Reviso las notas de la última visita de Protomartyr a Madrid y me sorprenden los elogios que les dispensé: recordaba aquel paso por Moby Dick como meramente funcional, algo tímido y fallido, en comparación con el estruendo apocalíptico que nos habían regalado álbumes como The Agent Intellect (2015) o Relatives in Descent (2017).
Cuatro años después, a Protomartyr, reforzados por la presencia de la teclista y guitarrista Kelley Deal, se les ve pletóricos, quizá porque sus discos ya parecían prefigurar los años terribles de la pandemia y, de alguna manera, la realidad parece haberles dado la razón. Os lo dije, parecen soltar tras cada andanada. Joe Casey, el nuevo David Thomas, sale como siempre al escenario con cuatro tercios en los bolsillos pero, eso sí, trasiega algo que parece un whisky (o un Nestea, quién sabe) y se lanza al crescendo de «The Day that Never Ends». A medida que se suceden ya clásicos como «Michigan Hammers», «The Devil in His Youth», «Processed by the Boys», «Pontiac 87» o la arrebatadora «Night-Bloom Cereus» (que parece un guiño a La torre oscura de Stephen King), es cada vez más difícil negar que, de toda la nueva ola post-punk que nos inunda, no hay banda a la altura de Protomartyr, quizá porque no hay como haberse criado y vivir en Detroit para no tener que impostar esa sensación de que el tiempo corre en nuestra contra, que ya es demasiado tarde. Es posible que el final con «The Chuckler» y «Half Sister» no estuviese a la altura de lo desplegado durante el resto del concierto, pero cuando el cielo se rompa y el séptimo sello se abra, yo tendré a mano un disco de Protomartyr para prepararme para el gran calambre final.
Texto: Héctor García Barnés
Fotos: Sergi Fornols