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Iggy Pop – Teatro Real (Madrid)

Iggy es viejo, y tú más

El madrileño Teatro Real se antojaba como el siguiente mercachifle burgués al que, tras protagonizar campañas para Schweppes, Swiftcover o Gucci, se apuntaba Jim Osterberg El Viejo. El entorno no era razón suficiente para faltar a la cita, pero sí para imaginar que lo que iba a suceder allí sería un empalagoso repaso crooner a la carrera de La Iguana.

 

Qué equivocado estaba, joder. Iggy Pop es capaz de hacer hamburguesas con la burguesía. Y ayer lo volvió a demostrar. El concierto fue todo lo que había soñado que sería un concierto de Iggy. Nunca lo he visto tan conectado consigo mismo, con la profundidad de sus canciones, sus significados, sus disfraces, sus poses, sus verdades.

Escenario a oscuras, iluminado únicamente por la etérea melodía de «Rune». Aparecen dos guitarras, un batería, bajo, teclista, trompeta y trombón, y suena «Five Foot One». Sale Iggy, el puto Iggy Pop, y se arma el cirio padre. En 20 segundos. Un pifostio de aúpa. Sonido increíble. Pop en llamas, en trance, concentradísimo, liberando electricidad en cada chamánico movimiento. «Loves Missing» fluye a continuación, sumergiéndonos en la bilis de un Osterberg que maneja sus cuerdas vocales con inesperado control, proyectando escalofriantes sentimientos en cada verso.

 

Chaqueta fuera. Iggy en chichas, reflejando en sus pellejos las cicatrices del único y definitivo dios del punk. Berrea «T.V. Eye». El público se abalanza hacia el escenario. A tomar por culo las butacas. El Teatro Real se convierte en un incendio. Todo, absolutamente todo, suena auténtico. Iggy se acaba de cargar el espacio-tiempo de un pollazo, trasladándonos con su lefa al Grande Ballroom, el Domino Club, el Picadero, el CBGB y el resto de tugurios por los que arrastró sus carnes entre gapos, clavos, charcos, tetas y chutas.

Después de un «Endless Sea» sublime, la impecable banda, con una sección de vientos que eleva todas las putas canciones, salta a por «Lust for Life». Pop se siente en las nubes, elevado por esas venas protuberantes que recorren su arrugada piel como autopistas de energía. «The Passenger» desemboca en una apropiadísima y sincera verbena. Iggy introduce «Death Trip»: “I’m an old boy and I know I’m gonna die, so let’s have some fun”. Después del feroz arrebato stooge, aparece la elegantísima «James Bond», seguida de un embelesador «Sister Midnight»… Los minutos pasan y el exhibicionismo no cesa. Iggy, agradecidísimo, habitando de nuevo su vejez, explica al público lo mucho que necesita su calor: “Fucking thank you for making my life so much fucking better, for fucking making me feel good”.

Estando allí le habrías creído. Porque sonaba más auténtico que nunca. Se me pone la piel de gallina solo de acordarme. Nada que ver con su visita con los Stooges en aquel Azkena 2003. Lo de ayer no fue la recreación, por muy fabulosa que fuera aquella, de algo que había muerto hace siglos, sino la apertura en canal de un hombre lleno de fascinantes recovecos. El aquelarre que presenciamos anoche sonaba como suena el presente. No había nostalgia. Iggy blandió sus canciones sin fingir, sin cortinas, sin sentir que había que interpretar otro papel que no fuera “me llamo Jim Osterberg, tengo 75 años y soy la ostia”. Estaba en su salsa, con un grupo recluido al fondo del escenario que le dejaba pasearse como un animal que ha huido del zoo… pendenciero, adorable, esparciendo sus ancianas feromonas por todo el recinto.

«Gimme Danger», «Sick of You», «I Wanna Be Your Dog», «Page», «Down on the Street», «Fun House» y «Search and Destroy». Esa fue la traca final. Cágate lorito. Nos metimos en la garganta de Iggy. Sentí que nos lo follábamos. Se nos entregó en cuerpo y alma, y nos enseñó que hay que dejarse de sandeces, vivir a lo bestia y cantar “lala-lala-lalalala” como si la noche nunca fuera a convertirse en mañana.

 

Texto: Rafa Suñén

Fotos: Salomé Sagüillo

 

 

 

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