Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
Las presentaciones, lo primero. Para aquellos que no sepan de este buen señor, apuntemos que Gary Cain es un guitarrista, compositor y multi instrumentista canadiense del cual, personalmente, solo tenía conocimiento a través de un previo lanzamiento, Twangadelic Bluesophunk (2017). Con un título como ese, detenerse y darle un tiento era más que obligado. Lo disfruté en buena medida, pero tras saberle teloneando a George Thorogood en 2018, la falta de noticias posteriores había hecho que me olvidara de él hasta que, después del verano, me saltó la alerta de un nuevo trabajo a su nombre, grabado en Austin y -en esta ocasión- despojado del Band con que firmaba el anterior.
Y fue escuchar los primeros temas de Next Stop y saber que ya tenía disco para comentar en esta sección. Heavy blues rock de altísimo octanaje (disculpas por el topicazo), canciones urgentes y con un punto de cabreo, de frustración en lo lírico, pero sobre todo con una guitarra que patea, que quema, que escupe y que acaba por noquearte. Diez temas que no bajan revoluciones apenas en ningún momento; los rasgueos de jazz-rock en «Gone» o la suave intro al instrumental que cierra el álbum, esa barbaridad titulada (muy acertadamente) «A Short, Furious Goodbye», son excepciones en un álbum que es puro músculo de principio a fin. Por suerte, además, sin pirotecnia barata ni masturbaciones innecesarias: cada nota, cada riff, cada solo cumplen su función en el seno de unas canciones que van del notable hasta la matrícula.
Leyendo algunas de las primeras reacciones al disco, me llamó la atención un comentario que hablaba de los cinco primeros temas del disco como una andanada de hostias descargadas por un boxeador enfurecido. Me pareció tan gráfico como acertado, tal es la sensación que uno tiene al rato de escucha. Y no solo en lo musical sino, como he apuntado antes, en unas letras que en más de una ocasión – «Billionaires in Space», «Gatekeeper»- disparan una crítica social de lo más punzante, directas al mentón. En la primera, especialmente, se despacha a gusto contra un estado de las cosas personalizado en quienes ya sabemos (el título es inequívoco) con versos como: “los mares están subiendo y no tienes hogar, ellos no pagan impuestos y estamos solos” o “cuando pierden, los rescatamos de nuevo, pero cuando ganan son libertarios”, para terminar con un glorioso “ha llegado el momento, ¿no os uniréis a mí mientras alzamos colectivamente nuestro dedo corazón a los multimillonarios en el espacio?”.
Pero si su evidente pericia como guitarrista, compositor y letrista son de nivel, el amigo no se detiene ahí, sino que en Next Stop se encarga también de todo lo demás; esto es, del bajo, la percusión y por supuesto, de la voz. Y desde luego no es Paul Rodgers, pero aun así cumple con creces, sin desmerecer. De hecho, el único otro músico en el álbum es un tal John Lee, que se encarga de insuflar unas buenas ráfagas de Hammond B3 en la pista de cierre, la citada «A Short, Furious Goodbye».
En resumen, puede que la balanza se decante más por el rock que por el blues, en el cómputo general; pero excepto puristas rozando lo talibán y algún que otro alérgico a los decibelios, no se me ocurre ningún aficionado al blues que no vaya a disfrutar de este pepinazo.
Eloy Pérez