no tiene nada que ver con la realidad, de hecho, ha sido diseñada para que tengamos un mito que lo explique todo. Un icono con el que describir todo lo que ocurrió antes de 1959. Un solo artista al que escuchar para poder decir que te gusta el blues, si es que crees que asegurar tal cosa en público te convierte en alguien intelectualmente respetable en lo tocante a la música popular del Siglo XX. Robert resume lo que cualquiera que no tenga la menor idea sobre el género cree que es el blues. El arquetipo perfecto de afroamericano pobre del sur de Estados Unidos, el rambler[1] por antonomasia, el artista torturado, el músico que vendió su alma al diablo en el cruce de caminos, el alcohólico, el mujeriego descarado que dio con la muerte en una botella de licor de maíz envenenada por un marido celoso a la conveniente edad de 27 años, inaugurando un club de jóvenes artistas malditos y malditas. No cabe duda de que la realidad nos otorga en ocasiones historias tan buenas que parecen ficción y no lo son, ¿Es el caso de Robert Johnson? El presente texto es el primero de una serie de artículos en los que espero deconstruir la leyenda del bluesmen más misterioso de todos los tiempos.
Lo primero que quiero decir al respecto es que nadie sabe si murió a la edad de 27 años. Nadie sabe la fecha exacta en que Robert Johnson llegó al mundo. El estado de Mississippi no registraba los nacimientos antes de 1912, tampoco lo hicieron en el condado Copiah County o en la ciudad de Hazlehurst, en la que nació el artista. Los datos oficiales extraídos de registros escolares y matrimoniales, así como su certificado de defunción, indican que pudo haber nacido en 1908, 1909, 1910 y 1912. Se ha llegado al consenso de que nació el 8 de mayo de 1911, así podemos presentarle como fundador del famoso “Club de los 27”. Lo cierto es que tampoco podemos estar seguros de que naciera en Hazlehurst, puesto que la única fuente de esto es su madre, Julia Ann Majors Dodds, de cuya memoria nos podemos fiar hasta cierto punto, ya que no llegó a confirmar una fecha. Del padre, Noah Johnson, solo sabemos el nombre. Tampoco sabemos cómo y cuándo murió. Existe un certificado de defunción, hallado por el escritor e historiador Gayle Dean Wardlow en 1973. Por desgracia, lo que nos dice el documento es que Robert Johnson no recibió atención médica alguna ni se realizó una autopsia para determinar la causa de su fallecimiento. Establece una fecha y una localización: el martes 16 de agosto de 1938 a las afueras de Greenwood, Mississippi. Años más tarde se consultó por segunda vez el certificado de defunción, en esa ocasión se revisó el documento original, descubriendo que en el dorso había unas anotaciones manuscritas, según las cuales el dueño de la propiedad donde Johnson había muerto, la plantación “Star Of The West”, era un tal Luther Wade. En estas líneas constaba una causa de muerte, la sífilis, dando carpetazo a una posible investigación por asesinato. Aquí acaba todo lo contrastable sobre la vida y la muerte de Robert Leroy Johnson, la persona, el resto está basado en testimonios cuya veracidad es imposible de medir, por lo que no voy a entrar en ellos. En consecuencia, la única certeza sobre él son sus grabaciones y eso es lo que pretendo abordar aquí.
Vamos a empezar por su gran clásico, “Sweet Home Chicago”. Antes de empezar les ruego que detengan la lectura y escuchen cuatro canciones : el “One Time Blues’’ (1927) de Blind Blake, el “Kokomo Blues” (1928) de Francis Hillman ‘Scrapper’ Blackwell, el “Old Original Kokomo Blues” (1934) de James ‘Kokomo’ Arnold y, por último, “Sweet Home Chicago” de Robert Johnson, que fue grabada en 1936 y lanzada en 1937 con muy poco éxito. Una vez hayan hecho esto se preguntaran si Johnson plagió su gran obra maestra. Con el prisma actual es evidente que sí, no obstante, en los años 20 y 30 del siglo pasado no existía un concepto de autoría como el que manejamos hoy, especialmente entre los y las artistas de blues que eran exclusivamente afroamericanos y afroamericanas. El primer caso de plagio ganado por un artista negro fue el de Chuck Berry y su “Sweet Little Sixteen” de 1958 contra los Beach Boys y su «Surfin’ U.S.A.” de 1963. Hubo litigios con anterioridad, algunos de ellos sustentados por canciones de blues, género exclusivamente negro durante años, de ahí que originalmente fueran race recdords, o música con raza. Lo que quiero decir con esto es que tanto Blake, como Blackwell y Arnold grababan canciones folclóricas, con progresiones de acordes y letras estandarizadas a base de usarlas para atraer audiencias ocasionales a lo largo y ancho del sur de Estados Unidos. Nadie se consideraba el creador de nada y todos estaban de acuerdo en el hecho de que si algo funcionaba comercialmente y eras capaz de darle tu estilo, debías hacerlo. La alternativa a eso no era un juicio millonario por el cual obtener un millonario acuerdo extra judicial. Eventualmente se producían escaramuzas legales entre disqueras. Por ejemplo, Victor Recrods acusó a OKeh Records de que su éxito “Stop and Listen Blues”, de los Mississippi Sheiks, era un plagio del “Big Road Blues” de Tommy Johnson (sin relación con Robert, al menos familiar). Esto era tan absurdo como que Tommy desarrolló su repertorio exclusivamente para poder grabar tras ser recomendado por el bluesman Ishman Bracey al cazatalentos H. C. Speir. Fue el propio Bracey el que le ayudó a reelaborar varias piezas populares con el fin de alcanzar el mínimo de cortes necesarios para conseguir un contrato discográfica exigían en aquel momento, ni más ni menos que cuatro. ¿Por qué cuatro? Porque eso permitía a las compañías editar dos sencillos, con una canción en cada cara, y rentabilizar el coste de la grabación y el salario de los y las artistas, a los que se les hacía firmar una cesión de derechos. Esto funcionaba así, por lo tanto, era completamente absurdo hablar de plagios, no es que se copiasen, es que era la metodología de trabajo establecida en la industria. Robert Johnson hizo lo que un cantante y guitarrista de folk rural del Delta del Mississippi hacía para ganarse la vida: actuar constantemente y grabar siempre que estuviera remunerado de forma adecuada. Cuando digo remunerado de forma adecuada, me refiero a una cifra a la que un vagabundo negro podía aspirar en aquel momento y aquel lugar. Johnson no pensaba en el dinero que podía generar “Sweet Home Chicago”, bastante tenía con evitar que lo mataran por el color de su piel.
Si las cosas eran tan prosaicas, ¿Por qué ha sobrevivido una canción y las otras dos no? La respuesta no es científica, pero sí evidente: Porque la grabó Robert Johnson, nuestro icono del blues. No solo ha prevalecido, la inmensa mayoría cree que fue un pionero. Es abrumadora la cantidad de gente que está convencida de la importancia pivotal de Robert Johnson en el nacimiento y el desarrollo del blues. No fue así y “Sweet home Chicago” es un buen ejemplo de ello. Aunque nos resulte difícil de creer, no fue un éxito en 1937 y ni siquiera fue incluida en el lanzamiento de “King Of The Delta Blues Singers” por Columbia Records en 1961. El recopilatorio tuvo un impacto radical en Bob Dylan, Jimi Hendrix o Keith Richards, dio alas al nacimiento del rock como movimiento cultural y artístico. Dado que estaba orientado a la audiencia blanca, intelectual, folclorista e incipiente, que lideraban Dylan y Dave Van Ronk, los responsables del álbum dejaron fuera las piezas que, en su opinión, mostraban a un bluesman tradicional (algo completamente pasado de moda en EE. UU.), seleccionando aquellas con las que pudieran construir un mito. La leyenda del maldito, perseguido por demonios, obsesionado con las mujeres, el diablo y las carreteras. Fue Magic Sam el que popularizó en cierta medida “Sweet Home Chicago” al incluir una versión en su “West Side Soul”. De hecho, cuando al final de la película de 1980 “The Blues Brothers”, dirigida por John Landis y protagonizada por Dan Aykroyd y John Belushi, interpretan la canción de Robert Johnson, Belushi se acerca al micro y pronuncia las siguientes palabras: “This is dedicated to the late, great Magic Sam”, lo que en español quiere decir que se la dedican al difunto y gran Magic Sam.
Con todo esto no intento desprestigiar en absoluto a Robert Johnson. Todo lo contrario, piensen detenidamente en ello. Vamos a tomar como referencia a Kokomo Arnold, que sin duda inspiró “Sweet Home Chicago”. Arnold tomó una canción de Blackwell y la convirtió en su seña de identidad, incluso adoptó el título como apodo. Obtuvo un gran éxito dentro de sus posibilidades y llegó a ser un bluesman muy reconocido, mucho más que Johnson. De hecho, el bluesman Honeyboy Edwards cuenta que conoció a Robert mientras este actuaba en un callejón de Greenwood, Mississippi, mas al escucharle dio por hecho que se trataba de Kokomo. Puede que esto fuera así hace noventa años, pero hoy en día la estrella del rock es Robert Johnson y no es casualidad. La primera biografía de Robert apareció en 1959, a modo de capítulo del libro Samuel Charters The Country Blues. En ella se hace referencia a Robert Johnson como un absoluto don nadie. Charters asegura que Robert Johnson no fue más que uno de tantos nombres impresos en viejos discos de 78 RPM, olvidados y cubiertos de polvo. El hecho de que Columbia decidiera publicar un LP con una selección de sus canciones fue crucial, pero lo más importante es que su obra seguía vigente. Interpelaba directamente a la vanguardia cultural del momento en Nueva York, y eso es mérito exclusivo de Robert Johnson. se sigue pinchando y tocando hoy en día, sin la necesidad de variar un solo acorde. Logró trascender a su género, marcando el rumbo a muchos, al punto de convertirse en un producto susceptible de ser vendido a cualquier tipo de público. Constituyó además una excelsa maniobra de marketing por parte de Robert Johnson: colocó a Chicago como la tierra prometida más de diez años antes de que alguien pudiera ver claro que la ciudad del viento acabaría siendo conocida como el hogar del blues.
Come on
Baby, don’t you wanna go home
Come on
Baby, don’t you wanna go home
Back from the land of California
To my sweet home Chicago
Vamos
Nena, ¿no quieres ir a casa?
Vamos
Nena, ¿no quieres ir a casa?
De regreso de la tierra de California
A mi dulce hogar Chicago
Aunque con la premisa de que todo es relativo podríamos cuestionar también este punto. ¿Por qué? Porque no sabemos si esto lo robó de alguna otra parte, tampoco qué pretendía decir Johnson en caso de que fueran sus palabras. Podría no tener ningún significado o, dado el retorcido sentido del humor que encontramos en la lírica del Delta, puede que estuviera siendo sarcástico con lo de “Chicago, dulce hogar”. Al fin y al cabo, Johnson estuvo en Chicago y también en Nueva York, pudo quedarse y convertirse en artista discográfico, pero se volvió a Mississippi. Tampoco sabemos por qué, podemos asumir que era su hogar y por ende su contexto; una tierra en la que sabía moverse y le encontraba un sentido a su existencia. Pero, ¡qué demonios! Demos por bueno que fue un visionario. Que el éxito de su estilo parte de la autoconciencia, de la convicción personal que le empujaba a cuidar su obra con el fin de que trascendiera. Lo que es evidente es que de la diferencia entre “Kokomo Blues” y “Sweet Home Chicago” obtenemos una medida exacta de la grandeza de Johnson. Escúchenlas y saquen sus propias conclusiones.
Continuará…
[1] Término vernáculo para referirse a un músico ambulante.
Dolphin Riot
En la letra dice «… want to go» no «wanna go home».
Gran artículo. Esto promete.
Es cierto que Robert Johnson es prácticamente un estereotipo hortera…Pero quién no? Hendrix, Jimbo, Elvis, Bowie, Bruce, Dylan (este en realidad es VARIOS estereotipos en uno), Camarón, los Beatles juntos y por separado desde el primer día, Kiz, Janis, Roky Erikson… Por no hablar de toda la gente que se ha pasado décadas y décadas pasando por caja para abuchear a Lou Reed por no ser el cliché viviente de R’n’R Animal. Y al mismo tiempo son inclasificables, escurridizos, lo antítesis de la estampita ñoña y facilona de los periodistas, ejecutivos y enteradillos y cuñados.
Algo así pasa con Robert Johnson: de entrada, musicalmente todo está también en Tommy Johnson, Charlie Patton, Son House…pero hace algo DISTINTO. Y líricamente, de alguna manera, selecciona lo más dramático de los floating verses típicos y hace los cambios justos para obtener un resultado casi shakesperiano. Blind Willie Johnson, Son House y los bluesman ciegos en general son predicadores-songsters, que tocan de todo (a veces los blues de 12 compases son justamente la excepción en su repertorio), abundando las canciones de origen religioso… Pero parece como si Robert Johnson recogiera de su fatalismo fundamentalista con plena conciencia.
En resumen: por mucho que haga pensar en Clapton y compañía a mucha gente, no hay sé de ningún otro bluesman que haya grabado, sistemáticamente, letras de tanta calidad, impacto poético y solidez estilística.