De la electrónica, al pop-rock y la eternidad
Ha nacido un nuevo festival en la Costa del Sol y ha llegado para quedarse. Éxito rotundo de Cala Mijas, donde más de 100.000 personas han gozado de tres emocionantes días de diversión y música de altos quilates. Todo en un entorno perfecto para que crezca un gran festival de estas características y se codee con los mejores. Rodeados de naturaleza, con un skyline de montañas y no lejos del mar, los atardeceres se funden con la música y las lunas se confunden con bolas de espejos.
Tres días para dejarse llevar y perderse por el mar sonoro, con cuatro escenarios a explorar: La Caleta, donde reina una rave continua, entre árboles y bajo las estrellas; y los tres escenarios principales, Renault, Victoria y Sunrise. Por este último pasan los cabezas de cartel de cada jornada, un tridente estelar en el que se centra nuestra crónica rutera.
Como única “pega” y petición colectiva al festival: las medias lunas de césped artificial pegadas a los escenarios se quedan cortas. Para la próxima edición se agradecería que se ampliara a lo largo del recinto, como hacen otros macrofestivales, así se evitarían las incómodas nubes de polvo y charcos de barro, ganando mucha comodidad.
Jueves de Arctic Monkey y pista de baile en llamas
Antes y después de que Alex Turner y sus Monos Árticos pongan patas arriba el festival, disfrutamos de la omnipresente y camaleónica electrónica gourmet que late en todo momento en Cala Mijas. De ese pulso sintetizado que transforma el suelo que pisamos en una pista de baile en llamas, en la jornada inaugural del jueves, destacamos a tres nombres que brillaron por encima del resto: La sensualidad y elegancia de Róisín Murphy, la sentida espiritualidad electrónica de Chet Faker y, para terminar de rematarnos, la tormenta envolvente de sonidos electrónicos de Bonobo, empapada de ritmos étnicos y tribales. Una nave espacial sonora en la que destaca una inmensa sesión de vientos y percusiones, con la vocalista Nicole Miglis apareciendo en escena y la sorpresa de la noche: Chet Faker uniéndose a Bonobo en un “No reason” inolvidable.
Cuatros años desde la última vez que Arctic Monkeys recalaron por España (Mad Cool y Primavera Sound) y la expectación en el escenario principal crece y crece mucho antes del show. Miles y miles de fans toman posiciones y afinan gargantas para dejarse la voz en cada himno de Turner y compañía. En la cuenta atrás de la salida de “The Car” (21 de octubre), su esperadísimo séptimo disco, esta fecha malagueña se antoja como una de las últimas oportunidades para escuchar clásicos de sus últimos trabajos, antes de que refresquen el set list con piezas del nuevo álbum que está al caer, del que estrenan “I ain’t quite where I think I am”, dejando en el aire la estela vintage y a fuego lento de su predecesor “Tranquility Base Hotel & Casino” (18). Pero, mucho antes de eso, con solo unos acordes de la inicial e hipnótica “Do I Wanna Know?”, caemos irremediablemente en sus redes y, tras ese primer irresistible contoneo, la balacera de hits más afilados nos revienta el pecho una y otra vez. Del ritmo letal de “Brianstorm” y “Crying Lightning”, a la punzante “Teddy Picker”, pasando por esos tentáculos de neón de “Potion Approaching” de los que es imposible escapar. Nos vuelven a mecer a su antojo con “Cornerstone” y, si en el siguiente parpadeo nos aferramos a las guitarras chispeantes y estribillo resplandeciente de “That’s Where You’re Wrong”, antes de que nos demos cuenta, nos muerden el cuello con una explosiva “Pretty Visitors” que es puro músculo y nervio.
Del último trabajo hasta la fecha de la banda, “Tranquility Base Hotel & Casino” (18), donde Alex Turner dio rienda suelta a su alma más crooner, nos brindan hoy la seductora brisa del tema titular y “One point perspective” como primer bis de la velada, con los músicos sudando soul y jazz en armonía total.
Los de Sheffield rozan el cielo y lo revientan con una interpretación estratosférica de “Do me a favour”, con Matt Helders golpeando el ojo del huracán con sus baquetas, provocando un seísmo sin pausa que hace que Mijas se tambalee de punta a punta. Antes y una vez más, la banda a tumba abierta en “The View from the Afternoon” y combustión instantánea en “I Bet You Look Good on the Dancefloor”.
Hay tiempo para erizar la piel con “505” y para seguir sacándole brillo a uno de sus mejores últimos discos, el “AM” (16), primero con las muy coreadas y sugerentes “Why’d You Only Call Me When You’re High?” y “Knee sock” y, a quemarropa, con los dos bises finales: una “Arabella” con regusto al “War Pigs” de Black Sabbath, y el fuego eterno de “R U Mine?”, con más de 20.000 personas desgañitándose al unísono.
Viernes de apocalipsis y salvación con Nick Cave & The Bad Seeds
El cielo comenzaba a oscurecerse antes de tiempo, el viento se violentaba y algunas nubes comenzaban a llorar como presagios de lo que estaba por llegar…
Pero antes de la buena nueva del predicador australiano y sus malas semillas, vibramos con las raíces impuras de Queralt Lahoz y la emocionante tormenta eléctrica de Maria Arnal i Marcel Bagés, teloneros perfectos del apocalipsis que se avecina. También nos dejó huella el “don’t stop the carnival” de Meute, con su sorprendente y contagiosa mezcla de jazz de Nueva Orleans y ritmos electrónicos, a base de percusiones y vientos mil por las venas. Sorprenden y le dibujan una sonrisa de oreja a oreja hasta al sol, que le pide una prórroga express a la luna, aferrándose a la fiesta sin fin de la big band alemana.
El viento sigue aullando y un Dios que rezuma fuego y azufre baja a la Tierra con su banda de ángeles caídos, para comenzar su liturgia de llanto, amor y redención con una rabiosa “Get ready for love” que nos pasa por encima. Estamos ya sin aliento y no volveremos a tocar el suelo hasta el final. De la deslumbrante energía de “There she goes, My beautiful world”, con el coro y los Bad Seeds al completo bajo sus alas, a la hermosa y dolorosa oscuridad de una “From her to eternity” que nos araña por dentro. Es posible que no salgamos vivos a esta montaña rusa, sobrehumana, de intensidad, pero habrá valido la pena el viaje.
Respiramos en la hermosa “O Children”, con Cave al piano, y lo vemos “transformarse, vibrar, flotar y volar” en “Jubilee street”. No para de correr y dejarse caer sobre el público, que lo sostiene y tiende sus manos para fundirse con la suya, en busca de sentido al sinsentido, de amor y pasión a corazón abierto. Con 64 años, elegante y salvaje, enchaquetado y descamisado, con una voz grave que parece salir de la garganta de mil dragones o del centro de la tierra, parece necesitar más que nunca la conexión y calor de su público… Y es que, pocos o ninguno, habríamos sobrevivido y continuado con la fuerza sobrenatural que él desprende, con la personalidad y magia intacta, como un personaje mitológico que rompe y reescribe las páginas de su propia tragedia griega… Sobrevivió a la pena de enterrar en 2016, tras una trágica muerte, a su hijo Arthur, de 15 años y, desde entonces, disco a disco y concierto a concierto, intenta caminar descalzo por las llamas de tan amarga pérdida. Pero no, cuando parecía que estaba saliendo de lo más hondo del duelo y firmando una pequeña tregua con sus demonios, el destino, bastardo y cruel, volvió a marcar con la peor de las sangres sus cartas y la maldición se repite: El pasado mayo, su hijo Jethro, de 31 años, también muere. Nadie le hubiera reprochado que suspendiera todas las giras o incluso que escapara para siempre a otro planeta, pero él ha decidido compartir el duelo con nosotros y no le fallaremos. Respiraremos, lloraremos y seguiremos adelante compartiendo latidos, siguiendo las indicaciones de esos gritos y susurros mántricos que repite durante todo el show: “breathe, breathe, breathe!”, “cry, cry, cry!” y “boom, boom, boom!”.
El nudo en la garganta es máximo con la sobrecogedora belleza de “I need you”, dedicada a Arthur en su magistral decimosexto álbum de estudio junto a The Bad Seeds, “Skeleton Tree” (16), seguida de la brisa sanadora de “Waiting for you”.
La llama vuelve a crecer y su universo poético arremete con una poseída “Tupelo”, seguida de la masterpiece (y muy popular últimamente por ser cabecera de los jodidos “Peaky Blinders”) “Red Right Hand”, en la que sube una chica del público a la pasarela y bailan juntos.
No quedamos sin aire en la intensidad contenida de cada fraseo de “The Mercy Seat” y nos otorga una vida extra, meciendo hasta la última estrella, con “The Ship Song”, de aquel “The Good Son” (90) que ahora duele más.
Las pesadillas, que nunca duermen, crecen como enredaderas de relámpagos que nos abrazan en una magnética “Higgs Boson Blues”, por la que hubiéramos vendido el alma mil veces para que no acabara, seguida de la armónica que hace crecer las brasas en una desenfrenada “City of refuge” que gana enteros y chispas en directo.
Los Bad Seeds suenan inconmensurables y todos a una, con el coro y una nueva multiinstrumentista como eslabones inseparable de la familia, pero mención aparte merece el “hermano” de Nick y compañero de aventuras y desventuras, Warren Ellis, pieza clave desde su llegada y brújula en estos terribles duelos que le ha tocado vivir. Cierran, precisamente, con una pieza del álbum que firmaron juntos, la espectral y redentora “White Elephant” del “Carnage” (21).
Se van, pero vuelven, y tras los cuatros bises, ya nunca se irán del todo: emocionantísima y desnuda “Into my arms” al piano, solo sobre el escenario, una “Vortex” recuperada en la que nos fundimos y explica la necesidad de sentir el calor humano como única posibilidad de sanación, la atmosférica esperanza que flota, entre luces y sombras, con “Ghosteen”, y una “The Weeping Song” que para las manecillas del reloj y vuelve a poner el contador a cero para que prosigamos la partida.
Después de alcanzar la eternidad con Nick Cave, no queda otra que seguir y eso hace la noche, donde destacan dos propuestas electrónicas también de leyenda: los pioneros del género Kraftwerk, pintando la realidad en 3D y ritmos computerizados; y el apoteosis con The Chemical Brothers, con unos visuales alienígenas y una tromba de clásicos que hace bailar hasta al que se creía muerto. Tarareando el “Hey Boy Hey Girl” volvemos a recargar baterías a casa.
Sábado de nostalgia, Brit-Pop y Rock n Roll Star con Liam Gallagher
Las propuestas electrónicas más top a nivel nacional e internacional siguen haciéndonos girar los ojos como si fueran bolas de espejos: Del duende de Soleá Morente, al poderío genuino de Fuel Fandango, con Ale a los mandos y la voz poderosa de una Nita como diosa de la primavera y de todas la demás estaciones; pasando por la sensibilidad electrónica a flor de piel de un colosal James Blake, el magnetismo y clase de Caribou, y la locura espacial final de los noruegos Röyksopp.
Pero, el jefazo del sábado tiene mucha rock n roll actitud y le sobra chulería… Podrían ser dos, pero no, y miles de pistas nos dan las innumerables camisetas de Oasis y gorros que pusieron de moda los Caín y Abel de la música inglesa.
Liam Gallagher, con anorak floreado con capucha, recién llegado del homenaje a Taylor Hawkins en Wembley, donde cantó horas antes “Rock n Roll Star” y “Live forever”, sale a escena y enciende la mecha con una voz eternamente joven y trío de ases: “Morning Glory”, “Hello” y “Rock n Roll Star”. Tres de Oasis al centro de la diana del inconsciente sentimental colectivo.
Con una banda descomunal, coristas y hasta tres guitarras repartiendo rayos y centellas incluidos, prosigue por lo más brillante de su cancionero en solitario, del que relucen temas como aquel primer hit, “Wall of Glass”, las coreadas “C’mon You Know” y “Better Days”, la muy funky y psicodélica “Diamond in the dark” o el “Soul love” de Beady Eye. El público lo arropa y sigue en cada estribillo, sobre todo en el cancionero que firmó junto a Noel: emoción desbordada con “Stand by me” y energía extra y bonus vital con “Roll it Over” y “Slide away”. Antes nos frotamos los oídos y los ojos con “Once”, en la que el omnipresente espíritu de The Beatles se hace más presente que nunca y hasta Lennon parece aplaudir desde algún lugar.
El karaoke y las emociones siguen descarrilando en un fin de fiesta que deja marca: “Wonderwall”, “Live forever” y una “Champagne Supernova” en la que flotamos hasta el espacio exterior y más allá.
Primera edición para el recuerdo. Larga vida a Cala Mijas.
Texto y fotos: David Pérez Marín