Qué agradable sigue siendo esa sensación de encontrar una joya semienterrada entre el aluvión de música actual. Un nombre y una portada sugerentes como primer aviso (aunque tantas otras veces motivo de chasco) me hicieron adentrarme en el que sin duda se ha convertido en mi disco de americana del verano. Un disco, otro más, nacido del confinamiento. En este caso, un proyecto liderado por el cantautor Tom Robertson, cantante y firmante de casi todas las canciones del disco y junto a él y como mano derecha el guitarra y productor Andy Santospago. Ambos, a su vez, arropados por un conjunto de músicos con base en Boston, tantos que la formación trasciende el concepto de banda para convertirse en colectivo. Con todas las cartas encima de la mesa, ellos mismos se definen en su página tal que así: “Llámalo americana, northern country (nuestro preferido), classic country, alt-folk o polka infusionada con zumo de pepinillos -al final es música”. Con influencias de todos los grandes del canon estadounidense, de Lucinda Williams a Townes Van Zandt, pasando por Wilco, Dylan, Cash o más recientes como Jason Isbell, The Felice Brothers, Shovels & Rope o Mandolin Orange, el disco de debut de The Remittance Men es de esos trabajos que los yankis llaman slow-burners, álbumes que van dejando poso a través de una cocción/escucha lenta y reposada.
Canciones que cuentan historias, que hablan de lugares y personas y de experiencias propias y ajenas. El abc de la lírica de raíces, vamos. Canciones que, en lo musical mantienen un nivel altísimo, con un sentido de la armonía tan equilibrado como emocionante.
Decíamos al principio que Robertson había compuesto casi todas las canciones y así es, con la excepción de dos versiones: «Nobody», del cantante de folk Tim Gearan (quizás el momento, sin ser malo, más flojete del disco) y el «Down South» de Tom Petty que sí encaja como un guante con temas propios tan brillantes como «Sweet Thunder», «Widow’s Walk» o «A Room in Birmingham England, 1919», esta última con la colaboración de Eilen Jewell. Con mención especial para los aires tex mex de «Hacienda Santa Rosa» y para la que es sin duda la mejor canción del disco, esa maravilla titulada «Lila Page 8».
Eloy Pérez