No hay una brizna de prosa de este cancionero que nos se nos haga profética. Las letras de Rafael Berrio son y serán comodín de la experiencia de vivir sin éxito, o de lo que se supone que debemos hacer para transitar entre las lindes del edén y las lindes del infierno. Su compañera Gema Amiama y Raúl Bernal producen trece lecturas del músico donostiarra, que comprenden diferentes periodos y en los que se conjugan todas sus obsesiones. Por cierto, nadie se ha atrevido con Niño Futuro. No me extraña. El disco se publica el 14 de octubre.
«Dadme la Vida que amo»: Santi Campos inicia el homenaje declamando la distopía de una vida costumbrista acompañada de los arreglos y los matices de unas cuerdas de piano, que arropan de emoción la apertura.
«La misma mujer distinta»: su vecino Mikel Erentxun regresa a mediados de los noventa, revisando a Amor a Traición y resituando una de sus mejores canciones temas a este siglo, inyectándole cadencia y picos de emoción propias de una gran canción pop.
«Considerando»: Quique González se erige portavoz de las dinámicas de pareja según Berrio en la que la tristeza y la ironía corren juntas (ángel/exterminador), ralentizando los tempos y desnudando los arreglos del original.
«Amanece»: Miren Iza (Tulsa) repesca de Diarios, junto a Raúl Bernal, una de las eternas paradojas de Rafa, que no es sino el sentido del nuevo día minimizando, como hacía él, el acompañamiento musical.
«Abolir el alma»: Lapido toma del epitafio artístico del donostiarra una canción que muy bien podría ser suya y en la que se realzan las similitudes entre el granadino y el homenajeado. Estamos de acuerdo: hay que abolir el alma.
«Cómo iba yo a saberlo»: Cristina Plaza, o Daga Voladora, recita, como si fuera una nana, la exculpación del humano ordinario sobre lo que se supone que es la vida y qué hacer con ella, mientras un coro de ángeles nos despide hasta siempre.
«No pienso volver al centro»: Jairo Martín vuelve a Amor a Traición para reivindicar la periferia y los billares y situarlos como metáfora de las relaciones sentimentales. Una orquestada reivindicación de las calles que llevamos dentro.
«Simulacro»: Fino Oyonarte parece prolongar el cancionero de su disco en solitario con esta (nueva) exculpación de los errores cometidos y mirando de reojo a Gil de Biedma y Elliot Smit. Un My Way donde hay más de unos cuantos arrepentimientos.
«No sólo de amor»: Diego Vasallo, conocido compañero de fatigas de Rafael, toma de Deriva otro de los manifiestos berrianos, en los que se conjugan todos sus fetiches: el amor, el aire, la identidad, la vida, las acacias en flor.
«Mi álbum de nubes del cielo»: El granadino Luis Arronte rebaja a susurros el imaginario de Rafael mirando por el cristal de la ventana, exigiéndose no pensar; por un lado, la indolencia de los paisajes, por otro, nuestra inquieta alma.
«Mis ayeres muertos»: Puede que a Toni Brunet le haya tocado reinterpretar una de las canciones más completas del de San Sebastián, otra maleta de versos que profetizaban su fallecimiento y con la que nos dirigimos, con la frente alta, más allá del arco iris.
«Tu nombre»: Chencho Fernández toma prestado de Niño Futuro el nombre de una musa perdida entre las brumas de la memoria y se carga el pulmón de una lírica tremenda, inagotable.
«El Mundo pende de un hilo»: Rául Bernal se encarga de cerrar el tributo narrando el fin del mundo con solemnidad, acompasando y repitiendo los versos y cerrando el círculo de esa vida que tanto amaba Rafael, y que nunca consiguió alcanzar.
Texto: Álvaro Fierro
La verdad es que el cancionero de Rafael Berrio es inconmensurable e inmenso. Son canciones que merecerían formar parte de la tradición.