Si el mundo fuera justo, el segundo disco de S.G. Goodman debería tener el mismo impacto en el routier que aquel Little Oblivions de Julien Baker con el que le encuentro ciertos paralelismos. Además de los evidentes, como ser una mujer empuñando guitarra eléctrica, también está la temática central – el amor desde todos sus puntos de vista – e incluso la manera de enfocarlo, sin demasiada preocupación por la continuidad o la homogeneidad. La de Kentucky es capaz de mirar de frente al indie rock tanto como a una balada de los Apalaches o a las guitarras más crujientes del NRA para decirles a la cara que estas son sus canciones y ella hace con ellas lo que le viene en gana. Brilla más cuando se pone seca, rocosa, y quizá se banaliza en los temas más lentos, aunque haya alguno ciertamente muy destacable, pero se gana con merecimiento los parabienes que está recibiendo esta continuación de aquel Old Time Feeling que publicaba en 2020. Con ese acento de Tennessee tan característico, Goodman parte de los cuentos góticos sureños para construir historias con el ser humano como eje central, y en concreto uno de sus principales sentimientos, como es el amor. Porque como apunta en una de sus canciones, solo tenemos una vida útil, y esta además es limitada. Así que hay que aprovecharla al máximo. Dedicarse a escuchar discos como este es una buena manera de hacerlo. Que no les asuste el hecho de que sea la nueva niña mimada del indie estadounidense. Se lo ha ganado.
Eduardo Izquierdo