Ambiente de gala en el Palau para recibir al maestro, en un sold out aplazado largo tiempo por el virus de marras. Y ovación cerrada en cuanto salió al escenario, cinco minutos sobre la hora prevista, levantando la mirada y girando sobre sí mismo para deleitarse con la soberbia decoración del templo modernista, hasta no hace tanto cortijo privado para los desmanes de la piara convergente. Un “precioso espacio” según comentó poco después, que recordaba de anterior visita.
Taburete, guitarra y «Something in The Way She Moves» para empezar. El tema cuya letra inspiró a George Harrison para crear su propio clásico inauguraba una noche de recuerdos que, desde aquel momento, no iría en otra dirección que hacia arriba. Cambiando de guitarra casi a cada canción, empuñando puntualmente la eléctrica en «Steamroller Blues», el genio de Massachusetts se paseó con oficio, sentimiento y una maravillosa naturalidad por un repertorio repleto de joyas atemporales: «Country Road», «Sweet Baby James», «Millworker» o «Copperline» sonaron nostálgicas y al mismo tiempo -y paradójicamente- actuales; flanqueado por una banda tan escueta como virtuosa (Michael Landau a la eléctrica, Jimmy Johnson a las cuatro cuerdas y el gran Steve Gadd tras los tambores), con su voz en un estado más que notable y sin dejar de comentar y bromear entre temas, cerraría la primera parte del show con «Up On The Roof», una de las varias simbiosis que mantuvo con Carole King a principios de los setenta.
Tras veinte minutos largos de intermedio, daría inicio el segundo tramo, aquel en el que todo el mundo sabía qué faltaba y qué caería sí o sí. Y así, tras un estándar como «Teach Me Tonight» y «Bittersweet», compuesta para él por el gran John Sheldon, se iniciaría un fin de fiesta en el que enlazaría lo más granado -y conocido- de su cancionero: «Fire and Rain»,
«Carolina in My Mind», «Mexico» y «Shower the People», póquer de ases que puso en pie incluso al sector más geriátrico de la platea, poco antes de retirarse para unos bises en dos tandas, de nuevo acudiendo a la King en «You’ve Got a Friend» y a la Motown en «How Sweet It Is (To Be Loved by You)».
Dos horas largas tras las cuales se despidió de la misma forma afable, sencilla y directa con la que se condujo durante todo el concierto, emplazándonos a una nueva cita en un futuro. Si el tiempo le sigue tratando tan bien (y él cuidándose en sintonía), es más que posible que todavía nos queden algunas oportunidades más de disfrutar de su leyenda.
Texto: Eloy Pérez
Fotos: Sergi Fornols